Tolfian
9
El caer de la noche traía más peligros, las criaturas oscuras recorrían los bosques con mayor facilidad para esconderse en la misma. A pesar de que eso fuera un peligro constante, los elfos decidieron cabalgar lo más que pudieran, y estar alerta por lo que pudiera surgir.
Tolfian seguía a la delantera, cauteloso de todo a su alrededor, también con Eileen en sus brazos, ella se había quedado dormida, podía sentir su peso sobre él. La tomó con cuidado de la cintura y la acercó un poco más a su cuerpo: de modo que recargo su cabeza a su pecho para luego cubrirla con la capa. De ese modo le hacía saber que la protegería no sólo por saber quién era, sino por el cariño que sentía en su corazón por ella.
Yaldair iba un par diez pasos detrás de Tolfian, el príncipe tenía razón, tenían que hacer un plan de ataque. Ellos siempre ideaban el mejor plan ante cada situación del reino, está vez era de toda Eterna, no podían fallar. No el que deseaba seguir escalando en posición.
Argus, era el último en la fila del recorrido, atento a todo al rededor. Pronto los enemigos oscuros correrán libres por los bosques, la sola mención de Turnia dejaba en claro la amenaza que corrían todos los seres de Eterna.
Razón por la cual Tolfian no tomó descanso en el recorrido, pasaron cuatro días viajando a través de los bosques, las noches se habían vuelto largas y frías, los días más cortos. Como si el sol sólo pudiera transitar unas horas antes del caer de la noche; tan oscura a causa de las nubes cubriendo la luna y las estrellas.
Cuando llegaba el alba, los rayos del sol brillaban como resplandor por los bosques, llenando de armonía y de esperanza. La brisa de la mañana corría libre por las montañas boscosas, el cantar del agua de los ríos también se unía al canto de los pajarillos. Aún había luz en Eterna.
Ese mismo sonido despertó a Eileen, abrió los ojos y se encontró con una hermosa mañana, la brisa era fresca y el aroma encantador. Aquellos parajes parecían una fantasía, el paraíso mismo.
—¿Dormiste bien? —preguntó el elfo cuando la sitio moverse.
—Sí —asintió enseguida. A decir verdad, no necesitaba una cama para dormir, los brazos del elfo le eran lo suficiente cómodos—. Buenos días, Tolfian.
—Buen día —respondió el—. En unas horas pararemos a descansar.
—Me agrada eso —sonrió—. Ya no siento las piernas.
Aquello ocasionó una leve curvatura en los labios del elfo, era verdad, llevaban horas sin parar el recorrido.
—¡Yaldair! ¡Argus! —los llamó a voz alta. Ellos venían detrás en sus caballos—. ¡Iremos a todo galope! ¿Entendido?
—¡Si señor! —respondieron al mismo tiempo los dos guardias.
El viaje siguió el mismo ritmo y a medida que transcurría la mañana el cielo adquirió un azul brillante, los paisajes se volvieron color esmeralda por la espesa vegetación de los bosques; permitiendo un recorrido tranquilo a través del sendero, uno que se abría a lo largo por un par de leguas.
Al salir del sendero llegaron a la entrada de un prado verde en donde abundaban los abetos al paso, el terreno no era plano, tenía pequeñas elevaciones y estas tierras eran extensas. A las lejanías sólo se podían ver montañas elevadas, espesas de vegetación, más allá los tonos cambiaban por lo lejos que se veían. Del otro lado al sureste se alzaban los árboles por lo alto y no se podía distinguir que había más allá. Debido a que ellos iban al este, su visión estaba en aquella dirección, donde podían verse dos rocas medianamente juntas por sobre las copas de los árboles.
Los prados eran tierras seguras, debido a la falta de maleza dejaba todo a la vista, el aire se paseaba de un lado a otro y las mariposas volaban libres por las flores silvestres. Los abetos eran pequeños, y las lomas propias del terreno no simbolizaban obstrucción al recorrido. Siendo así pudieron cruzarlo sin problema. El sol ya hacía en lo más alto anunciando el medio día, y cada vez estaban más cerca de aquellas rocas que iban tomando más tamaño conforme se acercaban.
Cuando cruzaron todo el prado se internaron por una zona boscosa, donde la brisa los siguió acompañando, los abedules eran delgados, altos y ramudos, permitiendo pasar los rayos del sol. El bosque estaba tranquilo y le daba la bienvenida al heredero de Eterna, como acompañantes en un transitar seguro.
Los elfos disfrutaban del paraje, el aroma del abedul, del pasto y la tierra, del agua y el aire del lugar. Y no eran los únicos, Eileen miraba a todos lados con sorpresa, la vista que ofrecía el bosque era magnífica, los colores de los árboles, el pasto, el sonido de las aves, el del agua correr por algún río, el viento jugando a su paso, todo parecía contener una especie de magia.
—Descansemos un momento —anunció Tolfian. Fismus entendió y paró de correr.
Por consecuente los otros dos elfos también pararon para desmontar.
Tolfian bajó primero ayudando a Eileen, ahora ella bajaba de un salto.
—Gracias —agradeció con una sutil sonrisa.
Tolfian sólo asintió y le dedicó una de sus leves sonrisas. Por alguna razón se sintió incómodo al saber que sus compañeros estaban mirándolos.