Una noche de luna llena, el mayor fanático de la luna —así se consideraba él— recordó a su princesa de cabellos marrones, en sus brazos, dándole besitos alrededor de su cara, sonriéndole hasta el cansancio, amándolo sin prejuicios y leyéndole libros. La recordaba frecuentemente y mientras lo hacía, admiraba a la luna como de costumbre mientras bebía del líquido amarillento, elegantemente etiquetado; whisky, del mejor que podía haber.
Una lágrima rodó por su mejilla inconscientemente, a lo que él reaccionó limpiándose por donde iba rodando con rabia, impotencia y mucho sentimentalismo.
¿Qué había hecho mal, luna?
Ese día se embriagó y se llevó a la cama a una desconocida que encontró en el bar al que partió, queriendo que fuese su amada la que gritaba profanidades a su oído cuando él se adentraba a su ser.
La llamó por su nombre —a la desconocida, por el de la chica— y ésta, huyendo con sus ropas le gritó:
"¡Imbécil!"
A lo que él rió con esas sonrisas cínicas que habían aparecido desde que ella se marchó.
Gesticuló un lo siento sin arrepentimiento alguno y cerró la puerta tras él, para así volverse al balcón para admirar la luna que pronto ya partiría para ser reemplazada por el odioso sol.
"Ayúdame a olvidarla, luna."
Imploró.
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Editado: 21.12.2018