El Océano En Tus Ojos.

XXI

Temiendo que el resto de los templos tambien estuvieran infestados de criaturas desagradables, decidieron ir directo al templo de Hermes, sabían que estarían seguros ahí, sin temor a que algo los atacará.

 

Ícaro volaba sobre ellos, ampliando su visión, sabría que podía prevenirlos si algo se les acercaba. Adara y los dos dioses, caminaban un poco más seguros entre la neblina, con un poco de fuego iluminaban el sendero sin temer a la oscuridad de la noche.

 

—Adara —Hermes la llamó, canturreando su nombre, redujó la velocidad de sus pasos y permitió que Ares se adelantará.

 

—Dime —ni siquiera lo miró, estaba atenta al camino y de vez en cuando miraba detrás de ella.

 

—¿Nerviosa? —preguntó abrazando a su amiga por los hombros.

 

—¿Porqué habría de estarlo? —se colocó frente a ella y caminó de espaldas.

 

—Uhm, pasaras la noche con Ícaro —subió y bajó sus cejas de forma juguetona, y Adara se detuvo de golpe.

 

—¿De qué demonios estás hablando?

 

—Mi templo, lamentablemente, cuenta con sólo 2 habitaciones. Una de invitados y la otra, obviamente, es mía y no planeo compartirla con Ares, no, no, no.

 

—Pero sé que puedes manipular tu templo las veces que desees a la estructura que quieras, así que, olvidalo —lo empujó de los hombros y lo obligó a caminar—. Ni siquiera tengo planeado dormir esta noche.

 

—Adara, querídisima amiga, dos mil años esperando no te han sido suficientes.

 

—Casi dos mil, y sí, pero no es el momento, Hermes.  Tenemos cosas por hacer.

 

—Que no sea el momento, no significa que no lo desees ¿o me equivocó? —no pudo responder ante eso, así que cerró sus labios tan rápido como los abrió y rodó sus ojos— ¡Me has dado la razón!

 

—Cierra la boca. Deberías estar avergonzado.

 

—¿Porqué habría de estarlo?

 

—Puede que Eros esté igual que Hestia, congelada o lastimada y tú deseas saber de mi intimidad con lujo de detalles.

 

—Por Eros no debo de preocuparme, sabe cuidarse, y, respecto a nuestra conversación, ¿que eso no hacen los amigos?

 

Su llegada fue certera y segura, el templo estaba sellado por la magia de Hermes y no había nada que temer. El Olimpo ya no era como antes, los templos se encontraban marchitos, grises, sumidos en la oscuridad. No eran aquellos majestuosos lugares por los que Adara se había maravillado en sus primeros días después de mucho tiempo. Ella no entró al templo hasta que Ícaro descendió y pudieron hacerlo juntos, con sus manos enlazadas.

 

—Tenemos que buscar la manera de encontrar a Rea —soltó Hermes casi de inmediato, su humor había vuelto a ser uno serio, sin bromas; chasqueó los dedos y una amplia mesa se situó en medio de la sala, en su parte superior había un mapa del Olimpo, el sendero principal, donde habitaban los dioses más alabados, tenía más caminos de los que Ícaro y Adara sabían. Debajo del templo de Zeus y Hera, el camino a la derecha descendía al inframundo, y a la izquierda, a Atlantis, el reino de Poseidón. Pero, detrás del templo del dios de dioses, un camino oscuro, sin tanto fulgor como los demás, hacia la diferencia.

 

—¿Qué es eso, Hermes? —señaló aquel camino que había captado su atención.

 

—Ahí habitan los dioses olvidados, los que casi nadie recuerda; Caos, el origen de todo, tuvo una basta descendencia, dioses que aportan todo lo que tenemos el día de hoy pero que Zeus, en sus inmensos celos con la humanidad, no los dejo adorar lo suficiente.

 

—Erebo y Nix, dioses de la oscuridad y de la noche, respectivamente; no les gusta ser molestados, abatidos ni requeridos, puesto que han recibido los suficientes insultos.

 

—Demonios... —miró una delgada desviación desde el templo de Atenea, pequeña, casi invisiblea— Ese camino, ¿hacia dónde va?, podríamos comenzar a buscar por ahí, Rea podía pensar que nadie la encontraría ahí y por eso está marcado en el mapa.

 

—Ese camino lleva a la cueva donde Atenea dejó a Medusa después de profanar su templo. Debía vigilarla y encontró la forma de hacerlo gracias a un puente que creó Hefesto para ella.

 

—¿Profanar? —miró con profunda decepción a Ares por sus palabras— Ese maldito la tomó por la fuerza en el templo de Atena, no puedes decirme que fue su culpa. Ella es una víctima y no menos que cualquiera de nosotros.

 

—No me refería a eso, Adara, conozco la historia. Pero no estamos seguros de que Rea pueda estar ahí, y podríamos estar perdiendo tiempo.

 

—Y esa historia acabará ésta noche, ya lo verán. Pueden comenzar a buscar en otro lado sin mí —empuñó su tridente con firmeza y se decidió a salir del templo. Ícaro la detuvo antes de que estuviera remotamente cerca de la puerta.

 

—Hey, ¿a dónde crees que vas? Es peligroso, iremos temprano por la mañana —la giró para poder mirarla a los ojos—. Por favor.

 

—No podemos seguir perdiendo tiempo. Tenemos que parar todo esto, no sabemos que consecuencias estén pasando en la tierra de los mortales.

 

—Todo podrá esperar. Al menos hasta mañana.

 

—Ícaro tiene razón. Ni siquiera sabemos donde esté Poseidón, ni cómo rescataremos a Zeus y Hades, qué dioses podrán ayudarnos —Ares recargó sus manos contra la mesa y suspiró—. Al menos, dejame planear algo, un plan certero que no haga que todos terminemos muertos.

 

—Está bien —cedió—. Pero ayudaré en ello.

 

—No, tienes que ir a descansar. Ha sido un día difícil, puedo hacer esto sólo.

 

—Pero... —objetó, avanzando por la habitación, Hermes abrió un portal y, literalmente, lo lanzó hacia ella. Llegó a una habitación, grande y bonita con protecciones en el enorme balcón para que nada ni nadie entrará.

 

Estaba sola, sin ruidos, molestias o preocupaciones, al menos por algunas horas. Decidió recostarse en la suave cama, tenía una cantidad incontable de cojines y almohadas, una tibia manta la forra a pero no se cubrió con ella. Dejó que el aire se colará por la ventana, fresco, las protecciones en las aberturas no interferian y agradecía por ello.




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