Encontré un hogar
donde me sentía
en paz conmigo misma.
Era un sitio, que daba
tranquilidad,
y comodidad.
A veces me sentía
fuera de lugar,
tal vez por las personas
o la gente en general.
Pero eso no importaba,
había algo primordial.
El amor de Jesucristo,
brillaba sin parar.
Su presencia
abundaba,
se sentía sin cesar.
Era algo tan fuerte
y poderoso
que me hacía quebrantar.
Levanté mis manos
por primera vez,
clamando con todas
mis fuerzas,
como si no hubiera
un mañana,
pero sí un ayer.
Y cuando estaba sola,
sin nadie físico a quien hablarle,
yo sabía que él estaba conmigo,
y comenzaba a orar.
Sabiendo que él me escucha,
y responde a su momento.
Sabiendo que él me protege,
y me respalda todo el tiempo.
A veces me contenía
con temor a lo que dirían
si me veían llorar, o
si me veían rendida.
Creerían que estaba exagerando,
o que me había pasado algo,
cómo si mi pasado
fuese muy malo.
Si yo les contaba
todo lo que me había pasado,
ellos no lo habrían entendido,
hubieran creído que estaba bromeando,
o para ellos no habría sido tan malo.
Cada quien conoce su peso,
cada quien lo lleva como
puede o quiere.
Pero no le debo cuentas a nadie,
y si a alguien le debo,
no sería a un humano,
sería a mi Dios
quien está al mando.
Jehová fue quien me vio
cuando ni yo me veía.
Pensaba que estaba perdida,
pensaba que era de lo peor,
pero no sabía que él
me había escogido
siendo así como soy.
Gracias a él estoy aquí,
tan viva, tan feliz.
Sin culpa, ni pecado,
porque Dios me ha liberado.
Gracias Espíritu Santo
por haberme acompañado,
y estar siempre presente,
dándome una gran mano.
No sé qué habría sido de mí,
sin Cristo aquí dentro
de este corazón hambriento.
Eternamente te honraré,
y tu palabra escucharé.
A ti te seré fiel,
gracias Señor.
Amén.