Cuando llegué a mi casa, me acosté. Pensaba en si debía ir o no. Me llegó un mensaje de una amiga preguntándome si iría. Me sentí presionada, así que fui. Les dije que no me recogieran, pero no me hicieron caso.
Llegamos a la fiesta. Caminé por los pasillos y vi a Dante ir hacia la cocina. Me dirigí también hacia allá, porque allí estaban las cervezas. Tomé una, y justo cuando iba hacia donde estaban mis amigas, escuché:
—Oye, ¿por qué en clase me mirabas con esa cara? Como si nunca se hubieran sentado a tu lado...
Escuché que era Dante. Me volteé.
—Lo que pasa es que me sorprendió que un chico como tú lo hubiera hecho —le respondí.
No dijo nada, así que me fui.
Empecé a bailar. Un chico me miró y se acercó a bailar a mi lado. Me sentí incómoda. Dante llegó y lo golpeó. Quedé sorprendida y traté de separarlos. Me llevé a Dante a la cocina.
—¿Qué hiciste, Dante? ¿Qué te pasa?
—Vi que te sentías incómoda con ese hijo de... —gruñó de dolor y se abrazó el estómago. Vi que tenía un labio sangrando.
—¡Ay, no! No deberías hacer eso, mira cómo quedaste.
—¿Y a ti qué te importa lo que me pase?
—Ish... te faltó un golpe en el cerebro —le dije con disgusto.
—No te metas en lo que no te importa —dijo con dolor.
—¡Claro que sí! Te golpearon por mi culpa, estúp... —dije justo cuando llegó alguien. Parecía el amigo de Dante. Se acercó y le preguntó por qué lo había hecho. Él se quedó callado.
Saqué un botiquín de primeros auxilios. Había alcohol y papel. Levanté a Dante, lo senté en una silla y me acerqué con una silla más. El amigo se quedó en pausa, como si hubiera visto algo raro.
Tomé un pedazo de papel, le eché alcohol y me acerqué para limpiarle el labio. Luego le puse crema para que sanara. Desde tan cerca, pude ver sus ojos. Eran negros como la noche. Su cara era como la de un bebé, perfecta.
Se dio cuenta de que lo estaba mirando. Nuestros ojos se cruzaron, pero rompí la tensión cuando volví la mirada al botiquín para buscar la crema.
—Eres hermosa —lo escuché susurrar.
Lo ignoré. Pensé que se lo decía a todas. Le miré los labios para ponerle la crema. Mientras lo hacía, no pude evitar mirarlo a los ojos otra vez.
—Ya está, ¿te sientes mejor?
—Sí, gracias —respondió.
Sonrió. Me sorprendió. Nunca lo había visto sonreír. Él siempre estaba serio. Me levanté de la silla y salí de la cocina.
—Chicas, me tengo que ir.
—Oh, Keyla, quédate un rato más.
—No me necesitan en casa. Adiós, chicas.
—Ok, adiós, Keyla. Nos vemos en la escuela.
No había nadie esperándome en casa. Solo mi gata. Ya me quería ir, pero a esa hora no pasaba ningún taxi. Aun así, tenía la esperanza de que apareciera uno.
Vi un auto Lamborghini rojo.
—Omg, ¿qué es esta maravilla?
Empecé a tomarme fotos con el carro. Vi a Dante salir de la casa.
—¿Qué haces? —escuché su voz misteriosa.
Obviamente sabía quién era.
—Eh... solo me estaba tomando unas fotos.
—¿No te vas? —preguntó, serio.
—Sí, solo que no encuentro un taxi que me lleve.
—Ok... —y se devolvió a la casa.
—Qué hijo de... —murmuré.
Me llegó un mensaje de mi madre. Decía que estaba viajando para verme. Nunca había estado para mí, y ahora sí lo estaría.
—¿Por qué no simplemente me deja en paz? Ella sabe que estoy bien. No necesita venir a buscarme.
Desde hace más de seis años, mi madre no ha estado para mí.
Me dejó en un internado hasta que cumplí los 18. No pude estudiar por culpa de ella. Por eso estoy repitiendo el año. Me dio tanta rabia que le dejé el mensaje en visto.
El único que había estado para mí fue mi padre... antes de morir. Éramos una familia feliz hasta que él se fue.
Vi a Dante acercarse.
—Sube.
—¿De verdad? —dije, emocionada, mientras abría la puerta del auto.
Me subí. Cuando encendió el auto, me emocioné aún más. Nunca me había montado en un auto así. Cada cosa que hacía con el volante me emocionaba. Estaba feliz.
Cuando llegamos a mi casa, le agradecí por traerme. Entré. Me quité los tacones porque me dolían los pies. Me llegó un mensaje de Dante que decía:
“Nos vemos mañana en la escuela.”
—¿Qué se cree escribiéndome a medianoche?
Salí del chat de Dante y entré al de mi madre.
“Ok, llega bien y por favor quédate en un hotel, no en mi casa, porque no voy a estar en todo el día y no me gustaría hacerte esperar.”
Me acosté a dormir. Al día siguiente me levanté. Eran las 5:45 a.m. Ya iba tarde. El bus pasaba a las 6:00. Me alisté como pude y salí corriendo. Vi el bus alejarse...