Tres días después, Hospital Universitario 12 de Octubre, Madrid
Lorenzo comenzó a notar una especie de masa blanda y caliente sobre su cara. Además, estaba húmeda y olía raro. Abrió los ojos sobresaltado. Cuando su vista se centró, pudo distinguir el hocico de Budy a escasos centímetros de su rostro.
—Pero ¿¡qué coño…!? ¿Cómo has llegado hasta aquí? —exclamó sorprendido mientras abrazaba al perro.
—Hombreee, ya está bien que despiertes, bella durmiente —dijo una voz desde el quicio de la puerta de la habitación—. Llevamos una hora aquí esperando.
Lorenzo consiguió quitarse a Budy de encima y le ordenó que se bajara de la cama.
—¡Coño, Andrés! ¿Ya habéis vuelto de Argentina? ¿Qué tal por allí?
—Volvimos anoche. ¿Sabes? Resultó que el club La Ponderosa existía de verdad.
—¿Sí? ¿Llegasteis a entrar?
—¿Que si entramos? Vaya que si entramos… Ahora te cuento, pero, dime, ¿tú qué tal estás?
—Bueno, he estado mejor desde luego. Casi la palmo. Llegué al hospital desangrado e inconsciente. Ese hijo de puta casi acaba conmigo… y con Macarena. —Lorenzo hizo un silencio dramático al recordarlo—, pero afortunadamente no fue así y aquí estoy, deseando que me den el alta. ¿Cómo que te has traído a Budy? ¿Te han dejado meter a un perro en el hospital? —preguntó Lorenzo extrañado.
—Bueno, he tenido que mover algunos hilos y utilizar algún contacto que otro, pero es que quería darte una sorpresa. De hecho, te traigo dos sorpresas.
—Ya sabes que no me gustan las sorpresas.
—Estas te van a gustar, ya verás. ¿Cómo está Macarena? Hablé ayer con ella por WhatsApp.
—Está bien, menos mal. Si le llega a pasar algo… No quiero ni pensarlo. Ha estado aquí esta mañana. Me trae arroz con leche de la tienda de Elena sin que se enteren los médicos —dijo esbozando una sonrisa forzada—. He estado a punto de perderla, Andrés. —Se le quebró la voz al decirlo y los ojos se le humedecieron—. Fue horrible. Vi cómo se le apagaba la mirada, ¿sabes? Se estaba muriendo delante de mis ojos, y yo no podía hacer nada para evitarlo. Alicia, su amiga y casi mi segunda hija, como yo digo, tiró la puerta encima del párroco en el momento justo. Unos segundos más apretando el cuello de Macarena y yo no sé… Me gustaría que ese hijo de puta resucitara para volverlo a matar. Una y otra vez. Una sola muerte no me parece suficiente. Debería morir cien veces más por lo que ha hecho con los niños.
Collado asintió bajando la mirada y apretando los labios. Pensó en decir algo al respecto, pero decidió que era suficiente. El daño ya estaba hecho y no se podía volver atrás.
—Hablé con el fiscal. Del juicio no te libras, pero será fácil demostrar que lo mataste en defensa propia —dijo Andrés.
—Si te digo la verdad, eso no me preocupa ahora, Andrés, lo que me preocupa son los niños y Noelia. ¿Sabes si hay alguna novedad?
—Están todos bien. Estabilizados. Algunos venían bastante desnutridos, pero nada grave. Todos presentan lesiones por haber sido forzados. Físicamente se recuperarán pronto, psicológicamente les llevará más tiempo. No puedo ni imaginarme por el calvario que han tenido que pasar. Los médicos han encontrado restos en la sangre de un fármaco experimental que al parecer les provocaba pérdidas de memoria. Tienen que investigarlo, pero saben que de alguna manera este tipo de fármacos impide al cerebro recordar, es como si anulara algo en su mente. Algunos recuerdan que les pinchaba a veces un hombre que se hacía llamar el médico. Ya nos hemos puesto con ello, estamos investigando para descubrir de quién se trata.
—¡Joder, el médico! Costel lo nombró y yo pensé que era el párroco, pero él lo negó. Tenéis que dar con él como sea, ese hijo de puta tiene que ser el cabecilla o algo así. —Lorenzo se quedó pensativo unos segundos—. ¿Qué habrá sido de Sergio? ¿Qué harían con ese niño tan pequeño? —Lorenzo dejó la pregunta flotando en el aire. Collado se mantuvo callado. Un incómodo silencio inundó la habitación de hospital hasta que Lorenzo decidió romperlo—: ¿Y dónde tienen a los niños? ¿Ya los han subido a planta? Yo estoy aquí aislado, nadie me dice nada —dijo dando un manotazo al aire.
—Sí. Están en esta misma planta, al final del pasillo, en tres habitaciones, bajo vigilancia. ¿Y a que no sabes quién está llorando como una nenaza en la habitación de al lado?
—Pues no —contestó Lorenzo contrariado por tanta sorpresita y tanto misterio.
—El señor mister Calma, que, en vez de traerse un imán para la nevera, de Buenos Aires, como hace todo el mundo, decidió traerse un balazo en el hombro. Estuvo más cerca que tú de palmarla, perdió mucha sangre.
—Pero… ¿no me jodas? ¿Qué pasó? ¿Hubo un tiroteo o qué?
—Nos prepararon una encerrona de puta madre. —Andrés se sentó en la silla auxiliar. Lorenzo supo interpretar el gesto y se acomodó en su cama, se avecinaba una larga explicación de los acontecimientos sucedidos en la misión de Argentina. Budy, por su parte, soltó un largo suspiro y se tumbó en el suelo—. Resulta que cuando llegamos allí dos agentes de la Bonaerense, como llaman a la Policía de Buenos Aires, nos estaban esperando para llevarnos a ver al comisario general, Mateo Sánchez Romero, al centro de coordinación de la comisaría central, al norte de la ciudad de La Plata. Cuando nos dirigíamos al punto de encuentro de la terminal de llegadas, Paco me agarró del brazo para que aminorara el paso y me susurró al oído: «No hagas ningún movimiento extraño, nos vigilan». «¿Sí? ¿Qué has visto?», le pregunté yo, que no me había dado cuenta. «Hay dos tipos, nos siguen desde que hemos bajado del avión, estaban sentados en los bancos que había pegados a las cintas de las maletas», me dijo. Inmediatamente me adelanté para alcanzar a Claudia y le dije que intentara fotografiarlos con su cámara para averiguar quiénes eran. Se trataba de dos agentes del servicio secreto de la Policía de Buenos Aires. Eso ya nos dio mala espina y nos puso sobre aviso. Algo no marchaba bien desde el principio. No entendíamos por qué habían decidido ponernos vigilancia. En un primer momento pensamos que sería quizá por nuestra seguridad, pero después comprobamos que era más bien por lo contrario. Bueno, el caso es que los dos agentes de la Bonaerense que nos habían asignado nos llevaron en dos coches hasta La Plata. Una hora y media de trayecto que, después de las trece horas de avión y con el hambre que teníamos, llegamos allí con unas ganas de aguantar la charla del comisario que te puedes hacer una idea.
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Editado: 12.12.2021