Cristian
Sorprendentemente y aunque no me lo esperaba, apenas llegar a casa logré tirarme dormido sobre el sofá. Los médicos tienen mi número para emergencias y me llamarán en cuanto sea necesario, sólo queda esperar a que Ame recupere el conocimiento y no me sienta tan culpable por haberla dejado. Ella me dirá que no fue culpa mía, que había caído de nuevo en sus vicios, pero que los dejara y va a ayudarme para sacar este sitio adelante.
Empiezo levantándome del sillón del comedor para buscar mi teléfono entre la pila de ropa, y de paso busco algo en estado decente que pueda ponerme.
No he lavado ropa desde... sepa el diablo cuanto tiempo. Esperemos nadie lo note.
Los vecinos me han ofrecido su lavadora, pero no soy el tipo de persona que ama la caridad; me siento un fracasado cada que la señora Rivera viene a regalarme las sobras de su comida del domingo. O cuando las amigas de Rebecca le regalan blusas que ellas no utilizan, me dan ganas de ahorcar a esas niñas, junto a sus camisas de cuarta, y lo peor quizá sea que mi hermana las acepte. Pudimos haber pagado veinte pesos por una camisa así en el mercado más chafa del pueblo, y sería mejor.
Finalmente encuentro mi teléfono y una camiseta negra sin huecos de tamaño visible.
Repasando mi itinerario ahora es momento de preparar el desayuno, si hay suerte tendremos leche, si no hay suerte diría que tenemos agua, pero no tenemos.
Por si la mañana no pudiera ir de otra forma, tropiezo con la vieja maquina de coser de mamá y doy un fuerte abrazo al piso.
—¿Qué fue eso? — Pregunta la voz de mi hermana desde el segundo piso.
«Nada grave, sólo mate una araña con mi frente»
—¡Baja a averiguarlo! — Recupero mi postura y tomo asiento delante de aquella máquina.
Desde que me despidieron he encontrado formas de sobrevivir al hambre, una de esas formas es vender todo lo de valor que quedaba en esta casa; floreros, retratos, almohadas, el refrigerador, etc. Incluso deje tocarme la cara a un hombre raro del mercado; pero llega un momento en que las cosas se acaban, así que una maquina de coser en buen estado puede mantenernos en pie las siguientes dos semanas por lo menos. Obvio manteniendo un exhaustivo cuidado sobre lo que gastamos.
—¿Eso por lo menos funciona? —
—Piensa en positivo, talvez mañana comamos pollo— Le sonrío y empiezo a buscar el botón de encendido.
—Comí pollo en casa de Evelin la otra noche— Se sienta en el piso y busca junto a mí.
—¿Evelin? ¿La que te regalo el gorro de navidad que le tejió su abuela porque le parecía feo? — Pregunto indignado.
—Si, esa. ¿Te vas a molestar sólo por eso? La verdad el gorro no estaba feo, ella es algo especial, si es que sabes a lo que me refiero — Ignora mi mirada reprobatoria y continua haciendo movimientos en la maquina —Ya encontré donde encenderla, creo—
Otra vez la pelea del pollo. No necesariamente de pollo, pero la comida a veces llega a ser un problema, y aunque que yo prefiera conservar mi dignidad y no pedirle a la gente su ayuda, Rebeca disfruta de que se le obsequien lujos, por no poder pagarlos ella sola.
—Ya te he dicho que no dependas siempre de los demás, en especial de esa Evelin; ¿la has visto caminar? Le damos asco —Tomo el interruptor y lo aprieto. Al parecer ocupa corriente.
—Tu no le das asco, la casa da asco; está maquina ha estado semanas aquí en media sala y hasta hoy la encontramos, créeme que ilusión no me hace invitar a gente. Trato de no sepan nada de nosotros, además que tu odias limpiar y por esas razones hay alacranes bajando por el techo cuando tu no te das cuenta— Exclama con algo de decepción —Está cosa va a la basura, ni siquiera tiene todas sus piezas— Señala a la maquina. Es verdad, otro caso perdido y una decepción para comenzar el día.
—¡Lo tengo! La solución es conseguir nuevas amistades, quizá unas menos fresas, estoy seguro que en tu escuela encontrarás gente en peor condición que tú y seguro que nos haremos buenos amigos, ¿Ya te platique sobre lo famoso que yo era en secundaria? Te podría dar consejos y todo para formar tu propio grupito, no ser más una de los borregos de Evelyn Orozco—
Ella y yo nos levantamos del suelo, damos tres pasos y ahora estamos en la cocina. Es casa pequeña.
—Cristian por favor— Reclama Rebeca, pero no le hago caso y procedo a relatar.
—En secundaria todo mundo creía que yo era un riquillo, que divertido. Todo por mi color de ojos, tu no los heredaste así, pero no los necesitas para que te pongan en un altar. Sólo que eres muy insegura Bequita, debes poner más carne al asador—
—No me digas así—
—¿Así de qué?—
—"Bequita" es horrible—
—A mi gusta decirte así, ya te dije que frente a los demás te llamaré Rebeca, Rebeca la grande— bromeo. Ella gira los ojos.— No me distraigas, luego olvido en donde me quede—
—Bueno, me callo, sigue con tu anécdota, me está encantando— Ironiza.
—No te acuerdas, pero yo en secundaría era un galán de cuidado, sacaba buenas notas, estuve en el equipo de futbol y era de los mejores. Estuve triunfando en la vida antes que tú comenzaras a pronunciar bien la "erre". Eras muy graciosa, estabas llena de vida ¿Por qué tuviste que crecer?— Me siento junto a Rebeca y la miro buscando una respuesta.
—Te desviaste de nuevo— Señala.
—Ah es verdad, ¿Dónde me quedé?—
—Me enseñabas a vivir mi vida; renglón dos, párrafo tres—
—Claro, estaba pensando en otra cosa, no vuelve a suceder. En fin, si quieres alejarte de la piraña mayor, debes empezar por eso mismo, alejarte de ella—
—Sigue, te escucho, está es la conversación más instructiva e interesante que he oído—
—Segundo paso, conseguir otras amigas—
—Sencillo, suena razonable—
—Tercer paso, atacarla por la espalda—
—¿Cuál era el primer paso? Voy a tomar apuntes—