Elsa no podía dormir. Cada vez que cerraba sus ojos, se le venía a la mente la imagen de su ex novio sobre ella, con las manos en su cuello, asfixiándola, quitándole poco a poco su vida.
Se levantó de golpe, y entre las lágrimas, buscó encender la luz para saber si aún se mantenía en aquella pesadilla o ya había vuelto a la realidad.
Si de por sí no conciliaba el sueño estando en el hospital, sabiendo que estaría a salvo, menos ahora que se había enterado que él la buscaba en casa de cada una de sus amigas, exponiéndolas a su toxicidad y violencia.
¿Cómo es que había empezado todo esto? O peor aún, ¿cómo es que ella lo había permitido?
Estaba paranoica, la ventana de su habitación estaba clavada, para que nadie pudiera entrar, la puerta tenía varios pestillos y bajo su cama escondía cosas puntiagudas como un picahielo.
El piso era de madera, y cada paso que daban se escuchaba, lo que inquietaba a la rubia.
La luz de afuera fue encendida, robándole un susto a Elsa. Se quedó estática en su lugar, imaginando las miles de escenas que pudieran pasar.
¿Y si era Hans? ¿Y si había venido a llevársela? ¿A matarla?
Agarró lo primero que se encuentra cerca de ella, y con sumo cuidado, fue quitando de pestillo a pestillo a la puerta. La abrió, con su arma bien sujetada y preparada para lo que viniera.
Lo mataría si fuera necesario, lo haría, él le arrebató lo más pequeño y bello que pudo haber tenido si no fuera por Hans.
Terminó por abrir la puerta, y alza el bate de béisbol a la silueta que amenazaba con atacarla.
La niña grita llorando y orinándose sobre su pijama, dejando al descubierto que era nada más y nada menos que...
—¿Bianca? —susurró una Anna muy confundida.
Pero al ver a su hermana a punto de golpear a su hijita, exclamó asustada, corriendo hacia ellas.
—¡¿Qué diablos ibas a hacer, Elsa?! —su timbre de voz reflejaba ira e impotencia.
—¡Y-yo no sabía que era Bianca, creí que era Hans y...! —la pelirroja le arrancó el bate de sus manos, y lo tiró al otro lado del pasillo.
—¡Sólo quería ir al baño, por Dios! —tomó a la niña empapada de orines y lágrimas.
—¡Lo lamento, en serio! Pero es que esto me es muy difícil y...—Anna la interrumpió, poniendo una mano frente a sus ojos.
—¡Para mí también es difícil, Elsa! Pero debes comprender que no todo es él, no todo el mundo va a querer dañarte —Dejó salir un pesado suspiro, revelando lo cansada que se encontraba—. Mañana resolveremos esto, hoy sólo quiero dormir —y se llevó consigo a la niña, que ya había parado de llorar.
Elsa bufó exasperada, sabía que la había regado, y lo menos que podía hacer por su hermana y por su familia era no causar tantas molestias.
¿Cuántas veces le dijeron que se apartara de él? ¿Cuántas veces le advirtieron lo peligroso que podía llegar a ser? Pues millones de veces, mas de los soles de los que podría contar.
Pero la tonta hizo caso omiso, ¿verdad? Y aquí estaban las consecuencias de su gran estupidez.
Llenó una cubeta con agua, le vació un poco de cloro y aromatizantes, metió el trapeador y comenzó a limpiar el pequeño incidente de su sobrina.
Después de todo ella lo provocó.
[...]
—¿Qué haces? —le preguntó la pequeña Bianca, mirando por debajo de la mesa a su tía, que leía con precisión el periódico.
—Busco un trabajo —respondió Elsa, mordisqueando la tapa de la pluma.
—¿Para qué? Si aquí puedes jugar conmigo todo el día —con dificultad, se subió a una de las sillas del comedor.
—Sí nena, pero necesito ganar mi propio dinero y ayudarle a tu papá.
—Pero entonces ya no vas a poder jugar conmigo —se cruzó de brazos, y con sus labios hizo una mueca de molestia.
—Bianca, no empieces.
—¿Ya desayunaron? —cuestionó Anna, llegando a la cocina.
—Aún no.
—¿Qué estás haciendo? —la pelirroja observó a su hermana ya limpia y vestida—. ¿Saldrás a algún lado?
—Algo así. ¿Ser cajera es mucho peligro? —volteó a verla, con su ceño fruncido.
—¿Estás buscando trabajo? —se sorprendió la pelirroja.
—Sí, ¿qué hay de malo en eso?
—¡No, no, no y no! Elsa, eres mi hermana, no necesitas pagar nada de aquí.
—Me siento inútil sin hacer algo productivo, Anna. Kristoff no puede estarse matando de sueño sólo porque tu hermana la debilucha ha sido golpeada de nuevo –exhala con dificultad–. Me parece muy injusto. Además, busco distraerme.
La menor le pensó, y se sentó alado de la rubia. Tomó una hoja del apartado Clasificados, y le fue echando un vistazo.
—Nada que involucre dinero, pueden asaltarte —ordenó, sin apartar la vista del periódico.