La ciudad no dormía. Madrid, con su pulso eléctrico y su aire cargado de historia, parecía latir al ritmo del ascenso de Camila Varela. Sin embargo, en lo más profundo de la noche, cuando las luces ya no encandilaban y los brindis se acallaban, era cuando el verdadero juego comenzaba.
Camila estaba sentada frente al ventanal de la suite presidencial del Ritz, el reflejo de las luces nocturnas bailando sobre su rostro. En sus manos, el sobre viejo con la fotografía de ella y su madre. El nombre detrás —León Varela— resonaba en su mente como un eco del pasado que se negaba a morir.
—¿Quién eres realmente? —murmuró, como si la imagen pudiera responderle.
Mateo dormía en la habitación contigua. Le había insistido en que descansara, que no podía liderar un imperio si no cuidaba de sí misma. Pero Camila sabía que el descanso era para los que no tenían enemigos al acecho. Ella estaba en la cima. Y cuanto más alto subía, más afiladas se volvían las dagas.
De pronto, su móvil vibró. Un nuevo mensaje, sin remitente:
“León Varela está vivo. Y quiere verte. Mañana. Solo. Plaza Mayor. A medianoche.”
Camila sintió un escalofrío recorrerle la espalda. No había forma de que alguien supiera tanto… salvo que todo este tiempo, alguien hubiera estado observándola desde las sombras.
—
La mañana siguiente trajo consigo una tormenta mediática. Su discurso frente al Consejo Internacional de Finanzas había sido filtrado a los periódicos. Algunos la llamaban “la Reina de las Ruinas”. Otros, “la amenaza latina”. Había opiniones divididas, pero todas coincidían en algo: Camila Varela era ya una figura imposible de ignorar.
En las redes, su rostro aparecía junto a titulares de impacto:
“Una mujer contra el sistema.”
“Varela desafía a los gigantes de Europa.”
“Del barrio pobre al trono financiero.”
Pero mientras los medios la aclamaban o temían, Camila se preparaba para una reunión secreta. Había hecho que Mateo saliera del hotel con una excusa trivial, solo para no ponerlo en peligro. Se vestía con sobriedad: chaqueta negra, pantalón entallado, botas sin tacón. Como una sombra entre las sombras.
A las 23:59 llegó a la Plaza Mayor. Llena de turistas durante el día, ahora era un desierto de piedra y viento. Se acercó al centro, donde una figura encapuchada aguardaba bajo la estatua de Felipe III.
—Camila —dijo la voz del hombre, grave y cargada de años—. No pensé que vendrías.
Ella no respondió de inmediato. Lo observó con atención. Tenía el cabello gris, ojos oscuros como el mármol, y una cicatriz que le cruzaba la mejilla izquierda. Pero había algo más: esa forma de mirar. La misma mirada que veía cada día en el espejo.
—¿Eres tú?
—Soy tu padre. Y no me enorgullece la forma en la que desaparecí. Pero tenía que hacerlo.
Camila sintió cómo su respiración se aceleraba. Años de preguntas, silencios y ausencia. Todo estallando en ese instante.
—¿Qué sabés de mí? —espetó, con la voz temblorosa—. ¡¿Dónde estabas cuando mamá murió sola, cuando yo tuve que vender comida en la calle, cuando me traicionaron, cuando me hundieron?!
—Estaba huyendo. No de ti, sino de quienes querían destruirnos.
Camila retrocedió un paso. León Varela alzó una mano, sin intentar acercarse.
—Hubo un tiempo en que fui un revolucionario. Pero toqué intereses que jamás debí tocar. Los Montiel solo fueron una fachada. Hay algo más grande, Camila. Algo que tú estás por descubrir… y que puede matarte si no estás preparada.
Ella lo miró, en silencio.
—Y por eso apareces ahora, ¿para advertirme?
—Para ayudarte —respondió él—. Y para que sepas que no estás sola. Tienes sangre de líderes, de luchadores. Pero también tienes enemigos que no se detendrán ante nada. Ni siquiera ante ti.
—
Esa madrugada, Camila regresó al hotel sin decir una palabra. Pero sus pensamientos eran una tormenta. Por primera vez, comprendía que su cruzada personal de venganza solo era la superficie de una red mucho más profunda y antigua. Que la caída de los Montiel había sido apenas el prólogo.
En su escritorio, sacó un nuevo cuaderno. En la primera página, escribió:
“Fase II: Guerra Silenciosa.”
Y debajo:
“No busco sobrevivir. Busco reescribir las reglas.”
—
Al día siguiente, un desayuno informal con diplomáticos franceses terminó en tensión. Un empresario de apellido Duval, famoso por su arrogancia, intentó menospreciarla con un comentario:
—Dicen que naciste en un barrio de criminales, señorita Varela. ¿Cómo se pasa del barro al oro sin ensuciarse las manos?
La sala quedó en silencio. Camila sonrió apenas, se levantó con elegancia, tomó su copa de agua y se la lanzó al rostro con precisión quirúrgica.
—Porque mientras tú heredabas imperios, yo los construía. Con sangre, sudor, y dignidad. Y a diferencia de ti, yo no tengo miedo a ensuciarme si es por justicia.
Ovación. Fotografías. Virales en segundos. El video recorrió redes con la etiqueta:
#CamilaNoSeCalla
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Pero al regresar a su suite, otro sobre esperaba. Esta vez, no era una foto. Era un contrato de una corporación internacional. Con una cláusula de traición.
Firmado… por Elías Ramírez.
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fantasia, título: él me juró lealtad, yo le dediqué venganza géneros: romance
Editado: 16.05.2025