A mi abuelo le gustaba contar de la vez en que los ovnis abdujeron a su abuelo, él no había estado, pero se lo contaron. Decía que los habían alterado genéticamente para ser más listos, para tener contacto con ellos, para ser espías. Hasta que, en algún momento, su padre descubrió algo, y desapareció de la faz de la Tierra.
A mi abuelo le gustaba leernos los reportes de su padre, y a nosotros nos gustaba creer que estaba loco y eran cuentos de un viejo, hasta que El monitor de los sueños llegó: “La mejor tecnología del mercado en realidad virtual.” A todo el mundo dejaron de importarles los móviles inteligentes, los juegos de realidad virtual de mala calidad, los recursos renovables. Todos querían un monitor… hasta que lo tuvieron. Se convirtió en una cacería de brujas dirigida por seres ultra inteligentes que estaban dispuestos a “salvar” el mundo a cualquier costo. Los jóvenes de dieciséis a veintiún años deberían conectarse al monitor, sumiéndose en un sueño que sería la clave del mañana: acceso ilimitado a la información, suficiente raciocinio para que nadie cometiera delitos y lo más importante, un mundo sin las restricciones de los adultos, que se quedaban atascados en el pasado y eran un impedimento para la evolución.
Y te despertarías como si hubieras tenido el más placentero de los sueños, te recibiría un científico -como les empezamos a nombrar a modo de burla cuando empezó todo-, y tomarías tu papel soñado en la sociedad, en una casa igual a la de los demás. Te despertarías en una utopía.
Pero en todo sistema siempre hay una falla, El Monitor no fue la excepción; fue así como desperté en medio de una sala de observación, con una intravenosa en el brazo izquierdo, un científico apuntándome y un solo pensamiento:
Huir.