Eran las cuatro de la tarde. Sandra se encontraba en el office comiendo. Sola. Desde que Verónica entró por esa puerta como un trolebús al que se le hubieran quemado los frenos en plena cuesta abajo, Sandra procuraba evitarla. No es que le tuviera miedo, en absoluto. De hecho, pensaba que los acontecimientos sucedieron así porque la pilló totalmente desprevenida; si no, se habría defendido y ya veríamos a ver quién habría tirado al suelo a quién. Pero pasaba de líos. Quería concentrarse en su misión de aprender la profesión de veterinaria y ayudar a Andrea a descubrir por qué se morían los perros de esa forma. Lo demás le importaba bastante poco en esos momentos, aunque le extrañaba que nadie le preguntara por qué comía a las cuatro de la tarde sola. «Seguro que todo el mundo se ha enterado, pero nadie dice nada», pensaba.
Sandra guardó el táper vacío en la bolsa y sacó el móvil para revisar sus mensajes. Había conseguido evitar comer carne durante toda la semana, pero sabía que el domingo volvería a sucumbir ante los filetes de pollo empanados con patatas de su madre. Abrió WhatsApp. Los tres últimos mensajes, precisamente de su madre.
Mercedes:
¿Que qué tal la semana?
¿Te hace falta algo para casa?
Que tengas mucho cuidado luego al volver con el coche, que los viernes conduce mucho loco.
En fin, mensajes de madre.
Borró un par de memes de la zumbada de su hermana y contestó a Raquel, que le preguntaba si mañana quedaban por la tarde para tomar algo. Después abrió el chat de Marcos, el verdadero motivo por el cual había sacado el móvil de la mochila. Claro. Hacía cuatro días que no se veían. Era 20 de septiembre y Marcos estaba de vacaciones en Barcelona con unos amigos. Fotos en la playa, fotos de fiesta, fotos en el chiringuito con una cerveza en la mano, y por supuesto mucho «te echo de menos» y «ojalá estuvieras aquí». Sandra calibraba a menudo sus sentimientos hacia Marcos. No necesitaba una relación en estos momentos de su vida, pero había decidido dejarse llevar. Le gustaba y el sexo con él era increíble, así que… ¿por qué no?
Respondió al último wasap:
Sandra:
Sí, sí. Seguro que me echas de menos con todas las chicas que tiene que haber por allí.
Icono pensativo con la mano en la barbilla.
Marcos:
Ninguna cómo tú, ya lo sabes.
Dos iconos de beso con corazoncito flotando.
Sandra:
Ni te acuerdas de mí, te lo digo yo.
Icono guiñando el ojo.
Marcos:
¿Me vas a obligar a ponerme romántico?
Sin icono.
Sandra:
Prueba. A ver de qué eres capaz. Soy toda oídos.
Icono de dos grandes orejas.
De repente se abrió la puerta del office y apareció Andrea. «¡Vaya!, en el momento más interesante. Bueno, luego veo a ver qué se le ha ocurrido a este Shakespeare improvisado», pensó Sandra sonriendo.
—¿Ya has terminado de comer? —preguntó Andrea—. Ven al laboratorio un momentito…, o, si no, espera. Mejor aquí, que estamos en una mesa, así me siento un rato, que estoy un poco hasta los huevos de estar de pie, hablando mal y pronto.
Andrea se sentó enfrente de una Sandra expectante. Había observado que traía un forro de plástico transparente con varios documentos en su interior. Los sacó y los extendió sobre la mesa.
—Bueno, Sandra, como ya sabes el día 30 termina tu periodo de prácticas en la clínica —Hizo una breve pausa.
—Ya, ya lo sé, pero…
—Espera —le interrumpió Andrea—. Antes de que digas algo y la cagues, déjame que termine. Después de pensarlo mucho he decidido hacerte un contrato. Es de media jornada de momento, así que no te emociones demasiado. Además, como ya intuirás, porque eres una chica lista, tiene truco. Mi verdadera intención es que te quedes en la clínica y así puedas cumplir con tu parte del trato. ¿Recuerdas?: yo te dejaba pasar consulta y permitía que asistieras a las operaciones en quirófano, y tú me acompañabas a la casa de presunto envenenador de perros de Calarberche.
—¡No me jodas! —exclamó Sandra—. ¿Todavía sigues con eso? Yo pensaba que se te había olvidado. ¡Sabes que es una locura!
—Una locura necesaria, sí. Pero te digo lo mismo que te dije el día que te colaste aquí: a situaciones desesperadas, medidas desesperadas. Y esta, desde luego, es una situación desesperada. Al menos, créeme, yo lo estoy —dijo perdiendo la mirada por las paredes del office.
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Editado: 12.12.2021