El tiempo pasó aunque él no supo cuánto, él solo sabía que se sentía muy a gusto así, tranquilo y en paz. Una cálida brisa agitaba sus cabellos y el canto de un lejano pájaro endulzaba su oído. Cuánto daría por haberse quedado así otro rato más, pero ese constante y enfadoso “bip”, si tan solo alguien lo apagara, pero no, nadie acudía a apagar lo que sea que lo estuviera emitiendo, tendría que hacerlo él.
Despacio abrió los ojos. La luz del sol era muy intensa y lastimaba sus ojos, los volvió a cerrar inmediatamente, esperó un rato y trató de abrirlos de nuevo. Esta vez sí pudo abrirlos. Y el primer pensamiento que se le cruzó por la mente, fue que estaba muerto. Todas las paredes de su alrededor eran completamente blancas, incluso él tenía una bata blanca puesta. Asustado se preguntó dónde estaba y que había pasado. No quería estar muerto, pero tampoco había nadie cerca que lo confirmara o lo negara.
Empezó a mover los dedos del pie, luego los tobillos, las rodillas, las manos, todo. Estaba entumido, como si hubiera estado en la misma posición durante mucho tiempo. Intentó levantarse pero algo tiró de él, se descubrió el pecho y vio que tenía muchos electrodos conectados. Los arrancó torpemente a todos y se sentó en la cama. Se mareó al levantarse y apretó su cabeza con sus manos para ver si impedía que su cerebro continuara dando vueltas. Algunos segundos después la puerta de la habitación se abrió de golpe y Vasti entró corriendo.
—Naín pero ¿qué haces?
— ¿Eh?—dijo Naín confundido.
—Aun no puedes levantarte, recuéstate otra vez.
Naín dejó que Vasti lo recostara, pues el mareo aún no se le pasaba y en ocasiones veía las cosas dobles. Vasti trabajó colocando de nuevo en su lugar todo lo que Naín había arrancado.
— ¿Qué pasó?—preguntó con una voz rasposa y mecánica.
—Tuviste un infarto, y tienes mucha suerte de estar vivo.
— ¿Cómo? ¿Dónde estoy?
—En el hospital, llevas aquí cinco días.
Para Naín las palabras de Vasti no tenían mucho sentido, estaba como aletargado o confundido sería la mejor palabra. Aun no estaba seguro de que lo que estaba sucediendo fuera real, o solo estaba soñando. Al menos Vasti estaba con él y eso era bueno.
—Mejor descansa—dijo vasti—, al menos estoy más tranquila de saber que ya despertaste.
Vasti se dio la media vuelta para irse, pero Naín la detuvo sujetándola débilmente de una mano.
—Espera, no te vayas ¿esto es un sueño?
—No, no lo es. Aunque preferiría que lo fuera. Nos diste un buen susto. Gera te encontró en el bosque y te trajo de inmediato, lo cual agradezco, si se hubiera tardado un segundo más, bueno, no quiero ni pensarlo.
Naín sonrió al darse cuenta de lo preocupada que Vasti había estado por él, eso le decía que tal vez él le gustaba a ella aunque sea un poco.
Vasti se alejó y Naín volvió a dormirse. Horas después volvió a despertar ya con más fuerzas y un poco más recompuesto. Vasti estaba de nuevo con él e inyectaba algo dentro de una bolsa transparente que colgaba a su lado.
—Hola dormilón—saludó— ¿Cómo te sientes?
—Bien, mucho mejor de hecho.
—Que gusto. Pero tampoco trates de levantarte todavía
Esa vez no sería problema para Naín obedecer lo que se le decía. No quería volver a marearse, no era una sensación agradable.
— ¿Qué hora es?—preguntó
—Las diez con seis am. —respondió Vasti consultando su reloj.
— ¿Cuánto tiempo llevo aquí?
—Todavía cinco días.
Su cerebro comenzó a recordar entonces lo que había sucedido. Estaba entrenando en el bosque a escondidas y de pronto un dolor en el pecho lo había vencido dejándolo en el suelo.
—Soy muy joven para que me den infartos—dijo con certeza.
—Tal vez, pero si presionas tu cuerpo demasiado, cosas como estas pueden suceder.
—Pero yo me sentía muy bien, no estaba cansado ni nada por el estilo.
—A veces nos concentramos tanto en nuestros propósitos, que solemos dejar de escuchar a nuestro cuerpo. Debes calmarte un poco, sé paciente y pronto llegará lo que necesitas.
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Editado: 20.02.2018