Un bufón hace malabares en el centro de la sala y al lado de él está una muchacha que devora espadas. Al otro lado, hay un joven de la edad de Irma creando hermosos animales con papel y cuando los termina cobran vida.
—¿Puedo ir con él? —pregunta Irma, señalando al niño de su edad, de ojos azules y piel morena.
—Claro, mi niña —dice la bella dama.
—Gracias —responde Irma, mientras le hace una linda reverencia a ella. Corre por el pasillo, al estar cerca del niño, Irma se detiene y camina despacio hacia él.
—Hola, soy Irma, ¿cuál es tu nombre?
—Soy Leonardo, pero me puedes decir Leo León.
—Me gusta Leo León, como el de la selva —dice Irma sonriendo ampliamente.
—¿Te puedo decir Mima? —dice León.
—Claro, creo que se escucha bonito —dice ella, sonrojándose un poco.
—Sí, es hermoso. ¿Quieres ir a jugar? —pregunta el niño muy animado.
—¡Vamos!
—Espera, quiero regalarte, este gatito —dice, mientras le da un precioso gatito dorado, —trátalo con mucho cuidado a Kubo no le gusta el agua y le encanta que lo lleven a todos lados.
—¡Oh! Muchas gracias, lo cuidaré mucho.
Leo León toma de la mano a Mima y la lleva hacia el jardín, donde están los árboles. Kiwi va detrás de ellos y Mía lo sigue.
—¿A dónde van? —pregunta Kiwi a Mima.
—Queremos ir a jugar —le responde.
—Perfecto, ¿podemos ir con ustedes? —dice Mía. Sonriendo muy animada.
—Claro que sí, pero, ¿qué vamos a hacer? —dice la pequeña Irma.
—Síganme, hay un lugar que les quiero mostrar —dice el pequeño Leo León.
Cruzan la entrada principal, dos soldados están en la entrada. Nos dejan salir sin ponernos ningún pero. Al llegar, al centro del jardín, una escalera blanca se despliega del suelo y crece tanto que no se ve el final.
El rey, el príncipe, la bella dama y la mujer de ojos ámbar, están detrás de ellos, los niños no se dieron cuenta de cuándo los habían comenzado a seguir, pero aquí están.
Mima está temblando, todo su cuerpo se pone helado. Sus rodillas parecen de agua, Kiwi está a su lado, Mima lo abraza y la bella dama se sienta en el suelo. Ella carga a la niña y al koala en su regazo, le acaricia el cabello tiernamente.
—Nos volveremos a ver, hermosa niña —dice la bella dama al oído de Mima. Todos están alrededor de ella dándole una tierna sonrisa.
La niña y Kiwi se desintegran en diminutos diamantes que vuelan hacia el cielo y terminan por desvanecerse.