—Que silencioso. —El patio del castillo lucía tranquilo, eran las nueve de la mañana y los pajaritos apenas iniciaban su concierto matutino. Decidí dar una caminata solitaria para despejar mis ideas, a pesar de tener el duelo a un mes de distancia, no me sentía para nada nervioso, sino todo lo contrario.
En el pasado, siempre estaba ocupado haciendo trámites o entrenando con la espada, nunca me di la oportunidad de pasear despreocupadamente por acá. Los jardineros me soltaban educadas reverencias cada vez que pasaban con sus utensilios de labranza, pero ninguno entabló conversación conmigo.
Seguían su rutina una y otra vez, sin alterarla ni aventurarse a cambiar.
Pero no podía culparlos, yo hice lo mismo.
—¿Habría sido mi vida diferente? —Si en lugar de tomar posesión del castillo hubiese decidido viajar por el mundo como un caballero errante, tal vez mi situación sería totalmente diferente. Por un momento, la idea de viajar de ciudad en ciudad, participando en torneos y ofreciendo mi espada a otros señores más grandes, no sonaba tan mal.
Pero luego de pensarlo bien, llegué a la conclusión de que mi vida fue buena, ¿para qué cambiarla?, ¿para qué desear algo mejor cuando ya tengo todo?
Estuve casado por treinta años con una gran mujer y tuve cuatro hijos varones. No podía pedir más.
De joven, uno quiere comerse al mundo, salir más allá de sus fronteras personales para afrontar retos nuevos, conocer personas y al final, encontrar la felicidad. Por fortuna, en mi caso no será necesario pensar que las cosas habrían sido mejores si tomaba otro camino.
—No hay nada más relajante que una caminata —susurré, estar sin armadura y desarmado era lo mejor, durante años mantuve mi guardia alta por si aparecía un enemigo en el lugar menos indicado. Menuda tristeza, había cosas que no podían verse con el escudo levantado y el yelmo puesto, como la suave textura del pasto recién cortado, o la corteza de los árboles verdes que soltaban limones de vez en cuando.
¿Cómo no lo noté antes?
—Sir Fred, ¿tiene un momento? —De la nada, una voz conocida me llamó desde la distancia.
—Tengo todo el día, ¿qué sucede? —El hombre que vino a buscarme era un mensajero real, un sirviente leal a mi hijo, Lord Pedro.
—Tengo un mensaje para usted. —El mensajero me entregó una carta sellada, al verlo de cerca, pude notar que no era más grande que mi nieto, tenía aproximadamente diecisiete años de edad y vestía un jubón negro con pantalones blancos, botas cafés y un sombrero verde, señal de que pertenecía al Castillo Marea. La expresión tranquila de su rostro indicaba que no se trataba de un mensaje urgente.
—Gracias por traer el mensaje, lo leeré en seguida. —Tras mi respuesta, el jovencito emprendió la marcha hacia el castillo central, dejándome solo con la carta.
El mensaje decía lo siguiente: “Padre, tenemos que hablar, estaré a las orillas del lago al mediodía”
Un mensaje pequeño.
A Lord Pedro nunca le gustaron las letras, mucho menos escribirlas, recordaba a la perfección lo mucho que batallé para enseñarle a leer. Mis consejeros me decían que le dejara el trabajo a un escriba, o un profesor más versado que yo en las artes literarias, pero no podía dejar a mi heredero con cualquier hombre.
Entre planas y repeticiones, le enseñé el duro arte de la lectura.
Cuando llegué a la orilla del lago, Lord Pedro aún no estaba, el sitio seguía tal y como lo recordaba en mi infancia: Vacío, con un silencio reinante que me permitía escuchar mis más profundos pensamientos.
El pasto verde y el agua cristalina eran un verdadero placer visual, desde aquí podía ver mi reflejo claramente, como el cristal mismo. Mi cabello ya no era rubio, en su lugar, una fina capa blanca había cubierto mis quebradizos cabellos, producto de la edad y el cansancio.
Mis poderosos músculos y rostro agraciado se marchitaron con el tiempo, ahora no era diferente a un tronco viejo y desgastado. Aun así, debajo de estas arrugas y huesos adoloridos, se encontraba todavía la voluntad de un hombre fuerte y sobre todas las cosas, mi experiencia.
Aquello era lo único que no se debilitaba con el pasar de los años.
Sin importar cuanto tiempo pase, la sabiduría que gané jamás desaparecerá.
Aun si llego a olvidarlo todo, mis hijos y nietos continuarán mi legado, de ese modo, todo el sufrimiento y el dolor que sentí jamás será en vano.
—Hey, padre. —De repente, la voz de Lord Pedro me sacó de mis divagaciones, mi hijo se presentó ante mí con un rostro solemne y lleno de porte. Vestía un jubón de terciopelo azul y pantalón café, el color rubio de sus cabellos y la piel clara como las montañas de invierno, lo hacían muy parecido a mí.
—Hijo, ¿para qué me llamaste? —cuestioné.
—No lo puedo entender, ¿por qué te ofreciste como campeón?, pude haber derrotado al rival por mi cuenta. No tenías porqué ofrecerte así.
—Te equivocas, hijo, en una pelea pueden pasar muchas cosas, recuerda que he vivido más que tú. No sabes la cantidad de veces que un competidor inferior terminó venciendo a su oponente, ya sea por suerte o una buena planeación. Eres el señor del Castillo Marea, arriesgarte a ti mismo cuando el feudo y el rey te necesitan no es una idea inteligente, además, no estoy tan seguro de mi derrota. —Eso último fue una mentira, en el fondo de mi corazón, sabía perfectamente que mis posibilidades eran muy pocas, pero tampoco nulas, en mis tiempos fui un gran guerrero y aún ahora, podía presumir de ser lo bastante diestro para derrotar enemigos de nivel medio.
Editado: 16.03.2020