El mundo después de Máreda

Capítulo seis

Blake

 

—No nos acercaremos a ese sitio, ¿verdad Pol? —preguntó Cinthia cuando Horace Holerman cerró la puerta de la habitación, luego de desearnos las buenas noches.

—No, claro que no —repuso Pol al mismo tiempo que se arropaba entre las cobijas—. Ustedes no. Iré solo.

—Debes estar bromeando —le contesté y me apoyé sobre el respaldar de la cama. El resto de mis amigos me imitó.

—A caballo sólo tardarían unas cuantas jornadas si regresan por el sendero de los mercaderes —dijo Pol, ignorando nuestras miradas cargadas de reproche.

—No te dejaremos solo —el rostro de Carol se ruborizó a causa de su enojo—. Si hemos venido hasta aquí, ¿qué te hace pensar que te abandonaremos ahora?

—Tiene que haber alguna manera de evitar el bosque de los misterios —agregó Cinthia mientras tomaba uno de los mapas que había sobre la mesa de noche.

—No la hay —aseguró Pol en tono conciliador—. Sabía desde el principio a lo que me enfrentaba, tuve una corazonada sobre el bosque Corteza de Plata, y por ese motivo intenté advertirles a ustedes… Pero no ha funcionado.

—Y tampoco funcionará esta vez —le dije a Pol con tono severo.

—Te acompañaremos a ese maldito bosque, y si logro divisar algo entre los árboles, le quitaré las ganas de asustar con una de mis flechas —Cinthia señaló su nueva adquisición, que se hallaba en un rincón de la habitación: se trataba de un arco que le había comprado por la mañana a uno de los mercaderes que pasó por la taberna.

—Eso si primero logras darle en el blanco —la retó su hermana. Las carcajadas hicieron que Horace se acerque deprisa y golpee la puerta, diciendo que había otros huéspedes que intentaban descansar.

—He estado practicando —repuso Cinthia con orgullo, cuando la habitación recuperó la calma.

—Bien, basta de chácharas… De modo que mañana mismo retomaremos el viaje en dirección al sur —comentó Pol acostándose de nuevo—. Descansen bien, y recuerden que no me opondré si desean regresar a Esgolia.

—Nadie regresará a Esgolia, puedes estar tranquilo —concluyó Jane y Pol profirió una débil carcajada antes de cerrar los ojos y voltearse.

La mañana siguiente emprendimos la marcha luego de un jovial desayuno en la taberna. Horace empaquetó para nuestro viaje una reserva de comida suficiente para abastecer a diez hombres durante un mes. El tabernero, además, tuvo la amabilidad de brindarnos varias recomendaciones interesantes sobre las particularidades climáticas y los peligros que rondan en cada sitio que teníamos por delante.

Los seres expertos que habituaban a merodear por regiones salvajes, podían burlar el peligro acudiendo a sus propias experiencias con la naturaleza. Pero aquellos deshabituados, que sólo estaban de paso, debían alejarse todo lo posible de ciertas zonas en particular. Horace nos explicó que bajo ninguna circunstancia debíamos acercarnos al Valle del Grifo durante la noche, ni tampoco debíamos aventurarnos por las ciénagas que se encuentran al oeste del bosque de los misterios. Aquellos sitios podían resultar mortales para jóvenes como nosotros.

 La próxima parada en el plan que había elaborado Pol era Monte Hell, situado al sureste, a una distancia no muy alejada de poblado Nogal. Los caballos galoparon a ritmo uniforme, mientras el terreno describía mesetas pobladas de pastizales. El cielo cubierto de nubarrones se había despejado en el transcurso de la jornada, y mientras avanzábamos por las pendientes cada vez más inclinadas y descendíamos a gran velocidad, el sol comenzó a declinar lentamente, hasta debilitarse y asemejarse a una moneda de bronce que enseguida se perdió en el vasto horizonte.

Detuvimos la marcha por la noche, donde acampamos al reparo de las grandes montañas que conformaban el monte. Tendimos el campamento en una especie de cueva que según el señor Holerman solía ser usada por los exploradores en las épocas más crudas. La noche se presentó cálida y acogedora, y nos turnamos para hacer guardia mientras otro grupo dormía, puesto que los riesgos de una zona expuesta no eran los mismos que en el bosque próximo a los asentamientos Humanos.

Y así transcurrió una nueva semana de viaje. Los matorrales se extendían por el territorio ondulante —característico de la región meridional— y de vez en cuando nos topábamos con lagunas de poca profundidad que no representaron un problema para los hábiles ejemplares. Los caballos resultaron dóciles, tal como había advertido el viejo Folis, y hasta ahora ningún tipo de terreno había dificultado su ligero andar.

Llegamos al bosque de los misterios la tarde del octavo día. Aunque ya había comenzado a anochecer, Pol insistió en adentrarnos un poco para buscar una fuente de agua para los animales, que estaban exhaustos. Por fortuna encontramos un arroyo a escasa distancia del linde, y allí resolvimos levantar el campamento. Incluso a la luz de la fogata la vegetación tenía un aspecto fantasmal, ya que la corteza de los arboles dejaba entrever  un brillante tono plateado.

El amanecer tardaba mucho en llegar. El aire se tornaba gélido y el cielo azabache aclaraba lentamente a medida que transcurrían las horas. No observé nada extraño durante las guardias que cubrí aquella noche, pese a mis esfuerzos por distinguir una sombra o cualquier sonido inusual. Mantuve la espada al alcance de la mano mientras pensaba qué reacción podía esperar de mi parte si algo aterrador se nos presentaba en ese mismo momento.




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