Sofía descolgó el teléfono sin mirar la pantalla. Con su despiste habitual tardó un buen rato en ubicar a Sandra.
—¿Qué Sandra?
—La hermana de Alicia, Sofía.
—Pero… ¿qué Alicia? ¿Mi amiga Alicia? ¡Ah! Sandra, joder, no te había conocido, como nunca hemos hablado por teléfono… ¿Qué te cuentas?
Sandra le contó. Su intención era conseguir una muestra de cerebro de algún cadáver al que Sofía pudiera tener acceso. Sofía se negó; dijo que no pensaba jugarse el puesto de trabajo de esa manera y que tendrían que buscar otra forma de conseguirlo. Pero Sandra no se dio por vencida y le explicó los motivos por los que necesitaban dicha muestra. Además, guardaba un as escondido en la manga. Sabía que Sofía se negaría al principio, pero también sabía que Sofía tenía un perro al que amaba con locura, Rasty, que era un pastor alemán que llevaba con ella desde la adolescencia y siempre estaba hablando de él. Sandra utilizó entonces la vieja técnica del chantaje emocional. Le explicó los síntomas de la enfermedad y le dijo que ningún perro estaba exento de padecerla, que había que buscar una cura lo antes posible.
—Rasty puede ser el siguiente, Sofía, de verdad. Es muy importante conseguir esas muestras. Ayúdanos, serán solo cinco minutos y nos largamos.
Finalmente accedió. Pero Sofía le dijo que necesitaban un plan. De día era imposible colarse en la morgue, demasiada gente; tendría que ser de noche y, teniendo en cuenta lo que estaba en juego, no cualquier noche, esa misma noche.
El turno nocturno se componía tan solo de un guarda de seguridad en la recepción controlando las pantallas de las cámaras de vigilancia. No hacía falta más, no solía haber problemas en un lugar donde solo hay cadáveres. Pero había un inconveniente. La morgue tan solo tenía dos puertas de acceso: la puerta principal estaba cubierta por dicho guarda, y la otra, la puerta trasera (por donde entraban los cadáveres), era una puerta automática de seguridad que se desbloqueaba desde la recepción y que se abría introduciendo un código en un teclado que había en la calle. Al introducir el código correcto, el sistema transmitía un aviso al panel de mando que indicaba que la puerta estaba abierta. Además, estaba videovigilada también. Sofía se detuvo unos segundos para pensar. La única manera de entrar era que ella misma accionara la apertura automática de dicha puerta desde la recepción. Pero para eso había que eliminar al guarda de la ecuación, y fue entonces cuando Sofía tuvo un momento de lucidez mental totalmente impropio de ella.
—¡Lo tengo! —exclamó—. Le sacaremos de la recepción para que no pueda escuchar el aviso de apertura de la puerta. Sé cómo hacerlo, pero necesitamos la ayuda de Lorena.
—¿Lorena? ¿Para qué? —preguntó Sandra extrañada.
—Félix Llorente, el guarda de seguridad que se ocupa del turno de noche esta semana, es un viejo verde al que le pierden las mujeres. Hace poco le pillaron tocándole las tetas al cadáver de una mujer joven que estaba en la mesa de autopsias. La familia quería saber el motivo de la muerte, por eso se solicitó la autopsia. El cadáver estaba en perfecto estado, y la mujer, de unos cuarenta y cinco años, presentaba un cuerpo escultural y unas grandes tetas operadas. No pudo resistirse. Félix conserva el puesto de trabajo porque, según la empresa de seguridad, cuesta más dinero despedirle que aguantar los pocos meses que le quedan hasta la jubilación. Así que una morena explosiva como Lorena llamando al timbre de la morgue en plena noche será un cebo irresistible para Félix, que abandonará la recepción al instante y saldrá al rescate de la bella dama perdida sin dudarlo. Mientras, vosotras estaréis colocadas enfrente de la puerta trasera, pero fuera del radio de alcance de la cámara de seguridad, y yo me situaré cerca de la recepción. En cuanto Félix abandone su puesto de trabajo, accionaré la puerta y meteréis el código en el teclado. Después, para salir, tengo que volver a desbloquear la puerta desde la recepción, pero ya no hay que meter código y no hay aviso en el panel; ya no es un problema que Félix esté en la recepción, lo he hecho mil veces para salir a fumar, Félix no se extrañará en absoluto, no me costará mucho despistarlo para que no os vea salir por las cámaras de vigilancia.
—Pero ¿Lorena va a querer meterse en semejante marrón? —preguntó Sandra preocupada.
—¿Lorena? ¿Maquillarse, meterse en un vestido, ponerse unos tacones y comprobar como los hombres babean a su paso? No creo que tenga problema, a ella le va el rollo. Además, es por una buena causa y me debe una. Yo la convenzo, no te preocupes. Pero tendréis que pasar a recogerla, eso sí, y después dejarla en su casa.
—Joder, muchas gracias, Sofía. Ya verás como todo sale bien y no te causamos problemas, de verdad. Voy a llamar a mi jefa y esta noche nos vemos. Luego te llamo y concretamos los detalles, ¿OK? ¡Ah!, por cierto, un último favor: ni una palabra a mi hermana de esto, porfa. Prefiero que se entere por mí, ¿vale? Ya se lo cuento yo después, cuanto todo termine.
—Vale, de acuerdo. Pero cuéntaselo pronto, porque a mí se me va la olla y, si hablo con ella, fijo que se me escapa.
—Quedamos en eso.
Sandra llamó a Andrea y le explicó todo el plan.
—¿Esta noche? —preguntó Andrea sorprendida.
—No podemos esperar. Además, los guardas de seguridad van cambiando de turno y hoy es la última noche de esta semana para el tal Félix. Mañana entra de tarde.
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Editado: 12.12.2021