El Misterio Del Área De Descanso primera parte: km 27

capitulo 8. OPERACIÓN BLOQUEO

Macarena entró por la puerta de casa arrastrando los pies. Estaba muy cansada. La noche había sido intensa. La macrooperación en la que estaba involucrada desde hacía meses llegaría a su fin esa misma noche. Tenía que intentar dormir. Estaba a punto de culminar un trabajo policial de cientos de horas y debía tener la mente despejada. Leyó la nota que había sobre la mesa de la cocina: «Me he despertado pronto y he salido con la bici. Tienes el desayuno donde siempre, no te acuestes tarde, nos vemos después. Un beso. Te quiero».

No tenía hambre. Encendió un cigarro aprovechando la ausencia de su padre y sacó su ordenador portátil de la mochila.

—Voy a dar un último repaso —murmuró.

Abrió la cuenta de Gmail que estaba investigando y volvió a hackear la contraseña una vez más. La cambiaban constantemente, pero eso no era un problema para Macarena. Comprobó que no había mensajes, pero sí rastro de actividad, como debía ser. Sonrió mientras le daba la última calada a su cigarro. Todo estaba como tenía que estar, preparado. Nadie parecía sospechar lo que se le venía encima. Cerró la sesión borrando todas sus huellas y apagó el ordenador.

Quince minutos después ya se encontraba duchada y metida en la cama. Fijó la vista en el techo de su habitación y repasó mentalmente los detalles de la operación. No se podía permitir dejar ningún cabo suelto, debía tenerlo todo bien atado. Llevaban demasiado tiempo preparando la intervención como para que todo se fuera al traste por algún detalle insignificante. Lo volvió a repasar un par de veces más en orden cronológico y cerró los ojos.

Todo comenzó un año y tres meses antes en la Fiscalía Especial contra la Corrupción y Criminalidad Organizada. Un periodista de renombre, y con ciertas credenciales, le sopló al fiscal general del Estado que había un ministro del Gobierno que estaba incurriendo en varios delitos reiteradamente. El periodista había realizado una investigación por su cuenta. En el trascurso de algo más de cinco meses, reunió las pruebas suficientes como para sentirse en disposición de verter las acusaciones de malversación de caudales públicos, tráfico de influencias, cohecho, prevaricación, blanqueo de capitales y otros delitos de corrupción. Tenía fechas, movimientos, nombres…

Después de estudiar detenidamente las pruebas, el fiscal jefe decidió abrir una investigación con la colaboración del Departamento de Anticorrupción de la Policía nacional. Comenzaron interviniendo los teléfonos móviles tanto del ministro como de su entorno más cercano. Monitorizaron llamadas, mensajes, correos, ubicaciones y trayectos frecuentes. Enseguida se dieron cuenta de que algo no cuadraba. Aparte de los presuntos delitos contra la hacienda pública, había un detalle que olía francamente mal. Cuando los agentes cruzaron los datos de los diez teléfonos móviles intervenidos, descubrieron que había una ubicación coincidente en tiempo de manera reiterada en la mayoría de los dispositivos y que nada tenía que ver con su entorno laboral. Todas las alarmas saltaron a la vez cuando comprobaron lo que había en dicha ubicación: la parroquia de San Nicolás de Usera.

Se trataba de una pequeña parroquia que se encontraba en el distrito de Usera, al suroeste de la ciudad de Madrid. No era la primera vez que los investigadores tenían escrito en la pantalla del ordenador el nombre de aquella parroquia. José Luis Pérez Camacho, su párroco, tuvo el honor de ostentar durante un tiempo el título de principal sospechoso de la desaparición de un niño de nueve años en el entorno de su congregación siete años atrás. Se llamaba Farid Sabur, un niño sirio que había llegado unos meses antes a La Residencia de Dios. Una escuela que el mismo José Luis fundó con la premisa de dar cobijo y educación a niños menores sin acompañamiento, refugiados, hijos de familias rotas y menores inmigrantes desamparados. Una trabajadora de los servicios sociales de la comunidad de Madrid denunció la desaparición a la Policía.

Por aquel entonces, la unidad de desaparecidos, con el inspector jefe Rubio al mando y con la ayuda de un jovencísimo Budy recién incorporado, encontraron al niño muerto en el maletero de un coche. Farid presentaba signos de violencia y de abusos sexuales. El coche se halló escondido en un desguace, sin matrículas y medio destartalado. Llegaron a él gracias a las declaraciones contradictorias del párroco, que, primero, declaró que la tarde de la desaparición se encontraba visitando una parroquia en la zona norte de Madrid utilizando como medio de transporte aquel vehículo y, después, en una segunda declaración, cuando le preguntaron dónde se encontraba dicho vehículo, dijo haberlo dado de baja una semana antes del suceso. Los agentes comprobaron que, efectivamente, la tarde de la desaparición José Luis se encontraba en una parroquia de Becerril de la Sierra, pero no pudieron confirmar qué medio de transporte utilizó para llegar hasta allí. El coche estaba a nombre de la parroquia y, según él, era de uso común entre los propios miembros de la congregación y algunos feligreses. El ADN encontrado en el cuerpo del niño no pertenecía a ninguno de ellos y no aparecía en la base de datos de la Policía. Lorenzo se halló entonces en un callejón sin salida. Tenían el cuerpo (gracias a la pericia de Budy, que lo encontró en un gran descampado entre cientos de coches), pero no tenían pruebas para incriminar a nadie.

Durante la toma de declaraciones a todas las personas relacionadas con la parroquia ocurrió algo extraño. Varios de aquellos niños a los que presuntamente La Residencia de Dios daba cobijo declararon a los agentes que el párroco traía hombres malos y que les metían en un cuarto para realizarles tocamientos y penetraciones. Según ellos, el párroco lo grababa todo con una cámara de vídeo. Cuando les preguntaron por la ubicación exacta de dicho cuarto, ninguno supo responder. Decían que a veces despertaban allí y que después de los abusos volvían a despertar en sus habitaciones.




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