El maravilloso regalo de Irma

El río

—Hola, Kiwi. Te extrañé —dice Irma acomodándose con cuidado en su cama —¿dónde estabas?
—Cuidando a tus papás —dice Kiwi.
—Gracias por cuidarlos —ella se vuelve a acomodar en la cama, se siente cansada y aún le duele un poco su estómago, ve su mano y en ella hay una aguja con un delgado tubo flexible que está conectada a una bolsita con medicinas.
—No te asustes —dice Kiwi, —esto te ayudará.
—Pero, me duele —dice haciendo una pequeña mueca.
—Esa medicina te ayuda a ya no sentir el dolor de tu estómago —dice Kiwi, regalándole una bella sonrisa.
—Gracias por cuidarme, Kiwi —le dice Irma a su peluche parlanchín. Por extrañas razones no tenía miedo de que su amiguito pudiera hablar, al contrario, se siente protegida y feliz.
—Es mi deber, cuidarte a ti y a tu familia. Tengo una gran sorpresa para ti.
—¿Qué es?
—Sígueme —dice el peluche, mientras camina hacia una puerta que recién había aparecido, es de color azul con círculos verdes y rosas.
—¡Wow! —exclama muy emocionada Irma —eso no estaba ahí, antes.
—Así es, Irma. Ahora vamos, antes de que entren los doctores, quiero mostrarte algo increíble.
—Pero, no puedo ir con esta cosa pegada a mí —dice señalando el catéter.
—Discúlpame, había olvidado ese pequeño detalle —Kiwi se acerca a ella y le da una cereza que se aparece mágicamente entre sus manitas —muérdela y no te hará falta esa medicina, mientras estés detrás de esa puerta.
Irma come las cerezas y se levanta de la cama con cuidado, se siente algo débil, pero poco a poco recupera sus fuerzas. Camina hacia donde está Kiwi, el koala abre la puerta y deja pasar a la niña primero. Irma siente algo de temor al pensar que encontrara una gran caída detrás de la puerta, pero en vez de eso ve la luz intensa de un sol que está por ocultarse, con destellos rosas y rojizos.
Da su primer paso y el césped húmedo acaricia las plantas de sus pies, da otro paso y puede ver todo más claramente. Es un lugar hermoso, lleno de árboles, flores, mariposas y otros insectos, pero lo que más le llama la atención, es que Kiwi deja de parecer un peluche, ahora se ve como un koala de verdad.
—¿Dónde estamos? —dice, mientras se cierra la puerta a sus espaldas.
—Todo a su tiempo, Irma —dice Kiwi, mientras le sonríe —disfruta el ahora.
La niña camina, disfrutando cada una de las sensaciones, desde el césped hasta la brisa y la calidez de los últimos rayos de sol, de un día que está a punto de terminar.
—¿Qué te gustaría hacer? —dice Kiwi.
—Quiero nadar en el río —dice Irma, muy emocionada.
—Vamos, pero creo que lo mejor por hoy, es que subamos a una de las lanchas y naveguemos por el río, el agua está fría y el día está por terminar.
—Gracias por cuidarme tanto, Kiwi. Estoy tan feliz, porque mami Sofí te trajo conmigo —dice Irma dándole un fuerte abrazo al koala de ojos verdes.
—Es mi deber y un gran gusto, también. Ahora vamos al río —dice mientras que los dos caminan hacia la corriente del agua.
Kiwi se adelanta y da un paso sobre el agua, otro más y una lancha sale de las profundidades del río, un par de gotas salpican el rostro de Irma, que se ve muy asombrada por la escena. En la parte trasera de la lancha hay un joven hecho de agua, que lentamente se colorea al color durazno, su piel era transparente.
Los peces nadan en el río, puedes ver en el fondo piedras de todos los colores y plantas que bailan con el ritmo de la corriente tranquila.
Los árboles tienen sus hojas color verde limón y algunos otros turquesas como las playas. Los pájaros de colores vuelan y cantan una melodía nunca antes escuchada.
—¿A dónde vamos, Kiwi? —cuestiona Irma.
—Iremos a que conozcas a algunos amigos míos.
El tiempo dentro de la lancha se pasa rápido. Irma está sentada, tocando el agua del río, pensando en lo mucho que le gusta este maravilloso lugar, que quizás le podría agradar la idea de quedarse, aunque sea por un pequeño tiempo, aquí no le duele su estómago, aquí se siente tremendamente feliz y en paz.
—Oye Kiwi, mis papás, ¿por qué están tan preocupados por mí? —pregunta ella, sin mirar a su amigo.
—Todos los padres y madres se preocupan cuando sus hijos se sienten mal, tú eres muy fuerte y valiente, Irma, sé que todo saldrá bien —dice Kiwi, viéndola con sus hermosos ojos verdes.
—No me gusta que se preocupen —dice ella con una lágrima corriendo por su mejilla.
—Eso no lo puedes evitar, es parte de ser adultos, de ser tus padres. Ellos te aman y siempre quedarán lo mejor para ti —dice él, mientras le sonríe, se ve tan lindo cuando sonríe.
Kiwi se acerca a Irma y le da un fuerte abrazo, mientras ella se lo devuelve y llora un poco en el hombro de su mejor amigo.
—Hemos llegado —dice el hombre que antes era de agua y ahora se ve como una persona normal.
La lancha se ha parado junto a un camino de hojas verde limón y turquesas. Los ojos de Irma se abren aún más, al ver enfrente de ella a un enorme león de ojos azules, una bella dama vestida de blanco, un joven príncipe de tez morena y ojos grises, al lado de él vuela una llama de fuego danzarina.
Irma camina hacia ellos, no sabe exactamente quienes son, pero aun así avanza con paso firme. De repente, una pared invisible aparece y no deja que se acerque más.
—Aún no es tiempo de que tú los conozcas, pero te aseguro que ellos a ti ya te conocen y te aman tanto como no te lo puedes imaginar —dice Kiwi. La misma puerta azul con círculos verdes y rosas aparece de la nada. —Es momento de regresar, tus padres quieren verte y los doctores también.
—Sé fuerte y valiente, Irma —dice el príncipe regalándole una hermosa y radiante sonrisa.
—Estaremos siempre, contigo —dice la doncella —por ahora ve, tus padres te necesitan, ¡nos vemos pronto!
 



#19197 en Otros
#5607 en Relatos cortos
#14145 en Fantasía

En el texto hay: drama, magia, fantasia aventura

Editado: 25.02.2023

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.