Lorenzo se sorprendió al ver entrar a las cuatro chicas en el salón. No había vuelto a la cama. Se quedó esperando sentado en el sillón a que volviera Macarena para interrogarla, pero enseguida se dio cuenta, por la expresión de sus caras, de que no iba a hacer falta torturarlas, ellas solas se lo iban a contar todo.
—¡Hombre, Sandra! Eras tú, ¿verdad?, la que saludé desde el camino en Coímbra…
—Sí, sí, era yo, Lorenzo. Estoy haciendo las prácticas en la clínica veterinaria Coímbra. Esta es Andrea, mi jefa. —Andrea se acercó cojeando a Lorenzo y le dio dos besos—. Por cierto, ¿qué hacías por allí ese día? Vi algunos coches de Policía y…
—Bueno, es una larga historia —le interrumpió Lorenzo—. Ya te la cuento otro día. Ahora decidme, por favor, ¿qué hacemos a la una y media de la madrugada de un lunes en el salón de mi casa vosotras cuatro y yo? ¿Es muy grave lo que pasa? ¿Estáis todas bien? Bueno, veo que tú cojeas —dijo señalando a Andrea—, pero no creo que ese sea el motivo de la visita.
Todas se giraron para mirar a Macarena, la única que seguía de pie. Las demás se habían distribuido por el salón. Sandra y Andrea se sentaron en unas sillas que había junto a una pequeña mesa redonda, cerca de la televisión, y Alicia, como tenía más confianza, se había repantingado en el sofá, cerca de Lorenzo.
Macarena se quitó la bata. Sudaba por las axilas, por el calor y de los nervios. Se acercó a Sandra y cogió la silla que quedaba libre. La arrastró y se sentó justo enfrente de la televisión apagada. Lorenzo la seguía con la mirada sin decir nada. Él también estaba nervioso. ¿Qué estaba pasando? Nadie se atrevía a romper el silencio. Por fin Macarena comenzó a hablar:
—Bueno, a ver, papá. Lo primero, estamos todas bien, no es nada de eso, así que tranquilo. —Lorenzo relajó un poco los hombros y se incorporó en el sofá—. Pero sí es verdad que lo que vas a escuchar no te va a gustar. Te lo resumo un poco y luego entramos en detalles, ¿vale? —Lorenzo asintió levemente—. Andrea y Sandra estaban investigando la extraña muerte de algunos perros de la clínica. De alguna forma, que luego te explicarán ellas, se dieron cuenta de que uno de los piensos que comían estos perros contenía unas partículas. —Macarena buscó con la mirada a Andrea.
—Enzimas —dijo Andrea.
—Eso, enzimas de cerebro humano. —Lorenzo frunció el ceño en un gesto de extrañeza y echó levemente la cabeza hacia atrás—. Ya, es un poco raro —continuó Macarena—, pero el caso es que este pienso lo comercializa una empresa que se llama Profidog. ¿Te suena? La fábrica está pegada al área de descanso del km 27 de la A3. —Lorenzo volvió a tensar los hombros. Se llevó una mano a la cabeza y comenzó a rascarse la nuca.
—Vale, pero no entiendo nada ahora mismo —dijo nervioso intentando que su cerebro no estableciera las conexiones que quería establecer.
Macarena guardó silencio unos segundos y miró a Sandra en busca de ayuda. Con un gesto la instó a hablar.
—Lorenzo, escucha. Alicia, Andrea y yo venimos ahora de allí. Nos hemos colado en la fábrica para ver si averiguábamos algo y por eso estamos aquí —dijo titubeando mientras Lorenzo no salía de su asombro.
Sandra aprovechó el momento de debilidad de Lorenzo y lo soltó todo de carrerilla. Lo de la cocaína, los perros, la persecución en coche, los disparos y, por su supuesto, lo del niño.
Lorenzo quedó noqueado durante unos segundos. Debía poner en orden sus pensamientos. De repente, sin decir nada, se levantó y salió del salón. Las cuatro se miraron sin saber qué decir. Macarena era la que más asustada estaba de todas, porque, aunque previsiblemente debería, no tenía ni la más remota idea de lo que iba a pasar en los siguientes tres minutos.
Lorenzo reapareció en el salón con un montón de papeles debajo del brazo. Apartó unos cuantos objetos que había encima de la pequeña mesa redonda y esparció los papeles. Desplegó lo que parecía un plano, lo observó durante unos segundos y señaló un punto con el dedo.
—Veamos, la fábrica es esta, ¿verdad? —preguntó levantando la mirada del papel.
Todas se acercaron.
—Sí, exacto. Nosotras hemos aparcado aquí y hemos entrado por aquí —dijo Sandra señalando las zonas con el dedo.
—Bien. ¿Y dónde habéis escuchado los gritos más o menos?
—Vale. Eso ha sido por aquí, porque hemos salido por otro sitio. Solo los hemos oído. No hemos podido ver nada, estaba muy oscuro —dijo Alicia.
Lorenzo guardó silencio unos segundos. Apartó el plano y revolvió los papeles. Cogió una pequeña carpeta blanca con una goma.
—Aquí está —dijo sacando varios papeles de la carpeta—. Vosotras habéis salido por aquí. —Señaló de nuevo en el plano—. Ahí hay un camino que va a parar a una edificación anexa a la fábrica por la parte de atrás. Es una pequeña caseta de ladrillo de las que usaban antes como centro de transformación, es decir, para meter un trasformador eléctrico dentro. Ahora esos centros se construyen subterráneos y muchas de esas casetas han quedado en desuso. Si no me equivoco, la única puerta que tiene está en el patio de la fábrica. Solo tiene un acceso. Tendríamos que escalar por la propia caseta, saltar al interior del patio y romper la puerta. Después habría que salir por el mismo sitio. Si aparcáramos aquí, en esta zona del área de descanso, tendríamos el coche a tan solo unos segundos de la caseta. —Lorenzo volvió a revolver los papeles—. A ver, los niños desaparecieron en 2013. Hace cuatro años. Era el mes de julio. Recuerdo que recorrimos ese camino porque la valla estaba rota por este punto. El terreno estaba seco debido al calor. No encontramos huellas ni ningún rastro. Ahora mismo, con las lluvias, es posible que podamos encontrar algunas huellas, aparte de las vuestras, claro. Estas son las notas que tomé acerca de esa fábrica. —Lorenzo extrajo un par de folios escritos a mano de la carpeta—. Recuerdo que llegamos a entrar dentro. Aquí tengo apuntado: «Dueño rumano con acento latino. No me da buena espina, investigar». Sí, sí, me acuerdo de ese tipo, un tal Costel, tenía una cara peculiar —masculló—. «Nos permiten entrar. Olor muy fuerte a productos químicos, lejía, aguarrás, o algo así. Ratas, cucarachas, posible inspección de sanidad cuando todo esto acabe. Budy no encuentra nada, gime y lloriquea, quizá por el fuerte olor». —Lorenzo dejó los apuntes sobre la mesa y se dirigió a Macarena.
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Editado: 12.12.2021