Sonreí satisfecha al ver mi reflejo en el espejo. Llevaba puesto un pantalón de mezclilla oscuro a juego con una blusa color blanco. De adorno, llevaba un collar plateado. Mis ojos azules resaltaban debido a mi tez morena y el vestuario.
Finalmente había llegado el fin de semana. Eso era lo que necesitaba, después de haber lidiado con las tareas y trabajos escolares —y eso sin contar con las presiones de Harvard —, un descanso no me vendría mal.
Con sumo cuidado tomé mis cosas y salí de mi habitación en el más absoluto silencio. Desde el pasillo se escuchaba el ruido de la televisión, mi madre estaba en la sala. Obviamente no iba a ser tan fácil salir de la casa como pensé al principio.
Se lo que están pensando, y la respuesta es no. No le había pedido permiso en toda la semana. Opte por la frase más vale pedir perdón que permiso. No resultó.
— ¿A dónde crees que vas a tan campante? —mi madre enfocó toda su atención en mí. No le agradó la idea de verme tan arreglada.
—Con mis amigas.
—Amigas… —saboreó la palabra con gesto amargo en sus labios —. Por amigas te refieres a esas dos descarriadas.
—Por amigas me refiero a Olivia y Cleo —puse los brazos en jarras —. Ellas tienen nombre… y no son unas descarriadas.
—Con que muy brava —apretó los labios —, ¿A dónde van a ir?
—A un club que acaba de abrir sus puertas por la South Market —cerré los ojos al decir eso último. Ya sabía qué tipo de reclamos me esperaban al momento de pedirle el permiso.
— ¡De nuevo a un club! —se puso de pie con dramatismo, y pasó una mano por su rostro —. ¿Sabes que es lo que va a pasar con estas saliditas tuyas? —negué con la cabeza —. Vas a quedar embaraza y adiós Harvard.
—Mamá —le dije tratando de contener una risa —, creo que miras en exceso lo que callamos las mujeres y la rosa de Guadalupe —a mi madre le gustaba ver ese tipo de programas, decía que de esa manera mantenía más cercanas sus raíces —. En teoría son in moralejas.
—Ya te acordaras de mi —pasé saliva con seriedad —, y te tragaras tus palabras.
—Como digas mamá —giré la manija de la puerta de entrada —. Nos vemos al rato, no me esperes despierta —sí, era el cinismo en persona.
La dejé en la casa hecha un manojo de nervios, gritos y dramas —me refiero a que estaba viendo sus series —. Desde que había sucedido lo de Lana, se estaba portando peor conmigo.
— ¿Por qué la tardanza? —preguntó Olivia una vez que subí al auto.
—Sabes bien que la situación con mi madre no es fácil —recargué mi cara en el asiento de cuero —. Para todo hace un drama.
—Pero no le digas que es dramática —Cleo soltó una carcajada —. Ya que es abogada, te puede meter a la cárcel.
—El cielo nos libre.
Quince minutos después, las tres dimos con el nuevo club. Tomamos asiento, pedimos algo para beber y algunos aperitivos. Mientras ellas trataban de llamar la atención de un chico, yo me encontraba mirando con detenimiento el lugar.
El cual estaba genial. Ambientado en los años ochenta. En todos los lugares había un poster diferente. Madonna, Queen, Michael Jackson, A-ha, Rolling stones. Los reyes de la música.
A la hora de haber entrado, pausaron la música. Como era el día de la inauguración, iba a haber una banda en vivo. Todas las chicas a mi alrededor comenzaron a gritar como locas. Al chico no lo alcancé a mirar, ya que varias personas nos bloqueaban la vista.
—Buenas noches —se escuchaba la voz —del que yo suponía era el vocalista —por medio del micrófono —. Espero que estén pasando una noche excelente —las chicas comenzaron a gritarle baby, handsome, entre otras cosas. Sin duda es todo un Adonis. Esa fue la primera impresión que me dio —. Vamos a iniciar con una balada, estoy seguro de que algunas chicas sabrán de cual se trata —Olivia y Cleo se miraron con extrañeza y al igual que todos, comenzaron a aplaudir, a pesar de que no veían nada.
—Regálame tu risa, enséñame a soñar —las chicas comenzaron a gritar más fuerte al escucharlo cantar la canción de Pablo Alborán, solamente tú. Pero yo quedé sobresaltada al oírlo cantar por otros motivos. Su voz me sonaba tan familiar —. Con solo una caricia me pierdo en este mar —y entonces lo recordé. Era él. Era el chico que había escuchado cantar la otra noche. Todavía no le había visto la cara como para darlo por hecho, pero su voz era la misma.