Recordé cuando ella siempre llegaba de viaje tomada, y mi padre hacía todo en la casa mientras ella “trabajaba” con su compañero… que en verdad era su amante. Lo descubrí cuando tenía solo 11 años.
Llegué a casa un día y subí las escaleras porque escuchaba risas. Abrí la puerta del cuarto de mis padres y vi a mi madre con ese hombre, tomando y besándose. Llorando, le grité a mi madre por qué hacía eso si se suponía que amaba a mi papá. Ella, entre risas, me dijo que saliera y que no los molestara.
Salí llorando. Mientras bajaba las escaleras, me tropecé y rodé. Mi padre llegó, abrió la puerta, me levantó y me puso en el sofá. Luego subió a ver la escena. Después bajó a la cocina, sacó una botella de licor y se fue de la casa.
Lo vi por la ventana. Se veía destrozado.
—¿Qué haces aquí? —le dije a mi madre, con lágrimas en los ojos.
Dante lo notó. Se puso de pie y le dijo a mi madre:
—Por favor, váyase.
—¿Y usted quién es? —preguntó mi madre.
—Es mi novio. Queremos tener un momento a solas. No nos hemos podido ver en semanas. Te dije que te quedaras en un hotel por esta razón. Ya soy grande y me puedo cuidar sola. Y sí, tengo pareja. Por favor, vete. Si quieres, ven mañana, pero no para quedarte.
Le cerré la puerta en la cara. Me senté en el sofá y Dante también se sentó. Me vio llorando y me abrazó.
Se sentía tan cálido…
Podía confiar en él.
Decidí contarle todo lo que había pasado con mi madre. Él me escuchó en silencio. Me dijo que no me iba a dejar sola, que estaría para mí, y que me apoyaría en cualquier decisión que tomara.
Así que decidí ponerle una orden de alejamiento. No quería volver a verla. Nunca más.
Con Dante todo era distinto. Con él podía contar lo que me pasaba sin miedo, sin tener que ocultar detalles.
También le pedí perdón por haber dicho que era mi novio. Le expliqué que no sabía cómo reaccionar en ese momento, solo quería que mi madre se fuera.
Él se rió.
—Si fuera por mí, hasta te habría besado.
Lo empujé contra el mueble y me acerqué tanto que nuestras narices casi se tocaron.
—A ver, demuéstralo —le dije, retándolo.
Se puso rojo. Me empujó con suavidad, tanto que por poco me bota del sofá. Me reí.
—No pudiste —le dije.
Él se levantó. Me puso de pie y me arrinconó contra la pared.
—¿Estás segura de que no puedo hacerlo? —me dijo, con una mirada distinta. No tan intimidante como antes. Más alegre, con más luz.
—¡Qué chistoso! Pero debemos hacer el proyecto —le dije, quitándole el brazo de la pared.
—Voy a subir por la cartulina para la presentación.
Asintió. Cuando bajé, lo vi acariciando a Nala. Me pareció tan tierno que me escondí y…
—¡Boo! —lo asusté.
Casi se muere del susto. Me reí y le dije que nos pusiéramos a hacer el proyecto.
Mientras lo hacíamos, empezó a llover. Miré la hora: eran las 9:00 p.m.
—Ya te tienes que ir, ¿no? Está muy tarde —le dije.
—No puedo. Está lloviendo y no traje el auto —respondió.
—Te puedes quedar, pero dormirás en el sofá.
—Está bien, pero al menos dame una cobija y una almohada.
Subí las escaleras y desde arriba le lancé la cobija.
—¡Ok! —respondió mientras se acomodaba para dormir.
—Descansa —le dije mientras llamaba a Nala para que subiera conmigo.
Pero ella no quería dejarlo solo, así que se acomodó con él en el sofá.
—Ush, hasta mi gata lo quiere —murmuré mientras los veía.
Subí a mi habitación, sorprendida de tener a un chico durmiendo en mi casa por primera vez.
Me levanté a la 1:00 a.m. porque escuché un ruido. Bajé con cuidado y vi a Dante viendo televisión. En mi mente pensé:
—¿Por qué lo dejé entrar? Los hombres son molestos y mentirosos…
Entré a la cocina y desconecté el televisor para asustarlo. Él se sorprendió. Cuando se acomodaba para dormir, me metí por detrás del sofá y lo asusté.
Pero ya sabía que estaba ahí. Me agarró, me acostó en el sofá y empezó a hacerme cosquillas. Me reí tanto que me cansé.
Como tenía sueño, me dormí.
Cuando desperté, lo vi dormido en el mismo sofá, con la misma cobija. Yo lo abrazaba. Él seguía dormido. Aproveché para mirarlo. Se veía tan lindo, incluso dormido.
Me levanté despacio para no despertarlo y me puse a cocinar. Él se levantó también, y desayunamos juntos. Se sentía bien no comer sola.
—Alístate —me dijo—. Nos vamos de viaje.
Me sorprendí, pero no dije nada. Me fui a cambiar y a preparar una maleta. Cuando bajé, lo vi lavando los platos.
—¿Ahora te volviste educado? —le pregunté.
No me respondió. Me acerqué y le toqué el hombro. Se volteó y me dijo que no lo asustara así. Noté que estaba usando audífonos.
Le quité uno. Eran de cable, así que tuve que acercarme más. Se notaba lo nervioso que estaba. Me alejé un poco.
—¿Ya estás listo para irnos?
—Sí —dijo.
Salimos de la casa. Su auto estaba estacionado enfrente.
—¿Por qué está aquí? ¿No que no lo habías traído? —le pregunté, enojada porque me había mentido.
—Ay... creo que se me olvidó que sí lo traje.
—¡Sí, claro! —respondí sarcástica.
Nos subimos al auto y recorrimos todo Estados Unidos. Fue el mejor viaje que pudimos haber tenido en solo dos días. Me encantaba estar con él. Era lo mejor que me había pasado.
Creo que me estoy enamorando, pensé.
Sentía que era el chico ideal.
Cuando regresamos del viaje, al otro día teníamos que presentar el proyecto. Estábamos nerviosos, pero al mismo tiempo tranquilos, porque lo habíamos hecho juntos.
Cuando entramos al salón, nos cogimos de la mano. Nos llamaron al frente y nos levantamos. Él alzaba la cartelera mientras yo exponía. Cuando terminamos, la profesora nos puso la nota más alta.
Yo estaba súper feliz. Le dije, sonriendo:
—Gracias a ti, que alzaste la cartelera, pudimos hacerlo.
Él se rió.