En este punto de mi vida, no le debo nada a nadie.
¿Cómo se sentirían las personas con deudas o cuentas pendientes?, no hablaba de dinero, ni tampoco de venganza, sino de algo más profundo, un sueño que no pudieron cumplir o una disculpa que jamás salió de sus labios. Debía ser horrible, el tener tantos sentimientos dentro de tu corazón y no poder expresarlos nunca más, ya sea por la muerte o por algún factor externo.
Dije todo lo que tenía que decir, pero también me dijeron todo lo que deberían decirme.
Para este punto, ya no había más palabras que recibir, solamente un compás amigable que me acompañaba como una sombra silenciosa.
—Creo que iré a dar un paseo.
Salí del castillo al filo de las cinco de la tarde, el cielo nublado y la brisa de otoño poco a poco me transportaron a las nubes, lejos de todas las preocupaciones mundanas y del único pendiente que me quedaba por saldar: El duelo.
No era estúpido, podía ver claramente los rostros preocupados de mis parientes y sirvientes cada vez que se topaban conmigo, este malestar se presentaba con más frecuencia en mi nieto mayor, cuya edad era la indicada para los arrebatos idealistas.
—Supongo que los adolescentes son los que más sufren las muertes —susurré, para mi nieto, la sola idea de perderme debía ser aterradora. Mi presencia ha estado con él desde que nació, lo he visto crecer y desarrollarse en un hombre decente, pero aún no terminaba su proceso de crecimiento. En el fondo, seguía siendo un chiquillo esforzándose de más para convertirse en adulto, justo como yo y su padre. A diferencia de Lord Pedro, Héctor todavía no entendía porque una vida debía perderse en algo tan triste como un duelo.
Su mente joven e idealista aún no se daba cuenta de la verdad, por ende, el hecho de perder a un ser amado por un motivo que estaba lejos de su comprensión, le resultaba doloroso.
—He estado con él desde siempre y luego, de la noche a la mañana, podría desaparecer, nunca más me volverá a ver y cargará con ese resentimiento el resto de su vida. Es verdad, tal vez para mí ya no haya nada que perder, pero mi nieto y los más pequeños aún son demasiado jóvenes para entender mis motivos. —Mi discurso silencioso fue acompañado de una suave brisa.
Deseaba proteger a Héctor y a los demás de este dolor, pero no podía estar con ellos para siempre, eventualmente, aún si gano el duelo tendré que morir tarde o temprano. Mi muerte será una prueba más en sus caminos que apenas comienzan, ¿los volverá más fuertes?, ¿o hará que sus caminos desaparezcan?
—Pero que incertidumbre —volví a susurrar —. Aun así, no tengo miedo ni tristeza por lo que pase en el futuro. Confío en que mis hijos y sus parejas criarán a estos niños para que sean la siguiente generación. Yo cumplí mi parte al mundo, ahora les toca a ellos.
“De todos modos, un poco de preocupación tampoco está mal”
En vez de dirigirme al patio del castillo, caminé hacia la arena de prácticas, lugar donde el sargento de armas enseñaba a los reclutas y miembros de las familias nobles. Fue en este lugar donde aprendí a dar mis primeros golpes con la espada y también, donde me dieron las primeras palizas para aprender este doloroso arte.
Y al parecer, no ha cambiado nada en los últimos cincuenta años.
El terreno plano y carente de arbustos lucía exactamente igual a como lo recordaba en mi infancia, los mismos barracones, el mismo sabor a tierra húmeda por las tardes.
Lo único diferente era el sargento de armas.
—Señor, buenas tardes, ¿en qué lo puedo ayudar? —El hombre a cargo de los barracones era un sujeto joven, de aspecto duro y rostro golpeado. Medía cerca de un metro con ochenta centímetros, la mirada valiente pero servicial del sargento no se parecía en nada a la del antiguo encargado. Bueno, quizá porque le hablaba al antiguo señor del palacio y no a un novato.
Con los reclutas y escuderos seguro mostraba una cara distinta.
El viejo loco, como le solíamos decir, era precisamente la imagen que cualquier persona imaginaría de un sargento… Feo, mal humorado y temible.
A diferencia de este joven, cuya edad no debía pasar de los treinta, el viejo nos recibía con insultos, golpes y escupitajos. Nunca hubo una vez donde no lo haya escuchado decir groserías o meterse con las madres de los demás reclutas, en una ocasión le tiró los dientes a tres escuderos que se aliaron para darle una lección en los campos de entrenamiento.
Fue duro, malvado y siendo honesto, me caía de la patada.
Pero sus enseñanzas me resultaron útiles.
Salvaron mi trasero más de cien veces y al final de sus días, cuando ya no podía ni pararse para ir a cagar, me acerqué al viejo y le di las gracias por todas las lecciones duras que me dejó durante mi juventud. Con esas últimas palabras de agradecimiento, el viejo partió de este mundo con una sonrisa descarada sobre sus labios.
Luego supe que ese bastardo había besado a una señorita noble un día antes. Y en los labios.
—Una tarde tranquila, ¿verdad? —La conversación con el nuevo sargento me regresó al presente, después de todo, no vine a los barracones para recordar el pasado.
Editado: 16.03.2020