El llamado del Licántropo

3- La Voz

Afrodita:

Con paso firme, salí de mi habitación y caminé por el pasillo hacia la voz que oí. No sé por qué lo hago, pero cada paso aumenta mi adrenalina y miedo.

Mientras exploraba los pasillos de mi casa, sentía una extraña curiosidad que me impulsaba a seguir adelante, sin saber a dónde me llevaría.

El ambiente se volvió tenso y tenebroso en pocos segundos, a pesar de mi miedo, seguí avanzando sin detenerme.

La voz ya no la escuchaba, pero mi curiosidad seguía en el mismo lugar.

Finalmente, llegué a la puerta y miré a través de los cristales. La luna estaba más brillante de lo usual y el bosque se veía extremadamente oscuro.

Puse mis manos en el manubrio de la puerta y dudé por un momento, pero finalmente me armé de valor y la abrí, sin saber qué esperar.

—¿No has visto películas de terror? Es obvio que no debes seguir voces y hacer estas cosas—me dije a mí misma, el hablar conmigo misma se había vuelto otro pasatiempo.

Estuve de pie en la puerta, mirando el bosque fijamente, cuando algo brillante a lo lejos llamó mi atención.

¿Acaso eran esos unos ojos?

Nunca en mi vida había sentido tanto miedo como ahora, mi corazón latía desenfrenadamente queriéndose salir de mi pecho.

Luego, volví a escuchar esa voz.

—Acércate, ayúdame...—esta vez la voz se escuchaba más débil.

Aunque el miedo seguía igual en mí, mis pies comenzaron a tomar rumbo y empecé a adentrarme en el bosque inconscientemente, como si hubiera perdido el control de mi cuerpo.

Cada vez me adentraba más en el bosque, las ramas crujían cada vez que pisaba, piedras pequeñas se clavaban en mis pies, pero aún así caminaba sin poder detenerme.

Llevaba aproximadamente 10 minutos adentrándome en la espesura del bosque, cuando de repente volví a percibir la voz, resonando en mi cabeza con mayor intensidad y urgencia.

La voz se deslizaba hacia mi mente con un tono angustioso y desesperado, como si alguien estuviera en grave peligro y necesitara mi auxilio de inmediato.

A pesar de ser consciente de la situación, mi cuerpo parecía haberse adormecido y no respondía a mis órdenes para detenerme. Decidí seguir avanzando, sumergiéndome en la densa vegetación con un sentimiento de intriga y cautela.

—Estás cerca... ayúdame —la voz me guiaba a través de los árboles, y a medida que avanzaba, se hacía más fuerte y clara.

Después de caminar por un tiempo, finalmente visualicé la figura de un lobo lastimado y ensangrentado, recostado al pie de un árbol. Un aura lo rodeaba, iluminando su anatomía ensangrentada.

Quedé horrorizada al ver la escena y llevé mis manos a mi boca, sin saber qué hacer.

El lobo yacía acostado en el piso y su respiración era descontrolada.

Me acerqué más a él y me arrodillé ante él, lo toqué para revisar su pulso y al instante de colocar mis manos en él, las alejé tan rápido como las puse, estaba helado.

El tamaño de este lobo era bastante inusual, ya que era extremadamente grande. Aparte de su pelaje totalmente blanco.

Me puse de pie sin saber qué hacer, di vueltas en círculos durante varios minutos, pensando en cómo demonios llegué allí y qué demonios haría.

Después de tanto pensar, intenté levantar al indefenso lobo del piso, a pesar de lo frío que se encontraba, estaba tan frío al punto de sentir como quemaba mi piel, y pesaba demasiado.

Como no pude levantarlo, decidí arrastrarlo hasta la casa. Podía escuchar los gemidos del animal, pero si quería ayudarlo tendría que llegar a la casa.

Después de unos minutos, llegué a la casa y, con bastante esfuerzo, lo metí adentro. Decidí ir a buscar un botiquín.

No tenía ningún utensilio de veterinaria, pero me las arreglaría para no dejar morir al pobre animal.

Una vez que busqué el botiquín, me puse a limpiar la herida. Tenía una mordida bastante grande en su torso, tan grande que me atrevía a jurar que hubiera sido de un oso.

Con agua limpia, limpié los alrededores y desinfecté para luego poner una gasa en la herida.

El lobo respiraba cada vez más despacio, mi temor era verlo morir, no sé por qué, quizás porque amo demasiado a los animales.

Llené una pequeña ponchera con agua y se la di para beber. Ya los gemidos del lobo habían cesado.

Me quedé observando cómo cerraba sus ojos, hasta ese momento no me había fijado en ellos. Tenía uno azul muy claro y el otro verde claro también.

La respiración a medida que pasaba el tiempo se iba regulando y yo me sentía más tranquila.

Me detuve un momento para pensar en cómo demonios esa voz me llevó hasta ese animal. Eso fue bastante extraño, sigue siendo extraño.

La voz había desaparecido y con ella el temor que había sentido casi una hora atrás, ahora estaba más relajada.

Me levanté del piso y lavé mis manos para retirar la sangre del lobo. Me senté en el mueble pensando que quizás estaba en un sueño y nada de eso había pasado.

Suspiré para volver a fijar mi mirada en el animal que yacía en el piso de mi nueva casa.

De repente, el animal empezó a brillar, y la temperatura de la habitación empezó a subir sin cesar. El miedo y el pánico volvieron a invadirme, tapé mis ojos con rapidez, ya que la luz era tan fuerte que mis ojos empezaron a arder y lágrimas brotaron de ellos debido al dolor.

Pasaron unos segundos y volví a abrir los ojos. Lo que era un lobo hace unos segundos se había transformado en un hombre de cabello blanco, con tatuajes en el cuerpo, completamente desnudo y ensangrentado.

Abrí la boca para decir algo, pero me encontré tan confundida y petrificada que no pude articular palabra. Tras un momento de silencio, volví a intentar hablar, pero solo logré emitir un sonido poco entendible. Antes de darme cuenta, sentí cómo mi cuerpo se volvía pesado y me desvanecí, cayendo desmayada en el sofá de mi casa.




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