Heredero y Rey
10
Eileen se movió con pesadez sobre la suave cama, como si no hubiera dormido en días. Estiró los brazos un poco adormilada sintiendo la suave tela en sus manos, la delicadeza de algodón en sus mejillas. No quería abrir los ojos, quería dormir un poco más, se sentía en una nube. De repente, abrió los ojos de golpe, se reincorporó enseguida y permaneció sentada en medio de una amplia cama.
Su dormitorio era elegante, tenía un aroma a madera y flores, la madera quizá por los muebles que estaban a un lado de la cama. La sala de estar estaba compuesta por tres sillones finamente decorados y acojinados; así como el reposero frente a la cama. Al frente de este se encontraba un escritorio de madera con una silla, en la pared una pintura de una elfa hermosa, vestida con ropas de brillo de estrella, sus ojos azules parecían tener un brillo especial.
Al bajar de la cama corrió a los ventanales para abrir las cortinas, jalando el cordón y dando paso a los rayos del sol entrar a su alcoba para iluminarla, a la misma vez revelando el pasaje del lago y la villa frente a sus ojos, era una vista maravillosa.
Cuando recordó que Tolfian iría por la mañana se alejó rápido de los ventanales y busco el cuarto de baño, había una puerta al costado del buró donde estaba su cama, fue hacia allá y comprobó que ahí había ventanas altas dejando pasar la luz y alumbrando el cuarto de baño.
Todo el juego estaba hecho de un material reluciente en color vino, haciendo juego con el piso de mármol y los estantes de madera lleno de mantas debidamente ubicadas en cestos. Así como un perchero del mismo metal de los candeleros listos para ser usados de noche.
Después de un refrescante baño, salió envuelta en una manta desde pechos hasta las rodillas buscando el guarda ropa, había pasado por alto que no tenía más ropa y en su inspección no vio un guarda ropa, en cambio cuando lo encontró a sólo un costado de su cama, se sorprendió por la cantidad de vestimentas. Los vestidos eran de telas finas y de hilos preciosos que parecían de plata y oro, eran tantos como nunca en su vida había visto, ni siquiera las damas más finas de Numantia podrían tener tanto lujo como ese armario, incluso había zapatos.
Luego de vestirse, se acercó al tocador, verse en un vestido demasiado fino no parecía ella, se veía como una princesa de sus cuentos, no ella no era así. Pero en el armario no encontró nada más que vestidos, una vez tomó lugar en el taburete busco en las cajoneras algún cepillo y se sorprendió aún más al ver lo finos que eran, de marfil y plata. También los adornos para el cabello tenían cristales hermosos, los collares, las pulseras y tiaras eran de un material muy fino. Sin embargo ella sólo cepillo su cabello y ocupó un listón para atarlo.
En tanto, Tolfian ya se encontraba listo vistiendo sus atuendos de guerrero elfo; esta vez no llevaba ningún cinturón de armas, excepto el de la cintura donde siempre ocultaba un cuchillo. Salió de su dormitorio para ir a ver a Eileen, y justo en la sala de estar Argus le atajó el paso.
—Buen día, señor —saludó en reverencia—. Disculpe mi obstrucción, su padre desea verlo antes de los alimentos de la mañana. Se ha enterado que trajo a una mortal a palacio.
—Nada se le escapa a sus ojos y oídos. Dale los buenos días a mi padre y hazle saber que estaré con él en un momento.
—Lo que usted ordene señor. Antes quiero informarle algo más —su expresión cambio y susurró—: Esta madrugada nuestras patrullas encontraron a un elfo. Deliraba diciendo que su grupo con los que viajaba había sido asesinado por humanos. Los soldados no pudieron auxiliarlo, traía una herida en su espalda.
—¿Mi padre lo sabe?
—Sí señor, mi padre informó al rey hace unos minutos —comunicó preocupado—. Debemos tener una reunión lo antes posible.
—Así será, avisa a Yaldair. Los veré en mi salón más tarde —indicó.
—Enseguida lo informó, permiso —Argus se retiró por la sala.
En tanto Tolfian siguió su paso por el mismo pasillo en dirección del dormitorio de Eileen, al llegar llamo con un ligero golpe en la puerta.
Cuando la puerta se abrió, se asomó una hermosa mujer de mirada dulce como la miel. Toda ella brillaba como el sol de la mañana, su figura esbelta resaltaba en aquel vestido azul rey ajustado por los encajes dorados imitando un corsé, las mangas de este caían delicadamente por sus brazos. Su cabello ondulado estaba suelto, sólo un listón blanco adornaba la cabeza de Eileen, tan bella a los ojos del elfo.
—Buen día, Eileen —saludó al admirar a la bella mujer frente a él.
La joven sonreía al no poder hablar por la impresión de ver a Tolfian parado en la puerta. Su porte caballeroso, sus vestimentas cafés, verdes y marrones le daban su porte perfecto de elfo, él era la más bella criatura de Eterna.
—Buenos días, Tolfian —inclinó la cabeza en saludo, sin saber porque estaba nerviosa. Quizá porque ahora estaba en el palacio de un príncipe como él.
—En un momento más te traerán los alimentos de la mañana y también asearán tu alcoba —informó para enterarla.
—Gracias, pero no es necesario que me suban la comida yo puedo ir por ella.
—No, eres invitada de Ruas —comentó al negarle su ofrecimiento—. Deseaba saber cómo estabas, vendré más tarde por ti ¿De acuerdo?