No había pasado menos de dos meses desde que Yao había regresado a casa. Automáticamente, la vida de Gilbert había vuelto a impregnarse de color y felicidad. Había sido poco el tiempo que estuvo separado de su novio por aquel viaje de capacitación que Yao hizo en su trabajo. No habían podido verse en días. Y eso, solamente les hizo darse cuenta de la falta que se hacían el uno al otro.
Yao cada día pensaba en Gilbert, desde luego. Más aún sabiendo que las cosas no habían estado del todo bien entre ellos dos. Yao sabía que su pareja estaba preocupado por lo distante que se había portado en las últimas semanas, sin ganas de hablar ni de hacer nada juntos. Reconocía que era verdad que había estado adoptando esa actitud. Había sido difícil para ambos, tanto para el que estaba lejos, como el que estaba en casa, teniendo que vivir su día a día contemplando el lado vacío de la cama donde no estaba su amado. Viendo por las mañanas la solitaria silla que ocupaba en el desayuno. Escuchando en su soledad el silencio que usualmente era llenado con la melodiosa voz de su pareja.
Pero, al final, lograron superar eso, así como habían superado diversas adversidades en el pasado lo habían hecho una vez más y eso era otra de las victorias que se sumaban a la larga lista del asombroso equipo que formaban. Gilbert nunca antes se había sentido más feliz en su vida. Yao había regresado como nuevo. Le alegraba ver que el viaje le había sido beneficioso. Todo había vuelto a la normalidad; por las mañanas tomaban el desayuno juntos antes de irse al trabajo, y al regresar, pasaban el resto del día solo ellos dos, igual que en la universidad.
Se sentía como en un cuento de adas, que finalmente había alcanzado la parte del final, que estaba viviendo el famoso "y vivieron felices por siempre". Sin embargo, y por desgracia, ese no era un cuento, ni tampoco un "felices por siempre", y la mañana que lo descubrió, lo hizo de la manera más brusca posible. Estaba en su día libre, había decidido ayudar a su novio en la limpieza del hogar y se encargó de la habitación que compartían. Ya había llegado a la parte de separar la ropa cuando se encontró lo que jamás se hubiera imaginado: una pieza de ropa interior de mujer.
Eso le taladró el corazón. ¿Por qué razones habría ropa íntima de una mujer allí?
Había estado sumido en una semi-afonía dentro de su cabeza, los sonidos sonaban distorsionados, como si estuviera bajo el agua. Era como si su corazón al romperse le inundara con su sangre una mezcla con todas sus emociones revueltas. Sentía que todo estaba desordenado, todo comenzaba a verse borroso, pensó que le daría alguna asfixia cuando se percató de que el dolor en su pecho le impedía respirar. Entonces, fue cuando escuchó la voz de Yao llamándolo, la misma que fue capaz de regresarlo a la superficie, dónde todo era más claro, y por ende, más doloroso.
Lentamente se giró a él, con la prenda de ropa en la mano, con los ojos irritados y la nariz un poco coloreada de rosa por las lágrimas que violentamente quería retener.
―¿Qué es esto? ―preguntó con la voz quebraba y grave, pareciendo que en cualquier momento se pondría a gritar.
Yao por su parte, miraba el rostro de su novio, un poco abrumado por la expresión tan dolida que empleaba. Con lentitud comenzó a descender su mirada hasta aquella prenda femenina. Todo eso pasó en tan solo unos segundos, pero parecía una eternidad. Su corazón comenzó a acelerarse nervioso, sus manos comenzaron a sudar, y sus ojos buscaron huir de los del contrario completamente acongojados.
―Yo... Gilbert... ―moduló dudativo, con temor, sin saber cómo comenzar a darle una explicación válida para la encrucijada en la que se hallaba.
En silencio decidió introducirse en la habitación que compartían, sin siquiera ser consolado por la nula merma de sus emociones tan alteradas, sin saber qué palabras usar. Cualquier descuido podría detonar en una discusión, y eso era lo último que deseaba en ese momento. Se cuadró frente a él, con un gran temor, con muchas dudas en su cabeza sobre ser sincero o no.
―No... no es lo que crees aru... Yo... ―se paró un poco a pensar, dejando un silencio entre ellos.
―¿Qué no es lo que creo? ―respondió Gilbert ya un poco irritado. Le pareció irrelevante. ¿Entonces por qué tardaba tanto tiempo en responder? Seguramente le estaba ocultando algo, pensó él, y al segundo siguiente se percató de su propia idiotez, al saberse que era claro, que le estaba ocultando algo―. Yao, si tienes una explicación que me saque esa idea de la cabeza, será mejor que la des rápido antes de que todo esto arda.
Pero él seguía en silencio, casi temblando, hasta que finalmente se acercó al albino con pasos poco confiados.
―Amor... No es tan fácil decirlo ―anunció una vez acortado la poca distancia.
Aún dudaba. No sabía cómo reaccionaría su pareja. No sabía si arriesgaba la relación. Lo tomó de las mejillas, con la mirada agachada y las suyas propias tintadas con un tenue rubor.
―Sólo... promete no molestarte o avergonzarte de mi. ¿Si?
―¿Avergonzarme de tí? ¿De qué carajo estás hablando? ―tal vez eran las fuertes punzadas de su corazón lo que hacía que le doliera cada palabra que salía de los labios de Yao. Por inofensivas que fueran, le torturaba la espera de una respuesta.
Retrocedió dos pasos, sintiendo que su tacto le quemaba y se libró de sus manos. Mirándole con tantos sentimientos confusos aflorando en su piel, los ojos más irritados que nunca e inhaló profundamente, tratando de llenarse el pecho de valor.
―¿De quién es esto? ―elevó la mano donde sostenía aquella prenda detonadora de semejante conversación, empuñándola con fuerza, con odio―. ¿Es de Catalina, o de Felijcia quizás?
Y le arrojó la prenda al pecho. Herido, y un poco humillado, al imaginar que su pareja pudiera sentir algo aún por su antigua pareja colombiana, o de una casi perfecta desconocida como lo era la polaca.
Editado: 24.09.2021