El mes del caballero

Capítulo 2: Héroe o villano

No hay héroes.

 No hay villanos.

 Lo entendí de la peor manera posible.

 Cuando era un adolescente, quería convertirme en un caballero supremo, un héroe legendario del que se tuviese memoria a través de los siglos. Me esforcé mucho para pertenecer al séquito del rey durante la primera guerra que combatí, llevé mis habilidades al máximo, memoricé cada poema y canción heroica para cantarlas en banquetes a las señoritas nobles, se podría decir que alcancé el epítome de la caballería.

 Y aun así, cuando cabalgamos en las calles de Lona, la capital del Reino de Flor, jamás olvidaré las miradas de terror que los niños pusieron sobre mí. No veían a un héroe, sino a un monstruo que venía a destruir su ciudad y matar a sus habitantes.

 Las canciones no hablaban de esto, mucho menos los poemas.

 La guerra fue aterradora, una masacre de carne y sangre donde muy pocas cosas resultaron ciertas. No había honor en masacrar campesinos famélicos o jovencitos débiles que en sus vidas habían tomado una lanza y de todos modos, eso no me impidió cargar con otros caballeros para destrozarlos sin piedad alguna.

 Pero al volver a casa, mis compañeros y amigos me recibieron como un salvador, cantaron canciones por mí e hicieron banquetes llenos de comida y diversión. Fue ahí donde lo entendí; el concepto del mal y el bien eran irrelevantes por sí mismos, una creación moral que la humanidad inventó simplemente para poner ideologías.

 Los villanos eran héroes, los héroes, villanos, un cuento absurdo que jamás terminaba, ni siquiera con el derramamiento de sangre.

 ¿Entonces por qué motivo combatí?

 ¿Por cuál motivo decidí convertirme en caballero?

 De joven no pude encontrar una respuesta y ahora, como un anciano, tampoco logré llegar a una conclusión que me tuviese satisfecho. Para el Reino de Flor, la sola mención de Sir Fred era sinónimo de amargura y temor, pero acá, en el Castillo Marea, se me recuerda como un gran líder y alguien capaz de dirigir perfectamente a sus hombres en el campo de batalla.

 Menudas percepciones más diferentes.

 ¿Era un héroe?

 ¿O un villano?

 Jamás podré responder esa pregunta, pero quizá sea la historia quien me juzgue por mis acciones. En este punto de mi vida, ya no me importaba.

 Hice lo correcto, o al menos, lo que yo creía correcto, no podía decir más, tampoco era un santo o un Dios, mis acciones siempre se vieron limitadas por el potencial humano. Luché, dirigí y ahora mismo, disfrutaba de mis acciones del pasado. No podía volver atrás, no deseaba regresar al pasado, para mí, los recuerdos eran una ventana que apreciar con una sonrisa, no una puerta inalcanzable de mis más oscuros deseos.

 Entonces, si tuviese que responder a la pregunta de si era o no un héroe…

 Diría siempre lo mismo.

 “La historia se encargará de mí”

 Y estaba conforme con eso.

 —Mi señor, su espada está lista. —Mis pensamientos fueron interrumpidos por una voz conocida, al darme la vuelta pude ver al viejo herrero caminando hacia acá. El hombre tenía mi edad, pero lucía mucho más musculoso que yo, producto del trabajo en la forja, vestía una camiseta sin mangas de tela gruesa y pantalones cafés, el atuendo típico de un herrero. En sus manos, tenía una espada bastarda vieja, pero reluciente, la hoja estaba recién pulida, de igual forma, el mango también presentó una restauración completa y para terminar, el adorno del relámpago en el pomo volvía a brillar como en sus mejores tiempos.

 —Gracias por tu arduo trabajo, Arturo. —La familia Moreno tenía una espada que solo podía cargar el señor del Castillo Marea, se llamaba Juicio Final y actualmente la portaba mi hijo, Lord Pedro, sin embargo, la espada que el herrero me arregló no era una reliquia familiar, sino personal.

 El nombre de la espada era: “Rayo”, por el adorno del relámpago en el pomo.

 Yo mismo mandé a forjar esa espada cuando era joven y fue el arma que utilicé durante toda mi carrera marcial. No utilicé mucho a Juicio Final, pues prefería tener mi toque personal en la batalla y por ende, dejé a la espada familiar como parte del uniforme para ceremonias importantes.

 No obstante, las diferencias entre Juicio Final y Rayo eran abismales.

 La primera tenía más de 600 años de antigüedad y estaba hecha de un metal rúnico especial, forjado por un maestro hechicero durante la guerra del tornado. Un arma poderosa e implacable, pero demasiado ostentosa para mi gusto.

 Rayo, por otro lado, era una espada común, forjada con un acero decente y de buena calidad, nada mágico ni resplandeciente como la espada de mi hijo.

 ¿Por qué motivo elegí a Rayo?

 Muy simple.

 Deseaba ser alguien diferente, un espadachín famoso por su habilidad y no por la espada legendaria que llevaba. Claro, Juicio Final te daba una gran ventaja en combate, pero si no sabías usarla entonces no era diferente a un pedazo de metal.

 Y de ese modo, fui conocido como Lord Fred, espadachín del trueno, un título que me gané por el nombre de mi espada y de paso, mi habilidad para derrotar enemigos. Pero de aquello ya han pasado casi 30 años, el hombre que alguna vez derrotó a 6 oponentes al mismo tiempo y salvó a su esposa de unos asesinos ya había quedado atrás.



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En el texto hay: drama, caballeros, acción

Editado: 16.03.2020

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