Al principio todo fue muy confuso. Recordaba haber jalado del gatillo y siendo el excelente tirador que era, seguramente había dado en el blanco, sin embargo, el ortán también era un gran tirador, su disparo también debió haber dado en el blanco; pero no sentía nada, absolutamente nada. Quizá estaba muerto. Despacio comenzó a abrir los ojos, inconscientemente, los había cerrado al disparar, pero ahora necesitaba ver para saber en dónde estaba.
Cuando miró a su alrededor se dio cuenta de que estaba en una especie de granja, había un granero a unos doscientos metros de distancia, aunque nadie se veía fuera, seguramente era por el frío. Naín se preguntó cómo había llegado ahí.
Miró por todo su alrededor buscando a Darcón, quería ver si le había matado como había querido; pero nunca lo encontró. Se levantó pensando que tal vez estaría escondido esperando por él, pero luego un sonido metálico captó su atención. El sellito estaba a sus pies, llamándole. Lo había transportado hasta ahí, justo antes de que la bala de Darcón lo golpeara y había evitado también, que Naín lo matara.
Un grito desesperado escapó de la garganta de Naín al darse cuenta de lo que el sello había hecho.
Se agachó furioso y lo tomó, trató de lanzarlo lejos, pero no pudo separarlo de sí ni un centímetro.
Ahora que sabía que lo habían engañado toda su vida no le importaba ya nada, habría preferido morir y que todo se acabara ahí. Cargaba con culpas, traiciones y engaños y eso pesaba de manera increíble en su alma.
Pateo todo lo que se encontraba cerca, aventó todo lo que se le ponía enfrente, pensaba que así descansaría un poco más, pero ¿Cómo descansas cuando tu vida misma es la que te cansa?
Su brazo comenzó a dolerle y picarle todavía más y le recordó que aún seguía vivo. Se dejó caer de rodillas sobre el suelo completamente desmoralizado. Estuvo un largo rato en esa posición, viendo la sangre de su herida correr y con la mente completamente en blanco. No supo si al cerrar los ojos perdió el conocimiento, o si se durmió, lo que si es cierto es que cuando despertó su brazo aun le dolía, haciéndole saber que su deseo de morir no se había cumplido. Pero aunque anhelaba morir de una vez, por alguna razón se levantó y casi de manera automática volvió a tomar el sello y lo apretó fuerte. No pensó en ir a ningún lado, tan solo dejó que el sello lo llevara a donde tenía que estar; no se sorprendió cuando vio que se encontraba en el bosque de pinos de Hekal, el escondite de los ixthus.
Buscó apoyarse en un pino, pues la pérdida de sangre lo tenía ya muy débil.
Al poco rato escuchó el firme paso de un grupo de ixthus que se acercaban trotando por el bosque. Cuando vio al grupo aparecer de entre los arboles quiso hablarles, hacer algo para llamar su atención; pero estaba tan cansado y la pérdida de sangre se había llevado la mayoría de sus fuerzas que su voz sonó solo en un susurro. No obstante el último del grupo no corría sino que caminaba tranquilo, observando alrededor. Era Lael y pronto su vista se cruzó con la de Naín.
— ¡Ay por Dios!—exclamó al verlo.
Lael corrió lo más rápido que pudo hacia Naín y lo sujetó poco antes de que se derrumbara por completo.
—Ellos me mintieron—decía Naín con voz quebrada—, toda mi vida me mintieron. Juro que morirán por eso.
—Basta Naín—lo detuvo Lael—, no es importante eso ahora, debo llevarte a que te curen.
Lael arrastró a Naín hasta la enfermería. Apenas puso un pie ahí y todos los doctores y enfermeras se pusieron a trabajar; unos acercaron una camilla y subieron a Naín, otros tomaron gazas y las pusieron sobre la herida presionándolas, para evitar más pérdida de sangre y otros citaban datos en jerga médica que él no entendía.
Poco a poco Naín comenzó a entrar en un pesado sueño. Cada vez oía más lejos las voces de los médicos y pronto perdió el conocimiento.
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Editado: 20.02.2018