Días después…
Leisa y Boone decidieron posponer la boda hasta el mes de diciembre por compromisos que se le presentaron al flamante novio y porque de igual manera, Leisa pidió que la realizaran un tiempo más a futuro. En opinión de Elea era una reverenda estupidez porque ya tenían todo listo y por un capricho de su hermana mayor de que se aplazara unos meses más, todos los planes se fueron a la basura. Aún seguía molesta con ella por haberla hecho abordar un avión con el sentimiento de culpa porque llegaba una semana de retraso para ayudar con los preparativos. No iba preparada para conocer que después de todo si terminaría cumpliendo su palabra y postergaría el casamiento, en su opinión era una cancelación con todas sus letras en mayúsculas y recalcadas con negrita.
Leisa expresó la noticia a su familia en el momento que Elea llegó a casa después de su discusión con Harrison y lanzándole miradas furibundas porque Elea fue tan inteligente que no emitió opinión alguna. Consideraba que había hecho suficiente por hacerla entrar en rezón, incluso abalanzarse encima del tipo en cuestión y basarlo. Ella no iba besando a cualquier hombre guapo que se le presentara semidesnudo y mostrando su musculatura, no señor, para Elea era imperdonable rebajarse tanto, pero tuvo que romper una de sus reglas por el bienestar de su hermana y su futuro con Boone.
—Y un cuerno —murmuró, arreglando uno de los vestidos que colgaban mal de la percha antes de que abrieran la tienda para comenzar un nuevo día laboral en Sprinkle.
¿A quién engañaba?, se cuestionó sin dejar de fruncir los labios. Le había gustado besarlo, le fascinó besarlo, pero no iba a hacer un drama por una situación innecesaria. Sólo fue una vez y juró no repetir porque no creía volver a toparse con Harrison en el futuro y menos en Londres, una ciudad tan colosal y con un gran número de personas por doquier, y donde su familia no residía.
—He encontrado a la candidata perfecta para trabajar en Sprinkle —anunció Michelle, llegando con una feliz sonrisa en el rostro—. Después de un largo día de leer currículos, por fin la hemos hallado: a la chica perfecta para el puesto de recepcionista que tanta falta nos hace.
Elea se le quedó mirando durante unos segundos a su socia y amiga en Londres y sonrió a la preciosa morena de rasgados ojos azules y oscura melena que le llegaba por arriba de los hombros y se desvanecía hasta el mentón, completamente lisa.
Michelle tenía toda la razón, necesitaban de una tercera persona en el negocio ya que ambas salían a menudo y no podían cerrar por la temporada alta de ventas que se avecinaba y porque su tienda vintage de segunda mano ofrecía prendas de diseñadores famosos a un precio accesible y muchas chicas que no podían costearse dichos artículos a veces, a precios ridículos en otras tiendas las preferían a ellas, además, así ayudaban a Sparklet, su albergue para animales abandonados.
—¿En serio? Es genial —aseguró Elea—. ¿Quién es la chica?
Michelle fue a dejar su bolso encima del mostrador y de paso, arreglar su cabello en el espejo colocado a todo lo largo de la pared. Hurgó en su interior para sacar su paquete de goma de mascar sabor menta y se dirigió a tomar asiento en uno de los confidentes colocado junto al ventanal que daba a la calle del concurrido barrio de Chelsea.
—Va a encantarte —le aseguró, dejándose caer e indicándole a su amiga que la acompañara en su asiento—. Ya hablé con ella para que viniera a conocerte en persona y está feliz por la oportunidad. Es su primer empleo y su abuela frecuenta las mismas reuniones que la mía, por eso te digo que viene con buenas referencias.
—¿La de dos abuelitas reuniéndose a tomar el té? —cuestionó Elea, arqueando las cejas—. No sé, ¿al menos posee carisma para tratar con las personas?
—Lo tiene, Sahara es un encanto —expresó tan alegre y segura que Elea casi le creyó a su amiga—. Espera conocerla, va a fascinarte el ángel que posee la chica. —Le dio unas palmaditas en el muslo, poniéndose de pie—. Confía en mí que tengo excelente ojo con las personas.
Elea no dudaba en la capacidad de Michelle para percatarse de las personas, pero había algo que no le cuadraba del todo, que no le hacía mucha gracia al respecto y experimentaba un mal presagio acerca de aquella chica. Quizás estaba exagerándolo todo o empezaba a volverse loca, pero así lo presentía.
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—Te agradezco infinitito, Harrison haberme acompañado hasta acá —dijo Sahara mientras retocaba sus labios con el intenso tono rojo granate de su labial—, aunque lo considero innecesario. Eres un hombre muy ocupado y no deberías ser el chófer de una joven que tiene su carné y es buenísima conductora.
Harrison omitió responder con un comentario pedante, su hermana había elegido trabajar lejos de su hogar porque consideraba el barrio de Chelsea como lo más in de toda Inglaterra. De repente a Sahara le había dado por hacer a un lado sus aspiraciones de estudiar la universidad al otro lado del océano por ponerse a trabajar en una tienda de ropa.
Él no estaba de acuerdo en que Sahara se ocupara de una boutique porque sabía que era una chica lista para aspirar a ser solo la empleada de alguien. No tenía le encontraba sentido si ya tenía sus planes a futuro bien trazados y de la noche a la mañana cambiara de parecer. No apoyaba al cien por ciento la decisión de Sahara, pero tampoco iba a dejarla que hiciera todo sola, que condujera hasta Chelsea y regresara tarde. Así que, ahí estaba él, delante de un edificio cuyas paredes mostraban la delicadeza y feminidad de su interior.
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Editado: 24.10.2023