El Muro

II. Mensaje

Olivia:

No había logrado dormir en casi toda la noche. Seguía completamente aterrorizada por lo sucedido en la casa de Shia.Todavía no podía terminar de creerlo. El callejón, el arma, la chica herida, el salvaje, sus ojos...

Se estaban alojando en la casa de mi hermano dos salvajes; más bien, escondiendo en ella. Uno, armado y a mi parecer, sumamente peligroso, otra herida, pero eso no quitaba que también podría ser un peligro.

Durante toda la noche me pregunté, ¿Cómo habían cruzado? ¿Cuántos? ¿Vivían entre nosotros? y hasta llegue a pensar cuántas veces ya habían cruzado el muro. Luego las preguntas se dirigían a Shia, ¿Hacía cuanto conocía a esa gente? ¿Los invitaba a su casa a menudo? 

No sabía que iba a hacer. Hablar no era una opción. ¿Qué lograría además de que los encontraran? De seguro, que mataran a Shia y a mi también. La ley era igual para todos nosotros, sin importar nuestro apellido, sufriríamos las mismas consecuencias si las incumplíamos.

A la vez, no podía dejar de pensar en esa chica. Me necesitaba. Había hecho una promesa cuando inicie mis estudios. Salvaría la vida de las personas, haría siempre todo lo posible por ayudar, curarlas; nunca pensé en qué debería hacer si esa persona era un salvaje.

Bufé y respiré muy profundo, tomando demasiado aire.

Moví la alfombra que se encontraba a los pies de mi cama y saque el tablón flojo. Tomé la pequeña cajita que allí escondía; rodee los ojos frustrada, era la única opción que tenía si quería ayudarla. La abrí y saqué los medicamentos. Analgésicos, seguro que ella los necesitaba mucho más que yo en ese momento.

Un golpe en la puerta hizo que me saliera abruptamente de mis propios pensamientos.

—Señorita Anderson. Su padre la esta esperando abajo. —escuché la voz de Félix, el jefe de seguridad de mi papá.

—Ya voy. —grité mientras volvía a dejar todo en su lugar de forma apresurada.

Antes de salir de la habitación, me tomé un momento para chequear que tanto el tablón como la alfombra habían quedado perfectas.

Bajé las escaleras con un poco de pesar, sentía como cada metro que me acercaba a mi padre, la culpa se hacía más y más grande.

Lo encontré sentado en la cocina, con una taza de café en la mano y sus papeles esparcidos en su lado de la mesa.

—Buenos dias Livie. —Me sonrió e hizo un gesto para que sus guardias dejaran la habitación. —Preparé el desayuno. —agregó con algo de triunfo en su voz.

—Gracias. Pensé que no te vería hasta la noche. —quise sonar emocionada, pero la realidad era que con todo lo que había pasado la noche anterior, lo que menos necesitaba era tener una charla con mi padre; él tiene una especie de sexto sentido, simplemente nota cuando le miento.

—¿Qué tiene de malo querer desayunar con mi hija? Hace días que no nos vemos. —Me sirvió un poco de café y comencé a tomarlo, con calma. —Félix me dijo que ayer llegaste tarde, más de lo habitual. ¿Qué sucedió? 

Allí estaba la verdadera razón por la que compartía la mesa conmigo.

—Tuvimos mucho trabajo y luego me entretuve charlando con Ana. 

Al escuchar el nombre de mi amiga puso cara de desagrado.

—No me parece correcto que te juntes con esa chica. Sabes lo de su padre.

La familia de Ana había tenido varios problemas a causa de su padre. Era alcohólico y más de una vez lo habían atrapado robando o tirado en las calles, completamente intoxicado. Incluso una vez tuve que atenderlo en Urgencias. La gente no se acerca demasiado a ella, temen que se los relacione con algo que haga el hombre y manche sus reputaciones.

—No juzgo a las personas por su familia. 

Le sostuve la mirada por un segundo, pero luego la bajé, aterrada. Ana no era como su padre y no creía que, sólo por él, debiera negarle mi amistad.

—Deberías. Tu deber como mi hija es dar el ejemplo. —sentenció. —¿Cómo van las cosas con Aidan? 

Su visión de cambiar a un tema más agradable y el mio, eran muy diferentes.

—Bien. —Mentí, mientras le daba una mordida a mi pan.

—Me ha comentado que estás un poco evasiva últimamente. Que no respondes sus llamadas. 

Maldito boca floja, lame botas.

—Estoy muy ocupada en el hospital, aún no termino la residencia y debo hacer horarios dobles. —Esa era la respuesta que le había dado también a Aidan, era mejor si la repetía tal cual.

—Cuando termines la residencia ordenaré que te bajen el horario a la mitad. 

Lo miré con ojos de cordero.

—No, no hace falta, se los pediré yo. Lo juro. Sólo me faltan cinco meses. 

No quería que se entrometiera en eso; había trabajado mucho para ganarme la confianza y respeto de mis compañeros. No quería que otra vez volvieran a creer que por mi posición, tenía beneficios.

—Es una orden Olivia. Baja tus horas. ¿Entendiste? —Me miró como lo hace a sus guardias, cuando cometen un error.

—Si, señor. —ante mi respuesta rió.

—Ay hija. Si todos entendieran las reglas y las acataran como tu... las cosas no se saldrían de control y yo tendría menos trabajo. —Sonrió mirando hacia abajo y se me encogió un poco el corazón. Yo también estaba rompiendo todas las normas. —Últimamente ha habido muchos secuestros. No entendemos que tipo de mensaje nos quieren enviar los salvajes. Ellos actúan de forma aleatoria, no tienen el mismo orden que nosotros. —lo dijo cómo si estuviera pensando en voz alta, mirando uno de sus papeles.

—¿Secuestros? —pregunté nerviosa.

Me miro un poco pensativo, era obvio que no se había dado cuenta de que hablaba en voz alta. 

—La gente está desapareciendo Livie. Voy a necesitar que seas muy cuidadosa y que no te acerques a ningún extraño. —me advirtió.

Demasiado tarde para eso, pensé.

—¿Ya te vas? —preguntó cuando comencé a levantar mis cosas.

—Si, quiero ir a ver a Shia. Charlar con él. Hace mucho que no lo veo. 

Sabía que disfrazar la verdad un poco, ayudaría si mi padre sospechaba algo.




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