XXXIX
No te marches
Un radiante sol deslumbra mis penumbras, no me alcanzan las palabras y ya he llenado incontables páginas.
Solo él sabe cuánto he sufrido, solo él sabe cuánto he perdido
Falsas sonrisas inundan este grisáceo cielo de invierno
Mis ojos se cansaron de despedir a tantos compañeros
Extendiendo incontables veces mis manos, reteniendo el tiempo antes de verlos partir, llevándose un trozo de este lienzo ya incompleto.
¿Cómo detener lo inevitable?
Mi andar sin rumbo me conduce a un lugar sin escapatoria
La frialdad juega con un corazón adolorido, suplicando un amor como ningún otro
Queriendo detener el viento, este se esfuma entre mis dedos
Aun no te marches
La danza es continua, dentro de esa caja musical, la cual retiene el tesoro más valioso, llamado esperanza.
Infinito, cada vez se vuelve más perdurable el mar ante mis ojos, dibujándose una divina obra de la naturaleza, escurriéndose por mi rostro el comienzo de un mar imparable
El ser ignorante de mi propio dolor, anhelante de volver a los días de la más pura inocencia, acunada en el seno del génesis.
Una enfermedad se prolonga, sin dejar de habitar en mí, la soledad fue consumiendo lo que quedaba del existir.
Blanco y negro, en sentido contrario del andar, todo se volvió sin tonalidad alguna ante mí mirar
¿Cuándo llegara la calma de mi tempestad?
Observando el sublime horizonte, me envuelvo ante la fría brisa de noviembre, en busca de calma, las gotas de lluvia bailan con el viento, estampándose en mi rostro.
Rendida ante el dolor, me sumerjo en el barro de la negrura, deseando que la llovizna se lleve junto al mar toda la melancolía.