El llamado de Naín

52

Había llegado el momento en que todo el conocimiento y agilidad de Naín debían ser puestas a verdadera prueba, un momento que nunca creyó que llegaría, sencillamente porque siempre pensó que había superado ya todo obstáculo.

Estaba dispuesto a enfrentarlo, ésta y las amenazas que siguieran, las enfrentaría con valor.

Se apresuró a atacar a la bestia, con una fuerza y energía que no creyó tener. Sin embargo, no estaba notando algo importante, la espada ahora no causaba ningún daño, al contrario, con cada golpe la bestia crecía más y más.

Al poco rato la bestia llegó a medir diez metros y Naín se sentía impotente ante ella. Si su espada no podía derrotarla entonces ¿Qué?

Dispuesto a no darse por vencido, quiso intentar algo distinto, en lugar de usar su espada usó un revólver que guardaba en su cinturón. Disparó repetidas veces pero las balas la atravesaban como si fuera de humo.

“No, Naín piensa” se decía “Recuerda, es la armadura, estas cosas se destruyen usando la armadura”. La lógica de Naín le decía que el fuego de la armadura era como ácido para ellos y, por lo tanto, la manera de derrotarlos estaba en el fuego. Pero por más que lo intentó, nunca supo cómo usar eso a su favor. Luego y sin esforzarse mucho, la bestia golpeó a Naín que salió disparado muy lejos de ahí.

Cansado, asustado y con las piernas temblándole por el esfuerzo, volvió a ponerse de pie. Miró a la espantosa bestia que lo buscaba con la vista y rugía escupiendo fuego por el hocico.

Había estado evitando aceptar la verdad, porque esa frase que ahora rondaba en su cabeza no estaba en su vocabulario, además, jamás se había rendido porque nunca se había enfrentado a algo que el esfuerzo y la disciplina no resolvieran, aún creía que sus habilidades podrían sacarlo de ahí; tenía una intensa lucha en su interior, pero era hora de aceptarlo, no podría con esa bestia, eso era demasiado para cualquiera, incluso para él y se preguntó ¿Qué fin tenía todo aquello? Gera había tenido razón, Ben no volvería aun si por algún milagro derrotaba a aquel monstruo. Pero no, al mirarlo sabía que no ganaría. Había fallado, eso era algo con lo que no podía. Al fin había llegado a su límite, no le quedaban ya fuerzas en lo físico y lo emocional. Moriría sin haber vengado a su hermano porque simple y sencillamente ya no podía más.

Unas lágrimas salieron de sus ojos y luego se dejó caer de rodillas y las palabras que jamás creyó pronunciar salieron lentamente de sus labios.

—No puedo.

Un estremecimiento sacudió su cuerpo y el resto de las lágrimas que había estado conteniendo salieron ya sin ningún impedimento.

Hundió su frente en la arena y cubrió su cabeza con sus brazos. En ese momento la bestia lo encontró y comenzó a caminar lento hacia él. Mientras aguardaba la muerte, sentía el piso vibrar con cada paso que la bestia daba, eso aumentaba su angustia y su miedo y lo llevaba más a abandonarse a sí mismo. Ahora incluso deseaba que se diera prisa para matarlo acabando así con su agonía.

Pronto sintió muy cerca al monstruo de él, no quiso levantar la vista para ver lo que le haría, pero no necesitaba ver para darse cuenta de que la bestia había levantado una de sus asquerosas patas y se disponía a pisarlo.

“¿Pisado?” pensaba “¿así moriré? ¿Pisado? Como una cucaracha, ¿quién lo diría?”

Sin embargo, cuando ese pie bajó, no fue para aplastarlo, pues cayó muy lejos de donde él estaba. Incrédulo, Naín levantó la vista y vio algo increíble.

Un poderoso gigante había pasado sobre él y peleaba encarecidamente contra la bestia. Pero el monstruo estaba muy lejos de ganar, el misterioso guerrero era mucho más poderoso y ágil. Golpeó a la bestia en repetidas ocasiones y aunque se defendía, jamás causó gran daño. Finalmente, el guerrero metió sus manos en el hocico de la bestia, que escupía fuego desesperada, y la partió en dos convirtiéndola en fino polvo que el viento no tuvo problema en llevarse.

Naín, que seguía en el suelo, se había quedado asombrado al ver cómo ese misterioso guerrero había salido de la nada y lo había salvado. Sin planearlo, comenzó a llorar, pero ahora de alivio y felicidad que brotaba de lo más profundo de su ser. Estiró el cuello y se esforzaba por ver el rostro del guerrero y expectante lo observó darse la vuelta hacia él, sin embargo, antes de que pudiera terminar de voltearse, se encendió en las mismas llamas azules de su armadura, solo que más vivas, hermosas y azules.




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