—¡Di tu nombre!
—¡Frankie!
—¡¿Y qué haces aquí?!
Frankie no pudo responder, el sonido que Henry había escuchado antes se hacía nuevamente presente en la oscuridad del bosque. El oficial pasó la luz de la linterna por el lugar, pensó que antes de seguir con el interrogatorio lo mejor era irse de ahí pues aquella criatura podía volver en cualquier momento y acabar con los dos de una manera nada agradable. Dirigió una mirada a Frankie, quien pareció leerle el pensamiento y rápidamente se puso de pie. La primera opción que Henry se planteó fue alejarse del sonido, pues cabía la posibilidad de que el olor de la sangre llamara la atención del animal o lo que fuera esa cosa, entre más lejos fueran, menor sería el rastro.
La única salida era adentrarse más en el bosque, así después de un periodo de tiempo quizás la cosa se haya ido y pudieran volver a casa. Henry, sabiendo el verdadero secreto del que nadie le contó, cargaría con su sobrino y se alejaría lo más que pudiese del pueblo a iniciar una nueva vida lejos del peligro.
Ciertamente no le sorprendía haberse encontrado un demonio en medio de la noche cerca del bosque. Lo que no podía creer era el hecho de que esa gente no le haya dicho nada acerca de eso; simplemente eran cosas que no se podían ocultar, menos aún a los nuevos habitantes.
A menos de que eso no sea exactamente a lo que le temen.
Henry Rowe y Frankie Rosenzweig se abrieron paso entre los árboles y la maleza que crecía asimétricamente cerca de ellos. No estaba seguro de qué dirección tomar, no conocía el bosque y por lo que parecía, Frankie tampoco. Aunque sí había cosas en común entre ellos dos, ambos habían visto a esa criatura y ninguno sabía de su existencia antes.
Recorrieron una larga distancia cuando Henry sintió un ligero cambio en la flora. No solo que los árboles parecían haber cambiado, sino que también el clima del ambiente estaba disminuyendo. Frankie también lo notó aunque no inmediatamente como el hombre. Conforme seguían avanzando la tierra se volvía plana y uniforme, los árboles carecían dejando ver más espacio. Y Henry ya alcanzaba a distinguir la granja.
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Hacía dos horas desde que Nicholas se había cansado de esperar a su tío. Dos horas que no habría aguantado sin comer de no ser por los restos de la noche anterior cuando llegaron a Oslive. Pasaban de las ocho y no había mucho qué hacer, el chico comenzaba a desesperarse y a repasar en su mente las razones por las que odiaba a Henry y su decisión de mudarse. Más que por su bien, parecía ser un castigo el separarlo de su padre. Aunque no podía culpar a su tío, su papá no eran precisamente una persona buena; de cierta forma agradecía haberse alejado de él.
Se recostó en su cama individual, y miró de reojo las cajas de cartón en espera de ser desempacadas con las pocas cosas de él. Luego cerró los ojos tratando de conciliar el sueño, pero la tranquilidad y el silencio no hacían más que todo lo contrario; de alguna manera necesitaba escuchar el sonido de los autos al pasar, la música de las fiestas que algún adolescente celebraba cuando sus padres salían de noche o tal vez un vagabundo hurgando en la basura de la casa.
Esperaría por lo menos el sonido de los animales nocturnos, un búho, grillos. Pero no había nada, solo un profundo silencio.
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Su primera impresión fue un torpe parpadeo para convencerse de que no era su imaginación. Frankie también lo veía, así que eso lo tranquilizaba al saber que no se estaba volviendo loco. Quizás lo único que habían hecho era correr en círculos hasta llegar al mismo lugar de donde partieron. El cambio de clima se debería a que ya era más noche; sin embargo la niebla se había dispersado y era un poco más escasa.
Un momento después de asegurarse de que nada extraño estuviera rondando a su alrededor, Henry guio a Frankie a su camioneta, el único lugar seguro que había en ese momento. Desesperadamente abrió la puerta de copiloto y metió a la chica; luego subió a su lugar tratando de recuperar la calma. Frankie sentía las manos congeladas e inmóviles; Henry conocía lo que sentía, el miedo también se había apoderado de él en momentos, aunque su instinto lo había hecho moverse.
—¿Qué pasó allá? —preguntó Frankie con voz ronca; Henry supuso que no se lo decía a él, sino a ella misma en un intento para hacerse recapacitar.
El hombre no tuvo una respuesta qué dar. Permaneció en silencio con las manos en el volante. Frankie lo miró ansiosa y desesperada.
—¿Qué fue lo que pasó allá? —preguntó con voz exigente.
Henry negó con la cabeza. En su vida había visto algo así; sin embargo no negaba la existencia de otras criaturas inhumanas en su mundo. Sabía que estas se podían encontrar en lugares específicos, y las había estado evitando al buscar un lugar para vivir. Oslive parecía el lugar correcto. Pero el que existan cosas así debía ser sabido por las personas que viven en tal lugar, mas Frankie desconocía ese hecho.
Henry Rowe volteó a verla.
—¿Cómo es que no sabías nada de esto? —preguntó con su voz grave.
Frankie tardó un momento en asimilarlo.
—Yo solo sigo la regla de no salir después de las siete —replicó—, pero...
—Pero nunca supiste el por qué debías seguirla —Henry terminó la frase por ella. La chica asintió sintiéndose en parte culpable—, ¿hace cuánto vives aquí?
—Toda mi vida.
—¿Y tus padres nunca te dijeron nada?
—Esa regla fue impuesta hace poco.
—¿Y nadie se tomó la molestia de preguntar el por qué? ¿Qué clase de personas viven en un lugar sin saber nada en absoluto?
—Usted tampoco investigó lo suficiente.
Henry no respondió a algo tan obvio, ella tenía razón al respecto, no era que estuviera en su derecho de quejarse cuando ni siquiera él daba un buen ejemplo. Soltó un resoplido y humedeció sus labios antes de encender la camioneta.