El Mayordomo

(Autoconclusivo)

Me llamo Charles, aunque no creo que eso sea de mucha importancia ahora. En realidad, nada de lo que diga importa. Estoy encerrado en una celda previsional, en espera de mi traslado a la penitenciaria de Lake City. Allí tendré que aguardar mis últimos días por… mi muerte.

Mi historia comienza hace 31 años, y hablo de mi propia historia porque la de mi familia empieza mucho antes. Mi ascendencia es recordada por ser sirvientes de los Beckinson, esclavos al principio, pero con el paso de los años las modas se transforman y pasaron de ser esclavos a criados, de criados a sirvientes, y de sirvientes a la profesión que me ocupa, u ocupaba: mayordomo.

Obviamente crecí trabajando para la familia Beckinson, quienes a pesar de su denotada soberbia clasista, eran bastante educados y respetuosos para con nosotros. Por tanto tuve una infancia nada mala, exceptuando el hecho de ser un sirviente, disfrutaba mis días allí, y aunque no sé cómo, sentía que los Beckinson también disfrutaban de mi compañía.

Pasados veinte años, Lord Beckinson falleció de causas naturales debido a su avanzada edad. Pronto, su primogénito, Sir Thomas tomó las riendas de la mansión y de los negocios familiares, y gracias a la buena relación que habíamos tenido de niños (crecimos casi como hermanos) me otorgó el título de mayordomo, es decir, en sí suena bastante tonto, pero esa tontería me daba la facultad de ejercer sobre los demás sirvientes, por lo que me alegre bastante al saber la noticia.

Durante once años mantuve una conducta y eficacia intachables. Cada documento que Sir Thomas necesitaba, cada cosa de la cual precisaba, era atendida y/o corregida por mí. Teníamos una confianza mutua entre los dos, lo que me daba acceso, a, de vez en cuando, a interactuar con su hijo Jonathan.

El niño tenía ocho años de edad, y ya se le notaban aires de grandeza, parecía estar atento a todo lo que su padre hacía, incluso si no lo entendiera del todo.

Un día, la Señora de Sir Thomas me encargó organizar una fiesta sorpresa para su hijo que cumpliría sus nueve años. Pedido que acepté de inmediato. El plan era invitar tanto a sus amigos como a la familia más cercana y tal vez, solo tal vez, a algún amigo de su padre. La fiesta tendría todo lo que tiene que tener una fiesta de cumpleaños, o por lo menos, lo que tiene que tener la fiesta de un niño de la alta sociedad.

El plan era empezar a decorar y encargar la comida y bebida apenas Jonathan saliera con su padre a dar un paseo, ya estipulado de antemano.

El día de la fiesta, Sir Thomas me asaltó en un pasillo. Respondí que qué le pasaba, y me contó que Jonathan le había confesado estar cansado de las cenas diplomáticas y que quería una comida como cualquier niño. Al ver que yo no terminaba de cerrar la idea, me dijo que le comprara especialmente una hamburguesa y una gaseosa, pero con sorbete, que era la “moda”. Atendí ese pedido inmediatamente y luego dejé la bandeja con la hamburguesa, la gaseosa con sorbete y las frituras, en la cocina, mientras me dedicaba a dar órdenes a los cocineros. Estaba especialmente nervioso ese día, por lo que tomé un poco de puerro y comencé a masticarlo con impaciencia, generalmente eso me calmaba, y así lo hizo. Recurrí a un mondadientes para quitar el exceso de verde en mis dientes y lo arrojé, sobresaltado, por el llamado de Sir Thomas para servir la cena…

 

Asesinato en primer grado, agravado por el vínculo. Confabulación y planificación de homicidio. Culpable de atentar contra la vida. Sentencia de muerte en la silla eléctrica. Todo por la mala suerte de que el mondadientes cayera dentro del sorbete.

 

 

 

JACK RAVEN



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En el texto hay: carcel, prision, mayordomos

Editado: 05.01.2019

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