— Señorita Montemayor — dijo la voz de Adolfo como único saludo cuando Sofía atendió su teléfono.
— Su Señoría— dijo Sofía sin inmutarse ante el tono formal de su padre.
— ¿Serías tan amable de comer conmigo esta noche?— recordó Adolfo la sugerencia de Gonzalo y decidió dejar la ceremonia a un lado.
— ¿Es una invitación normal o me estás llevando con engaños a mi juicio?
— Quiero verte, hija. Necesitamos hablar sobre lo que ocurre — dijo con calma.
— Papá —se sintió confundida con el tono conciliador de su padre —Me encantará verte, pero...
— Prometo escucharte sin juzgarte, hija.
— En ese caso, cuando quieras.
— ¿Te parece esta noche? Puedo pasar por ti al hospital.
— Me parece perfecto, te espero cuando termine mi jornada.
— Entonces, es una cita.
— Si, papá, una cita ¡Te espero! ¡Ah, papá!— lo detuvo antes de que cortara la llamada —Te quiero mucho.
— Y yo a ti, Sofía—la chica no pudo ver la sonrisa de afecto que cubrió el rostro de su padre.
Al terminar de hablar con Adolfo, le marcó a Gonzalo
— Hola, amor. Creo que no podré verte esta noche, saldré a cenar con mi padre.
— Eso me parece excelente —respondió realmente satisfecho Gonzalo— Me alegra que finalmente se decidieran a hablar, deseo que arregléis las cosas entre vosotros.
Se despidieron y Sofía volvió a su trabajo sin poder quitarse de la mente su cita con Adolfo. Cruzó los dedos para que todo marchase bien.
A la hora señalada, Sofía salió a la puerta del hospital a esperar a su padre.
El juez llegó puntual, como era su costumbre y Sofía subió al coche. Le sorprendió ver a su padre al volante, ya que siempre conducía su chófer.
La joven entró al puesto del copiloto y pensó que era la primera vez que eso ocurría al subir al coche de su padre.
— Hola, papá.— saludó con un poco de inquietud ante algo que era nuevo para ella.
— Hola, hija.— la miró a los ojos y notó la sorpresa en Sofía — Ya veo que verme conducir te ha sorprendido, quería estar a solas contigo. Vayamos a un lugar agradable. ¿Sugieres algo?
— Donde tú quieras estará bien para mí. —aún no salía de su estupefacción.
— Bien, escogeré yo.
Llegaron a un lujoso restaurante. Adolfo pidió una mesa, los guiaron a ella y se sentaron. Ordenaron bebidas y fue Adolfo quien comenzó a hablar:
— Noto que estás muy callada. No te recuerdo tan silenciosa.
— Papá, esto no es común entre nosotros.
— Quería hablar contigo a solas, hija. Sobre lo que está ocurriendo.
— Papá, si me vas a decir de nuevo que debo dejar a Gonzalo, te diré que... —no pudo continuar porque Adolfo la detuvo.
—No, no quiero discutir contigo, quiero que me digas lo que sientes.
— Papá, yo no sé qué decirte.
— Si por primera vez en la vida, mi hija se ha quedado sin respuestas. Este día tendrá que registrarse en los anales de la Historia.
— Y si mi padre acaba de hacer una broma yo voy a comenzar a ver a mí alrededor para encontrar a los alienígenas que lo secuestraron.
— Hija, he pensado en lo que discutimos y creo que tienes derecho a decidir en tu vida.
— Papá, yo...— Sofía estaba estupefacta.
— Eso no significa que no crea que es un error, sigo pensando lo mismo, pero debes darte cuenta por ti misma, de forma que quisiera que vuelvas a casa, y que tan pronto como sea posible invites a ese caballero a casa a conocer a tu familia.
— ¿Papá, estás seguro de que todo está bien? No comprendo tu cambio de actitud. ¿No te estás muriendo, verdad?
Editado: 13.03.2023