El Océano En Tus Ojos.

XIV

El cuerpo del muchacho fue arrastrado al fondo del río por las almas que merodeaban en él; ni siquiera había notado cuando comenzó a llorar. Las lágrimas corrían por sus mejillas, no había ruido alguno en la habitación, solamente su pesado respirar; cerró los ojos y dejó que todo aquello que la acongojaba saliera de su ser, se sentía impotente, inútil, porque no podía salvarse ni a ella misma en aquella situación.

 

—Perdóname... —susurró en dirección al río, más para ella misma que para el propio Ícaro. Detrás de ella, sin ocultarse, estaba Hades; la miraba con superioridad, era el momento de aprovechar aquella oportunidad y acabar con Asher de una vez por todas, pero el dios disfrutaba ver el dolor reflejado en el rostro de la tan problemática chica.

 

—Así es como debía pasar, Asher. Tú no deberías estar aquí, y mucho menos Ícaro... Esto es tu culpa —Asher en un movimiento presuroso, tomó el tridente en sus manos y apuntó al dios directo a la garganta, con la punta más larga rozandole la barbilla—. Duele, ¿no es así?, la culpa. Esa terrible sensación de ineptitud.

 

—Cierra la maldita boca —afianzó el tridente a sus manos y una sonrisa se dibujó en el rostro del sagaz dios.

 

—Yo puedo regresar a Ícaro a tí... Si aceptas mis condiciones —Asher no respondió, sus nudillos ya estaban blancos por la fuerza con la que sostenía el tridente, pero el dios no parecía importarle mucho; su mano giró y entre sus dedos apareció una extraña flor roja, de varios pétalos y exótica figura—. Tómala, marchate del Olimpo e Ícaro volverá antes de que lo notes.


 


 


 


Asher miró la flor por un segundo, sin embargo, no dejó que su deseo subyugara su espíritu, pues si bien podría regresar a Italia y tener una vida normal, no dejaría que la misión de Ícaro fuera en vano.

—Tendrás tu vida de vuelta, cariño. Solo tómala —Asher tomó la flor entre sus dedos, sin alejar el tridente de la garganta del dios; Hades sonrió satisfecho, pero sin pensar en mucho, Asher la arrojó al río y el rostro del dios se contrajo en pura indignación.

—Sin tratos ni convenios, si no regresas a Ícaro, juro que te atravesare la maldita garganta con esto —Hades no pudo evitar mostrar cierto nerviosismo, pues la chica podría hacerlo si se lo proponía en serio—. Los humanos tenemos la creencia de que ustedes son inmortales... ¿Lo comprobamos? —el tridente hizo aún más presión contra la garganta del dios, la punta pincho la carne y un hilo de sangre manchó el fino metal. Hades se sintió ofendido a un nivel colosal, pues ningún mortal había sido tan osado con él; retrocedió un par de pasos y miró con repugnancia el tridente entre sus manos de la chica. Sus fosas nasales se ampliaban conforme su respiración se aceleraba, Asher miró su cuerpo exhalar humo, oscuro y aumentando en cantidad. Con un gutural gruñido, Hades tomó una forma monstruosa, de una bestia de fuego de cuernos largos y ojos infernales.


 


—¡Eres una grandísima tonta! —una bola de fuego se formó entre sus dedos, y antes de que Deméter o Asher pudiera hacer algo, la lanzó en dirección de un punto medio de ambas.

—¡Asher! —la diosa pudo esquivarlo pero no veía a la chica por ningún lado. Pudo verla subir con esfuerzos por la orilla del suelo, sujetándose sin perder el tridente, corrió para ayudarle, gracias a la bola de fuego lanzada por Hades, trató de sujetar por ella el tridente pero el metal parecía quemarle los dedos. Miró a la chica, comprendiendo al instante lo necesario. Apenas un par de segundos le sirvieron para descubrir porqué Poseidón la había buscado por tanto tiempo— ¿Estás bien?

—Sí, pero necesitamos salir de aquí —ambas tomaron su anterior postura, y se mantuvieron firmes al suelo. Esperando cualquier nuevo movimiento por parte de Hades, merodeaba en su alrededor, acechandoles como si fueran su presa.

—¡Les dí una oportunidad, simple y sencilla, pero prefirieron enfrentarse a mí! —se acercó más a ellas, el calor del fuego casi les quemaba el rostro.

—Asher, usa el tridente —susurró Deméter, tomando su mano discretamente, con su pulgar acarició con delicadeza la parte externa de su mano.

—¿Qué dices? No sé cómo hacerlo.

—Escuchame bien —Hades seguía hablando, maldiciendo y advirtiendo de lo que haría—. El tridente da el poder. Sí tú ordenas algo, él lo hará.

—¿Cómo estás tan segura de eso?

—Confía en mí, niña —la miró y sonrió con dulzura, soltó su mano y la dejó tomar el tridente con ambos. Cerró sus ojos, respiró hondo y se concentró, ignorando las palabras y su irritante voz de Hades.

Trató de recordar algo que la hiciera sentir paz, tranquilidad, y aquel recuerdo que pudo quitar Hestia de su mente regresó a ella como aire puro a sus pulmones y no pudo evitar dejar escapar un par de lágrimas.


 


El océano estaba apacible, precioso y de un color turquesa más único que nunca. Tras la última pelea con sus padres, la habían echado del lugar donde se había criado, donde había crecido y aprendido de muchas cosas.

¿La razón? Había decidido dejar de lado los asuntos con la boda y tomarse un respiro para perseguir su tan anhelado sueño de trabajar como fotógrafa en una pequeña revista local. La invitación había llegado por correo unas semanas atrás, Caleb lo había aceptado, estaba igual de emocionado que ella pero sus padres eran un caso aparte.

Tomó sus cosas, no dijo adiós, y llegó al pequeño lugar que había construido con todo su esfuerzo y horas extras en un lugar apartado de la ciudad. Estaba cerca del mar, a un par de minutos escasos. No tenía ventanas, ni una puerta de madera costosa, mucho menos azulejos de fina decoración. Pero era su hogar.

Y ahí, en la orilla de la playa, sola y sin un lugar exacto donde dormir... Se sintió en casa, en su hogar. Donde podría hacer y deshacer, ir y venir sin que nadie tuviera una opinión en ello.




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