Gonzalo se fue directamente a su apartamento, en el que vivía desde su divorcio. Entró al lugar, exquisitamente decorado con un estilo ecléctico que combinaba con inmejorable gusto elementos modernos típicos de un hogar masculino con las antigüedades favoritas de Gonzalo.
Los muebles en tonos negros, gris y café dominaban el lugar, que contaba con una vista excelente de la ciudad al encontrarse en el piso 20 del edificio.
Fue a su habitación y se desnudó para entrar a la ducha. Mantenerse activo, practicar tenis los fines de semana y correr un par de kilómetros cada mañana, le habían permitido conservar su cuerpo firme y definido, y a sus 55 años, sin la menor duda era un hombre extremadamente atractivo.
Nunca le faltó compañía femenina, pero siempre se mantuvo en el rango de edades por encima de los 40 años, pues consideraba que las mujeres maduras eran mucho menos complicadas que las más jóvenes. Solían buscar compañía, pero la mayoría no estaba interesada en relaciones profundas o demasiado serias. Por experiencia, opinaba que las mujeres maduras sabían lo que querían y no entraban en conflictos para conseguirlo. Eran mucho más desinhibidas en la intimidad, y disfrutaban sin culpas las relaciones con un hombre que les había dejado claro que no buscaba compromiso.
Así habían transcurrido los años desde su divorcio, ya que antes de eso le había sido enteramente fiel a Estela. Ahora, se encontraba en la situación que siempre evadió, y le asustaba convertirse en uno de esos viejos verdes que siempre se dejaban ver con jovencitas colgadas de sus brazos, como si fueran trofeos. Pero no podía dejar de pensar ni un instante en Sofía. ¿Qué tenía ella que logró derribar de un plumazo todas sus precauciones en lo tocante a las mujeres?
Salió de la ducha y se vistió de nuevo, esta vez mucho más casual que como acostumbraba hacerlo para su trabajo, al cual siempre iba vestido con traje y corbata. Vistió una bonita camisa color carbón y pantalón negro, con lo cual se veía elegante, guapo e informal.
Cuando estuvo listo, se sirvió un trago y tomó su teléfono, marcó el número de Sofía y esperó a que le respondiera.
Al otro lado, sonó su voz suave...
— Hola Gonzalo -dijo - me alegra que me llamaras.
— Buenas tardes, Sofía, ¿cómo ha estado tu día?
— Muy tranquilo, ¿y el tuyo?
— No tanto porque deseaba verte desde que amaneció. ¿Te gustaría hacer algo hoy? Quizás ir a comer o a algún lugar a tomar algo. Lo que prefieras.
— Me encantaría. Hagamos algo. Si lo deseas, podemos vernos en algún lugar.
— Prefiero pasar por ti. Soy chapado a la antigua como te imaginarás — dijo esto y rió suavemente.
— Pues, por mi está bien.— "¡Dios mío, con esa risa tan sensual, puedes ser medieval y no me importaría!" fue lo único que pudo pensar Sofía al escucharlo reír— Dame una hora y estaré lista.
— Allí estaré en una hora. ¿En la misma dirección?
— Sí, durante esta semana estaré con An mientras sus padres regresan de su viaje. Nos vemos.
Sofía colgó el teléfono y se volvió emocionada hacia su amiga quien se encontraba de pie a su lado.
— Viene a por mí en una hora. Ayúdame a escoger lo que me voy a poner. — la tiró del brazo —No estaba segura de que me llamaría.
— ¿Cómo crees que no iba a hacerlo? ¿Piensas que todos los días le va a caer del cielo una chica hermosa y joven? ¡Pues, claro que te iba a llamar! No seas tonta... ¡Venga, a vestirse!
Y se fueron riendo como tontas hacia la habitación.
Una hora después, puntualmente, aparcaba Gonzalo su coche en la glorieta y tocaba el timbre. Al igual que la noche anterior, Ana María acudió a abrir.
— Buenas noches, Ana María...— saludó con seriedad Gonzalo— Espero no molestar.
— Escúchame bien, Gonzalo — exclamó la chica inesperadamente, cruzando su brazo con el de él informalmente y guiándolo hacia el salón —Creo que vas a tener que bajarle la intensidad a la ceremonia y a la seriedad. Estás demasiado rígido. Relájate un poco... — le sonrió jocosa— En un momento viene Sofi. Sírvete lo que desees del bar. Voy a avisarle que estás aquí —le guiñó un ojo — Ya volvemos.
La joven se fue y Gonzalo aún no salía de su sorpresa por el recibimiento. Si le era complicado a veces comprender la informalidad de sus hijos, buen trabajo le iba a costar llevarle el ritmo a esta joven despreocupada, que aunque encantadora en su roja cabellera, le dejaba sin saber qué decir con su actitud.
Editado: 13.03.2023