Astrid
Semanas antes
Esto es demasiado. Tragar tres bolsas de Sabritas y una coca cola; les juro que puedo escuchar la voz de mi mamá diciéndome que me vaya a dormir y me deje de tontearías. Pero si me duermo... él va a venir. No quiero eso.
2:15 de la madrugada, para muchos que lean esto pensarán que es temprano, no lo es... duérmanse. Hace tiempo no revisaba la hora, es algo tonto hacerlo después de cuatro horas.. Estoy sola en la sala, con el televisor encendido para ganar algo de luz. Películas, no; realities, no; terror, ni loca. Al final me decido por una comedia, se trata de un gato y un raton bastante divertidos, aunque mi madre diga que es para niños. Ella se lo pierde.
Se escuchan ruidos extraños al fondo de las escaleras y un escalofrió recorre mi cuerpo —¿José eres tu?— Pregunto en voz alta sin mirar hacia lo que tengo detrás. Sostengo el tazón de palomitas con fuerza y volteo a ver detrás mío, sigilosamente.
—Si, baje por un vaso de agua— Uff, solo era mi hermano.
Tomo un puñado de palomitas y me lo meto rápidamente a la boca
—Deja un poco para mi tragona— Dice José arrebatándome el control —Hoy hay juego— exclama él. Maldito juegos europeos que solo los pasan a esta hora.
—Si, igual ya me iba a dormir— suelto el tazón de palomitas y arrojo la cobija hacia el costado.
—¿Desvelarte para ver Tom y Jerry?— Suelta burlonamente.
—Es que... comí muchísimo pastel y ahora no puedo quedarme dormida— le miento
—Entonces te la pasaste bien, que lujo. Te dije que sería un buen cumpleaños, yo nunca miento— Dice con confianza. Aunque sea falso, odié este cumpleaños, odio esté día.
—Sí, fue un gran día— Murmullo. Aunque ni yo me tomo enserio lo que digo; la verdad si le creí que «todo iba a tornarse mejor» esa es la frase que él uso, pero es que nunca va a suceder, siempre las cosas tienden a empeorar con el tiempo y no lo contrario. Debería de subir a mi recamara, no quiero que me vea así.
Me hago bolita en la esquina del sofá mirando hacia el televisor, José se acerca a mi rodeándome con su brazo, sin decir ninguna palabra, sólo sube sus pies descalzos a la mesa y arrastra las palomitas de regreso. —Le dije a mamá que era mala idea— dice él.
Sabía que se terminaría por dar cuenta.
—Sí, pero ya sabes cómo es; insiste en que debería de tener amistades— respondo.
Él juego da comienzo, Francia contra Portugal; no sé a que equipo apoyamos, pero parece entretenerle. Son juegos repetidos, basta con buscar él resultado en internet, y de esa forma evitas desvelarte un día domingo. Cuando el arbitro suena su silbato es la señal, ya nada importa más que ganar.
—Por lo menos está vez te dejo decidir a ti ¿Recuerdas cuándo invitaron a Melody a tu fiesta? Vi en tus ojos que querías golpearla contra una pared— ríe. En realidad yo no quería golpear a Melody, pero es cierto que no pude socializar con ella.
Melody era una amiga mía, pero de primaria, no la había visto desde que estaba en segundo y éramos niñas que comían pegamento antes de la cena. Seis años después, mamá se encuentra con la madre de Mel en el supermercado y piensa que sería una gran idea invitarla a mi fiesta, de las noches más incomodas de mi vida, ella era otra persona completamente, había adelgazado muchísimo y se había desarrollado más que yo, de todas las formas que se pueden imaginar. No la culpo, ella intento sacar conversación y ser amable conmigo, soy yo la que no sabe reaccionar y arruina cualquier intento de tener una relación con una persona.
—¿Tan siquiera la pasaste bien hoy? No se cumplen quince años todos los días—Indaga, es de esperarse que no lo sepa, estuvo toda la fiesta sentado junto a Amelia, su novia. Vinieron unos cuantos amigos de él y fue suficiente para perder a la única persona que me agradaba en esa fiesta. Era la protagonista en este día, pero me sentía en segundo plazo; sentada junto a mis primos, con un gorrito de fiesta y escuchando la conversación de la cual yo no era parte. Aunque la comida estaba deliciosa, eso es verdad.
—No estuvo mal—respondo.
Esperaba una respuesta de él, pero parece que el partido se puso interesante, se inclino sobre sus rodillas y ahora está con los ojos abiertos frente al televisor. El partido sigue empatado, pero un jugador de rojo tiene el balón, mientras el blanco va tras él.
«Lo va a atrapar» pienso. Todo mundo cree eso al parecer, ya que cuando el rojo hace una jugada con la pelota y la pasa por las piernas del blanco, apareciendo consecutivamente tras de éste, todo mundo grita y se exalta. Eso parece ser bueno, a él le hemos de ir.
—¡Que hijo de puta!— Exalta José. Creo que a él no le vamos. No me importa, yo apoyare a los rojos.
—¡Vamos rojos!— Exclamo. José me lanza una mirada acusadora, sabe que no tengo idea ni del país al que apoyo, pero sacarle la contraria es más divertido.
Ahora el jugador rojo pasa el balón, los blancos lo intentan contrarrestar y lo consiguen, ahora lo tiene un blanco; el cual corre por el centro, evadiendo a los corredores rojos que cruzan el campo en linea curva. Saben a donde tienen que ir a parar: a detener la pelota de las garras blancas.
—Pásasela al de la derecha, ¡Al de la derecha!— Repite para ver si así lo escucha, me mofo de eso, y más cuando quien José no quería que tirara le regala la pelota al otro equipo.
Ahora los rojos lo tienen de regreso, patean el balón hasta la zona del medio, está lleno de blancos y siento que se equivocó. La pelota va a caer, pero tiene la curvatura perfecta para que los rojos podamos morir de un infarto, y que uno de los rojos salte y de un cabezazo que se la entregue a otro jugador.
El rojo corre y los blancos se le vienen encima, no sé como pueden correr tanto.
—¡Pásala!— Ordeno, se me olvida que hay gente dormida en casa.