El Fuego y La Tierra
Esa mañana a primera hora Tolfian tenía todo listo para salir de Ruas hacia las afueras donde estaban los campamentos y más allá en las barricadas que se habían formado para la defensa del frente, todo hacia el lado oeste. Las montañas servían de fuerte contra tropas invasoras por sus costados, su única debilidad era la entrada y esa era en donde se habían asentado los puestos de vigilancia. Sin dejar de lado las partes montañosas, no podían confiarse tampoco. Para ello él se encontraba vestido con sus ropas de guerrero, esta vez con su armadura sobre sus ropas, otro acto protocolario que debía cumplir.
Estas eran de un azul muy oscuro, llegando a negro, con algunos bordes bronceados, el metal era duro y flexible en donde debía, cubría todo el tórax como la espalda y costado de las piernas. En los hombros salían dos hojas metálicas que parecían ser sólo dos hojas cubriendo los brazos, el casco no era tan llamativo; más Tolfian no solía usarlo, su armadura de guerrero elfo le era suficiente, las botas también eran metálicas reforzando las de dentro así como las braceras cubrían sus brazos. Ese era su atuendo de elfo guerrero de Ruas, a cargo de sus guerreros como un general, a un por encima del mandato de lord Otharan en ausencia del rey.
Cuando llegó al patio de armas frente al palacio, una gran cantidad de soldados elfos y guerreros ya hacían formados todos de pie, vestidos debidamente, armados con espadas, arcos y cuchillos, con sus armaduras propias del grupo de élite al que pertenecían. Las cuales no variaban tanto de las armaduras del príncipe, los soldados como guerreros si usaban los cascos. Los lores Ivar y Otharan se encontraban al igual con sus vestimentas tan imponentes de jefe de la guardia real y comandante de las fuerzas de soldados, ambos montados en sus caballos quienes también llevaban un frental en la cabeza.
Yaldair como Argus vestían con sus armaduras igual a la de los soldados. A diferencia que se encontraban como escolta detrás del príncipe siendo sus guardias.
Todo ahí era un espectáculo de elfos listos para la batalla, el sol saliente los había comenzado a bañar con sus rayos dorados como una bendición para su ardua tarea. Los espectadores ahí presentes eran los elfos de la nobleza, los que vivían en toda Ruas. Sabían que aquellos guerreros partían para la pronta guerra en salvación del reino.
Como también el ejército del señor de Lunas, estos elfos vestían armaduras grises, su insignia en estas era la de la luna llena, brillando como un cristal. Ellos estaban ubicados a los lados del ejército de Ruas, también al mando del príncipe Tolfian, esa era la orden que se les había dado. Ellos eran el refuerzo de su futuro señor.
El rey se encontraba en una tarima, el vestía sus trajes de gala, sus ropas azules imponían su figura ante todos los elfos, su mirada y su pose altiva para todos no cambiaba nunca. Sobre su cabellera rubia ya posaba su corona dorada, digna de un rey.
A un lado suyo se encontraba Lord Abgar y su bella hija Maeva. La sola presencia de la elfa relucía entre todos los presentes. Su belleza era como la misma luna resplandeciendo, su color de piel, su cabello blanco y su sutil figura delicada llamaba toda la atención de algunos presentes. Dejaba ver su linaje élfico, sus ropas plateadas brillaban como lo doncella élfica que era. Al otro lado del Rey, a su derecha se encontraba su hijo, el digno heredero imponiendo su propio respeto, a su lado se encontraba Eileen, representando a los humanos, a Numantia y al mismo sol al opuesto de la luna. Si bien ella no era una elfa ni mucho menos una princesa, poseía su belleza y poder único por el cual estaba ahí. Sus ropas eran sencillas más no en la tela, su vestido color crema con una cinta de bordados eran los que moldeaban su figura imitando un corsé, los tirantes del vestido sobre sus hombros formaban unas pequeñas mangas por los holanes de doble tela como todo el talle del vestido que a la luz del sol parecía brillar. Su cabello castaño caía libre por su espalda y pecho.
Detrás de ellos se encontraban dos guardias del rey, y los dos guardias del príncipe. Esta ceremonia era para pedir a la tierra y al sol, fuerza para vencer contra la maldad que se acercaba a Eterna. Cuando el rey dio dos pasos al frente los murmullos y hasta el viento como los pájaros dejaron de cantar para escuchar lo que el Rey de los elfos tenía que decir.
—Estamos reunidos para despedir al buen camino y en espera del regreso de mis valientes guerreros —habló con firmeza el rey—. En esta mañana el sol nos ilumina con sus rayos para alumbrar el camino a la oscuridad que nos asecha. Allá a lo lejos donde la noche avanza nos mira el ave negra paciente cual presa en la tierra. Hoy mis soldados van todos a nuestra defensa, en nombre de Ruas y de todos los valles élficos —Hizo una pausa señalando a los elfos refugiados y representantes—. Allá en otras tierras nuestros hermanos defenderán sus bosques, nosotros defenderemos nuestro reino. La maldad de Turnia nos amenaza con otra guerra de oscuridad y no estamos solos. Tenemos a nuestra elegida: la guerrera de las estrellas entre nosotros
El rey movió su brazo señalando a Eileen más no se volteó a mirarla.
Ella sólo asintió bajando la cabeza en saludo ante todos.
—Debemos pelear contra la maldad oscura de aquella mujer en las afueras de este reino, y más allá de estas tierras nuestros guerreros entre ellos mi hijo pelearan en contra de aquella hechicera. La guerra nos augura muerte, más no bajaremos la cabeza. ¡¡Vamos a pelear por nuestra luz y la tierra!!