El Muro

I. Casualidad

Olivia:

—Estos turnos van a matarte Livie. —Ana, mi compañera, me golpeó suavemente el hombro mientras se ponía el abrigo.

—No son tan terribles como parecen. 

Aunque intentaba aparentar, estaba realmente cansada, tanto que casi no podía mantener los ojos abiertos.

—Cada vez que vengo, tú ya estás hace varias horas. No sé cómo lo haces. ¿Cómo es que lo resistes? —Rió por lo bajo. Estábamos ya dejando atrás los vestidores y ahora caminábamos por los pasillos, casi vacíos, del hospital.

—Es el precio que debo pagar por ser quien soy. —dije sin ánimos de verme como una egocéntrica. —Tengo que demostrar que me he ganado el lugar y que nadie me lo está regalando. 

Sabía que para ella eso era una tontería, pero la mayoría no pensaba así.

—Cualquier persona que te conoce sabe eso amiga, te esfuerzas demasiado. Si yo tuviera tu padre y la mitad de las influencias que tienes... me relajaría un poco más, aprovecha. 

—Ese es el problema. Todos creen que de alguna forma aprovecho mi posición, por lo que debo ganarme su respeto. Es un poco agotador.

—Tienes mis respetos, sin dudas. —replicó sonriendo. —Hasta mañana casi enfermera Anderson.

—Hasta mañana enfermera Roberts.

Ambas sonreímos antes de saludarnos una vez más con la mano y tomar senderos separados.

Comencé a caminar con tranquilidad. Había hecho esa ruta miles de veces, por lo que conocía todos los movimientos de la calle. Ya era tarde y hacía frío. Solo los centinelas de guardia, eran mis compañeros en mi camino a casa.

Me conocían y yo lo sabía. No se les permite saludar o hablar con los civiles cuando están con el uniforme, en consecuencia, la mayoría me ignora o solo me sigue con la mirada cuando paso por su lado, pero algunos, hacen un gesto, casi imperceptible, cuando estoy cerca.

Es nuestro código, me hace sentir segura el saber que hay alguien que me espera, que sabe que camino por esas calles y que está cuidando de mi.

Giré por uno de los callejones, el camino más corto para llegar a casa.

—¡Toma tu merecido maldita! —escuché a alguien decir entre jadeos.

Afine la mirada y pude ver un grupo de 4 adolescentes, no podían tener más de 17 años, estaban pateando algo en el suelo.... una persona.

—¿Qué están haciendo? Llamaré a los centinelas. — grité en un patético esfuerzo por asustarlos.

Lejos de cumplir mi objetivo, no parecieron amedrentados, sino que comenzaron a acercarse; instintivamente retrocedí unos pasos. Esto no iba a terminar bien, ni para mi, ni para quien fuera que estaba allí tirado.

—Ni se les ocurra. —escuché una voz profunda que provenía de mis espaldas y el sonido de un arma cargandose.

Un centinela. Mi salvación.

Los atacantes comenzaron a correr en dirección contraria; me giré para agradecerle, una figura alta y toda de negro paso por mi lado como un rayo y se agacho sobre la persona que estaba en el suelo. Cierto, había alguien que estaba peor que yo.

—¡Em! ¡Emily! Por favor, despierta. —su voz sonaba desesperada, no era un centinela, era obvio.

Me acerqué corriendo hacia ambos. En ese instante dejé de pensar como Olivia, y comencé a hacerlo como enfermera. Después de todo me había entrenado para esto.

—Muévete. —le indiqué al joven que estaba a mi lado. —Sé lo que hago. —agregué sin mirarlo.

Me acuclillé y comencé a revisarla, no parecía nada muy grave, pero estaba inconsciente, tal vez le habían golpeado la cabeza o desmayado por el miedo, todo era posible y no lo sabría solo mirándola.

—Hay que llevarla a algún lugar para curarla. Rápido. —Cerré los ojos, pensé un instante, ubicándome en donde me encontraba. —Mi hermano vive aquí cerca. Levántala, despacio. No tenemos tiempo para llevarla al hospital ahora. Podremos llamar a los médicos desde allí.

Él se limitó a asentir y a seguirme por las calles oscuras.

—¡Shia! Abre. Por favor, soy Liv, abre. —Le di puñetazos a la puerta como si mi propia vida dependiera de eso.

—¿Tu hermano vive aquí? —lo escuché preguntar, pero no respondí, estaba demasiado ocupada en hacer que me abrieran.

En ese momento Shia apareció frente a nosotros. Estaba en pijama y durante un segundo nos observó a los tres con asombro.

—¿Liv? ¿Qué haces aquí? ¿Qué...? —Claramente estaba demasiado dormido como para comprender algo.

—No tengo tiempo para explicar. Abre paso. —Lo empujé y entré a la casa. —Despeja la mesa. ¡Ya! Acuéstala ahí. Trae el botiquín. Toallas. —Repartía órdenes, no me importaba realmente quien las cumpliera, mientras alguien lo hiciera. Sólo quería salvar a la chica.

Cocí, vendé, limpié cada herida y cuando por fin terminé, me desplomé en el sillón, agotada.

Tanto mi hermano como el otro chico, hablaban en voz baja; tal vez le estaba explicando cómo había sido toda la situación y por qué habíamos llegado a su casa a esa hora.

—Va a estar bien por ahora, pero debemos llevarla al hospital. —dije cerrando los ojos e intentando no ceder al impulso de dormirme.

—No voy a llevarla a ningún lugar. Tu vas a cuidar de ella hasta que pueda llevarla a casa. Dijiste que sabías lo que hacías.

Abrí los ojos al escuchar nuevamente la voz profunda del callejón. Estaba mirándome fijo. Era la primera vez que realmente lo veía; era demasiado alto, casi como un espectro aunque con algunos músculos, todo de negro, con facciones marcadas, y un aro en la ceja, que enmarcaba unos ojos verdes, fríos, como muertos.

—¿Quieres que se muera? No soy médica, estoy estudiando y no tengo ningún equipo aquí. No sé si los golpes la afectaron más de lo que puedo notar. Esta desmayada, puede tener una contusión, un derrame. No tengo forma de saberlo sin el equipamiento adecuado. —Lo miré durante todo mi discurso a los ojos, no era el único que podía sostener una mirada. —Lo que me estas pidiendo es una locura.

—Vas a cuidarla y ruega que no le pase nada... 




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