El Océano En Tus Ojos.

II.

Ícaro estaba acabando con sus uñas de los nervios. Hacía varias horas que había traído a la chica a la isla, aquella donde vio Poseidón la primera vez, pero ella no despertaba.

Su semblante era pacifico y precioso, pero no se había movido ni un centímetro desde que el océano la había dejado en la nivea arena. Comenzaba a preocuparse, ¿y sí la había matado por accidente?

—No, no, no. Ella simplemente está dormida, quizás está inconsciente. Puede que eso sea lo más seguro —le miró una vez más y trago saliva con dureza—. Poseidón me va a matar; luego irá al inframundo y me volverá a matar incluso ya muerto. Usará mi alma para limpiar su tridente y sus hijos me usarán de tapete por toda la eternidad.

Se acercó una vez más, y trató de comprobar si aún respiraba, pues su pecho se movía con una suavidad casi imperceptible. Sus dedos pasaron por el contorno del rostro de la chica y le retiró algunos rizos que le invadían las facciones, se permitió admirarla por más tiempo de lo debido. No le sorprendía que el dios de los mares la hubiera buscado por tanto tiempo, después de cientos de años, porque cada día pasado realmente había válido la pena.

Era hermosa. Podía decir con seguridad que era la mujer más hermosa que había visto nunca. Cualquier joya preciosa posada en la corona del mismo Poseidón era opacada ante ella; se sintió indigno de admirar tal belleza, juró que era más hermosa que la misma Afrodita, merecedora de admirarse solo por un verdadero dios.

—Creo que Poseidón estará más que satisfecho —un chico, de no más de 16 años, con zapatos alados, de piel lechosa y el cabello alborotado, se posaba con gracia sobre un gigantesca  roca a unos cuantos metros de Ícaro, su tono era afable y su humor alegre— ¿quieres decírselo en persona o debería hacerte el favor y ahorrarte el viaje?

—Prefiero las cosas cara a cara, pero muchas gracias, Hermes —el dios se encogió de hombros y continuó tomando el sol sobre la enorme roca—. He llegado a pensar que es ella.

—Ícaro, es ella. Mira como el océano se regocija de que ella esté tan cerca de él —y tenía razón. El Océano se movía con gracia, con suavidad y ritmo, era como si danzara de la felicidad con la arena—. Padre ha dicho que algo pasaría, tiene un presentimiento y ha pedido consultar al oráculo; si los planes de Poseidón se llegan a saber, Anfitrite estará ahogada en cólera y en el Olimpo se armarán bandos, pero dudo mucho que alguien quiera defender a una ninfa por encima de un dios.

—No exageres —se alejó de la chica y caminó hasta las faldas del peñasco, Hermes lo miró con curiosidad—. Poseidón disfruta de humanas una y otra vez sin ocasionar nada en su incrédula esposa. Esta chica es sólo uno de sus caprichos más, no es como que quiera llevársela a su palacio y echar de ahí a Anfitrite.

—No creo que Poseidón sólo la vea como un capricho; piénsalo, ¿dos milenios buscando a una mujer para tenerla una noche?

—Tiene gustos extravagantes... Espera, ¿dijiste viaje?

—Realmente eres lento. El gran dios de los mares tiene muchas misiones en el Olimpo —habló con cinismo el hijo de Zeus; si algo podía admirar Ícaro en Hermes era su carácter, era sarcástico, temerario y el ser más sincero que había conocido jamás, y siendo él hijo de Zeus, uno de sus favoritos, obtenía todo lo que deseaba. Siendo envidiado a veces por el mismo Eros. Obstinado y cínico, astuto, perjurio e ingenioso, vivo y fugaz. Así era el dios, único e irrepetible— ¿puedes creerlo? ¿Qué tantas tareas podrá tener? Además de amaestrar ballenas y enseñar a los delfines a hacer trucos que divierten a los humanos.

—Hey, alguien aquí al menos le debe algo de respeto a Poseidón. Salvo mi vida —Hermes rodó los ojos y por arte de magia, literal, sacó un par de lentes de sol de la palma de su mano y se los colocó, parecía un chico humano más, uno moderno y a la moda, podría pasar por uno pero la fina y delgada toga que le cubría el cuerpo no pasaría desapercibida, tampoco las brillantes y doradas sandalias que relucian en sus pies—. Además, sabemos que no sólo puede domar animales, si realmente quisiera, destruiría toda parte terrenal de la tierra.

—Algo que no le conviene; no creo que esté dispuesto a enfrentarse por algo realmente estúpido al Dios Padre.

—Buen punto... —su conversación se vio interrumpida cuando la chica comenzó a toser con desesperación, el agua salía por su boca en grandes cantidades mientras una de sus manos golpeaba su pecho con fuerza. Hermes se despidió con un pequeño “Suerte”, dejando a Ícaro con el encargo de Poseidón.

Se acercó a pasos lentos, la mata rizada se movió a distintas direcciones, observando el lugar donde se encontraba, tratando de averiguar si realmente había despertado en una isla o se había quedado dormida en la playa.

—¿Caleb? —preguntó a la nada, sin recibir respuesta alguna. Ícaro se oculto tras una palmera, una lo bastante grande, que no delatara su nerviosismo y el intenso deseo de que la tierra lo tragase— Demonios, ¿dónde estoy? —Asher tomó lo que quedaba del vestido, sólo tela rasgada y con agujeros, y camino en la arena, no veía nada más que agua al rededor de la diminuta isla, kilómetros y kilómetros de océano.

—Zeus, dame fuerza, por favor —rogó el muchacho a los cielos que el dios le escuchase, y con pasos dudosos se acercó lentamente a donde la oji-azul se encontraba, estaba decidiendo entre si avanzar y buscar ayuda o quedarse a idear una manera de huir de aquella isla pero ¿cómo lo haría si ni siquiera sabía en dónde estaba?

—Esto debe ser un sueño, definitivamente, no hay manera en que despierte en un lugar deshabitado seguramente con animales salvajes, o con canibales, o múltiples enfermedades que podrían matarme con tan sólo respirarlas por 5 minutos —Ícaro rodó los ojos ante el dramatismo exagerado de la mujer y la velocidad tan cómica con la que habló, no todo lo que brilla es oro, pensó con escarnio— ¡Necesito salir de aquí!




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