Abro mis ojos ante el sonido de la alarma.
Salto de la cama y me pongo mis sandalias.
Otro día nuevo comienza,
el sol alumbra con fuerza,
presiento que será hermoso
éste día maravilloso.
No importa lo que suceda,
ya sea bueno, o malo,
porque estamos vivos,
viviendo el presente
y nada nos detiene.
¿Porque no estaríamos bien?
¿Porque no estaríamos felices?
Tenemos un día más de vida,
debemos aprovechar las oportunidades
porque mañana, ¿quién sabe?
Tal vez las cosas cambien.
Los pichones cantan
a la par de los cantores,
anunciando una mañana
repleta de emociones.
Hay un poco de viento
revoloteando mis cabellos,
dejándome despeinada
y un tanto despistada.
Los vecinos me saludan
y apenas logro verlos.
¿Será que los rayos de luz me ciegan?
¿O será que no deseo hacerlo?
Me apresuro a salir del barrio
porque se me escapa el metro;
debo llegar a tiempo,
o no me darán el aumento.
¿Tan tacaños pueden ser mis jefes?
Son como Don Cangrejo,
escatiman hasta lo que no tienen,
dejándonos sin un peso.
Me contaron que ellos renunciaron,
apenas puse un pie en mi trabajo.
Salté de alegría al oír la noticia
de que vendrían otros dueños.
Unos mezquinos nuevos.
¡Esperen, ellos son buenos!
Qué raro, ya no hay de esos.
Aprovecho y les pido otro puesto.
Uno superior, uno de nivel,
uno donde no tenga que obedecer.
Me lo conceden, pero hay un problema:
ellos no se encargan de hacer la limpieza.
Ahora tengo dos puestos:
Uno bueno y uno malo.
¿Cómo rayos me encargaré de ambos?
Miren lo que me pasa por querer más
de lo que Dios ya me había dado.
Camino por las calles
del gran Buenos Aires,
pensando en lo que he hecho,
buscando algún remedio,
o algo de consuelo.
El cielo cubrió su azul,
vistiéndose de un blanco neutro,
comenzó a llorar y de pronto
todo se volvió negro.
¿Se habrá enterado de mi mal genio?
¿Se habrá aliado con mis jefes nuevos?
Un colectivo pasa a mi lado,
pisando un gran charco de lodo,
ensuciando todo mi atuendo
y poniéndome de mal humor.
Ya no sé qué puede ser peor.
Subo a un micro sin fijarme cuál es.
Mi suerte se asoció con una gris nube
ya que no tengo ni carga en la sube.
Deben ser muy buenas amigas ahora,
deben estar riéndose de mi derrota.
Le doy pena al conductor,
quien me ve de pies a cabeza,
con una cara de horror.
Creo que está considerando
si permitirme pasar dentro,
o echarme afuera de un sopetón.
Con un gesto gentil me deja entrar,
y me siento al fondo para pensar.
Aún queda media hora de viaje,
treinta minutos parece algo eterno
en este autobús que parece el infierno.
Despierto confundida y ceñuda,
Parece que han pasado dos días.
¡Esperen, ha sido todo un sueño!
Solo pasó una hora desde aquello.
Busco mi pañuelo negro
y lo encuentro en el suelo.
Maldigo para mí misma
porque no podré usarlo;
lo levanto y me encuentro
con quinientos pesos en mi mano.
Puedo tomar otro bus,
para volver a casa,
pude cargar la tarjeta
y ésta no me costó nada.
para volver a casa.
Ya no llueve como antes,
el sol ha vuelto a salir.
Éste día fue algo raro,
pero vale la pena
cuando se trata de vivir.