El maravilloso regalo de Irma

EL reino de la bella dama

La tristeza consume poco a poco a su mamá, mientras que la esperanza se asoma en los ojos de su padre, que no para de orar por su amada hija. Un par de lágrimas corren por sus mejillas, abraza a Irma y deja que el llanto humedezca las sábanas. Después de unos minutos de desahogarse, va por Kiwi, que está en el sillón. Lo lleva a la cama y lo mete debajo de la cobija para que esté al lado de Irma.
Mira el reloj, nota que Isabel aún no ha llegado. Ve a Irma de nuevo y sabe que debe de ir a buscar a su bella esposa, que está devastada por todo esto. Sale de la habitación y le dice a la enfermera de guardia que no tarda en regresar, que irá a buscar a su esposa a la cafetería.
Irma se despierta, abraza a Kiwi. Buscan a mamá y a papá, pero no están. No se preocupa, sabe que ellos están bien. Por la ventana entra la luz de la luna llena.
—Hola, Irma. ¿Te gustaría ir de nuevo al reino de la bella dama? —pregunta Kiwi ofreciéndole una cereza igual a la primera que le había dado.
—Claro que sí, me encantaría —dice ella sonriente, tomando la cereza que Kiwi le ofrece. Le da pequeñas mordidas, hasta terminarla, Irma piensa que Kiwi siempre trae las mejores cerezas del mundo.
Al instante Irma se siente mucho mejor. Se pone en pie y avanza con cuidado por el suelo frío, siguiendo a Kiwi hacia la puerta azul con círculos verdes y rosas, ella abre la puerta, contenta de regresar a ese bello mundo.
La brisa le acaricia su rostro. La puerta está justo encima del tranquilo río, flota en el aire. Irma mira a Kiwi y él le regresó la mirada, asintiendo con su cabeza. La niña da un paso hacia al frente. No hay nada que la detenga, pero aun así no cae al agua, paso tras paso se va ilumina de los colores del arcoíris, como si fuera un cristal por dónde va caminando.
Irma camina por una escalera invisible, al llegar al final, se forma un puente de cristal, sobre el río. Su pequeño amigo peludo la sigue de cerca.
—Kiwi, hoy me encantaría volar, quiero ver todo el bosque —dice Irma sonriendo a su regordete amigo.
—Creo que puedo hacer algo para ayudarte —dice él, poniendo su pequeña garra bajo su barbilla.
—Quizás, hay algún animal que vuele o un globo gigante de los que se elevan muy altos en el cielo—dice Irma.
—Es posible… ¡Ya sé que vamos a hacer! —dice kiwi —sígueme. Iremos a buscar a Mía.
—¿Quién es Mía?
—Ya verás, Irma. Sígueme, es por aquí —dice Kiwi, apuntando hacia un camino que lleva al medio del bosque.
Irma y Kiwi caminan por el sendero del bosque, el césped que los guía es de color naranja con flores blancas y rojas. El viento es fresco, el aroma en el aire hace que todo sea más asombroso.
En poco tiempo llegaron a una pequeña casa hecha con ladrillos. Dentro de ella, alguien tiene la chimenea encendida, se ve el humo saliendo por esta. Hay una puerta de madera. Kiwi se adelanta y toca tres veces seguidas, después dos más y por último cinco veces más. Al parecer es una contraseña o algo así.
La puerta se abre. Se asoma una chica de cabello castaño con destellos dorados, mejillas rosadas como los duraznos y la piel dorada por el sol.
—Hola, Kiwi, ¿qué te trae por aquí? —pregunta la niña con tierna voz —y ¿quién es tu nueva amiga?
—Hola Mía, ella es Irma, mi protegida y amiga, desea volar por el bosque y conocer lugares fantásticos y sé que tú, eres la persona ideal para ayudarnos con ese deseo.
—Creo que si te puedo ayudar con eso —dice Mía, viendo a la hermosa pequeña —entren, buscaré entre mis cosas.



#19207 en Otros
#5614 en Relatos cortos
#14172 en Fantasía

En el texto hay: drama, magia, fantasia aventura

Editado: 25.02.2023

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.