El Olor de la Muerte (libro I. Saga Cazadores)

CAPÍTULO 4. NUNCA ME ESCUCHAS (PARTE IV)

En medio de la oscuridad, y con una trampa todavía por activar. Maldita sea. No habrá persona más inoportuna que Luca.

― ¿Qué cojones quieres? ―contesté en un susurro apenas 20 minutos después de que él se hubiese marchado al embarcadero con los demás y yo me hubiera largado con mi bolsa de armas a echar un ojo a los campos y arrojar algunas trampas por si estábamos de suerte y aquel bicho era medio tonto― ¡Estoy en los campos!, ¡Puede estar por aquí ahora mismo, tío!

―Lo siento, Elías... es que... Amy se ha pirado hace algún rato a la clínica veterinaria. Su jefe le ha pedido que vaya a echar un vistazo y no está con nosotros. Nos hemos vuelto ya a casa.

Puta mierda.

―Recibido ―dije en un susurro tratando de mantener la calma que por momentos me abandonaba―. Gracias.

Acto seguido colgué el teléfono, lo tiré dentro de mi bolsa y eché a correr como alma que lleva el diablo entre los campos tratando de ser lo más sigiloso posible y no caer en ninguna de mis trampas, hacia las últimas calles de la segunda colina, en donde la clínica veterinaria se erguía.

Hubo suerte.

Allí la encontré, saliendo a la calle y cerrando la puerta con llave. Gracias a Dios no parecía haberle pasado nada.

Pero la noche había caído y era un auténtico peligro estar allí.

―Amy ―dije más que visiblemente preocupado―. Vámonos a casa, ahora.

Tendría que acompañarla y volver a irme.

― ¡Maldita sea, otra vez tú! ―chilló enfadada.

Le tapé la boca con una mano.

―No hables tan alto ―dije en tono de alerta, mirando suplicante a sus ojos---. No es seguro estar aquí ahora, Amy, por favor, vámonos a casa.

Me miró sorprendida. Nunca me había visto así.

― ¿Qué pasa, Elías? ―preguntó.

―Mira.

Señalé la luna llena, que, intacta e inmaculada, brillaba en el cielo.

Por un instante sentí como su corazón se aceleraba, y llegó la certeza de que parte de ella me creía.

Pese a todo no cambió de opinión.

― ¿Sigues con esa tontería del hombre lobo? ―comentó exasperada mientras comenzaba a andar con tranquilidad por las empinadas calles hacia casa.

―Lo que quieras ―dije poniendo los ojos en blanco con desesperación―. Pero date prisa. Hay que estar en casa lo antes posible.

― ¿Ahora me vas a decir hasta a qué ritmo tengo que caminar? ―Me bufó frenando en seco― ¡No me gusta Elías!, ¡No me gusta una mierda!, ¡No creía que fueras de esos chicos pirados que necesitan controlar todo lo que una mujer hace!, ¡¿Por qué cojones siempre me equivoco tanto con la gente?! -preguntó indignada, más para ella que para mí.

Yo me quedé de piedra.

No solo porque hubiera dicho cojones, que también, sino por lo que implicaba que me hubiese llamado machista entre líneas. ¿Yo?, ¿Machista?, vamos, lo siguiente ya es pegarme fuego. Eso sí es arreglar las cosas con alguien. Viva, Elías Dakks, haciendo amigos. Vamos, te superas cada día, pensé.

―Corre ―repetí intentando no perder los nervios.

―No ―dijo con cierta, ¿Chulería? Continuando parada en medio de la calle.

Iba a replicar, pero todos mis temores se conjuraron ante mí. Acababa de divisar una sombra inequívoca, justo al final de la calle por la que entrabamos.

― ...mierda ―susurré mirando en esa dirección.

Frené en seco y la detuve también a ella, sin dejar de mirar, asustado, como la sombra se hacía más grande al final de la calle, lo que quería decir que estaba a punto de aparecer por el otro extremo.

Nos metí rápidamente en un pequeño callejón apenas tapado por una valla de madera.

― ¡Maldita sea, suelt...! ―Le tapé la boca con una mano.

―Está ahí ―dije en un susurro de voz―. No podemos volver a casa ahora, con él rondando tan cerca, son rápidos, y listos. No es cualquier demonio, y yo no duraría ni dos minutos peleando contra él.

Ella asomó levemente la cabeza sin deshacerse de la incredulidad.

Dado que rápidamente regresó a su posición original y su rostro había perdido todo el color que había ganado enfadándose conmigo, supe que ya no había réplica posible.

―No tengo ni idea de cómo es esto posible... ―susurró mientras me miraba entre asustada y desconcertada― pero, por lo que se ve tú eres el experto ―suspiró― mea culpa, ¿Qué hacemos ahora? ―contestó en voz tan baja que casi me costó escucharla.

―Rezar porque no haya captado nuestro rastro... de lo contrario nos perseguirá.

― ¿Y si lo ha hecho? ―preguntó agobiada.

―Entonces habrá que correr más. Más de lo que jamás hayamos corrido. Y tomar dirección hacia el bosque porque estas calles son un laberinto y allí será más fácil despistarlo.

―El bosque es una locura ―dijo sin poder disimular que estaba un punto más allá que asustada― ... Elías, una locura.

―Escúchame ―dije con calma tratando de tranquilizarla― No solo es cosa del olor, Amy. Si queremos evitar que dañe a alguien, y eso es precisamente lo que, como cazador, tengo que hacer, debemos alejarlo del pueblo lo máximo posible ―afirmé con rotundidad, pero, si he de ser honesto, también asustado― ...además, como ya te he dicho, en el bosque hay muchos más olores. Será más fácil que pierda nuestro rastro, y se entretenga con otra cosa. Aparte, están las trampas que he puesto por los campos, tal vez funcionen y lo retengan durante algo de tiempo.



#19419 en Fantasía
#4110 en Magia
#11688 en Thriller
#6689 en Misterio

En el texto hay: novelajuvenil, el primer amor, secretosymisterio

Editado: 28.07.2019

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.