Nadie sabía cómo reaccionar, como es lógico, nadie salvo yo.
Mirándolo bien, era toda una suerte que el anormal hubiera decidido entrar a la única clase del instituto en la que sí había un cazador, que, por supuesto, no le dejaría sorberle a nadie las vísceras.
Mis compañeros habían empezado a echarse atrás, igual que la profesora, y estaban paralizados, sin dar crédito a lo que veían.
En ese momento tropecé fugazmente con la mirada de Luca, Amy, y la de Jonno, que se dirigieron derechas a mi persona, al borde del pánico.
Suspiré. Cabreado. Más cabreado que otra cosa.
Después decidí que era el momento de tomar las riendas de la situación y dar lo que se esperaba de mí, aunque para ello tuviese que sacrificar mi secreto. De una vez por todas. Aunque dudaba que Noko y Miriam estuviesen preparados para saberlo, y, mucho menos, el resto de la clase, o el instituto, dependiendo de cómo trascendiese la cosa.
Pero... ¿Qué otra cosa podía hacer? No iba a dejar que murieran.
Me levanté de un salto y me separé del rebullo que estaban formando mis compañeros mientras retrocedían presas del pánico. Aquel bicho todavía taponaba la puerta y observaba atentamente a las que serían sus presas de un momento a otro, decidiendo por dónde empezar el festín.
Lo que no sabía es que no habría festín.
―Elías, ¡Elías!, No seas gilipollas, ¡Quédate aquí! ―Escuché decir a Miriam a mi espalda.
Me había adelantado y no iba a volverme más a mirar. Ya estaba hecho.
Assein. Pensé.
Es una especie de un nivel bastante superior al que corresponde a un cazador de 17 años, por rastreador que planee ser, lo cual lo dejaba un poco, bastante, por encima de mis posibilidades de salir con vida.
Lamentablemente. No había otra opción. Y llevaba tiempo esperando un gran reto.
Sí. Podía morir, pero también era la excusa perfecta para probarme a mí mismo.
― Un cazador ―Bufó el Assein―. ¿Qué has venido a hacer aquí? ―preguntó aquel bicho en lengua de demonios, y, de muy mal humor, por cierto, casi tanto como yo.
Por si no lo sabíais, muchos demonios pueden hablar. Otra cosa es que vosotros entendáis algo. Yo sí los entiendo, porque los cazadores hablamos las lenguas demoniacas ----no me preguntéis por qué, hay cosas que, simplemente, son así----.
―Eso debería preguntártelo yo a ti, ¿No crees? ―tercié flipando en colores, contestando en lengua de demonios.
Escuché exclamaciones entre los compañeros. Seguramente estarían flipando como en su vida antes lo habían hecho, y no les culpo. La primera vez que ves a un cazador en acción es fuerte hasta para un demonio, vosotros necesitáis tiempo y algo de predisposición para aceptar estas cosas. Y, para que engañarnos, la predisposición hacia lo paranormal... como que no es lo vuestro.
Un demonio con delirios de grandeza.
Si voy a morir, ¿Qué pierdo por reírme un rato?, pensé finalmente. Y, no lo pude evitar, sencillamente, me reí, dejando escapar mi media sonrisa burlona, y observándolo desafiante. Puede que más de lo que jamás haya mirado a nadie.
―Sabes que aquí no habrá ningún festín para ti, ¿Verdad? ―Le pregunté, más para asegurarme de que sus delirios de grandeza no excedían todo límite de lo conocido que por otra cosa. No creía que fuera tan idiota como para intentarlo sin siquiera haber luchado conmigo antes, pero, en fin, cuando se trata de estos bichos nunca sabes.
―No te preocupes ―Se burló, correspondiéndome con una macabra sonrisa a base de varias hileras de dientes afilados y negros como el carbón― ...No sabes lo que es el hambre, cazador. Tampoco pido mucho... años encerrado para esto... con un par de ellos me basta por de pronto.
¿Perdón?, ¿Años encerrado?, ¿Dónde?... ¿De dónde había salido aquel bicho?
Correspondí a mi incomprensión con una seriedad sepulcral.
―Sé lo que es el hambre, Assein, al igual que tú sabes que no tocarás a nadie entre estas paredes mientras yo esté aquí ―sonreí, finalmente, encogiéndome de hombros―. ¿Quieres comer? Adelante, pasa por encima de mí y aliméntate de ellos hasta saciar tu sed... pero sabes, igual que yo, que para eso tendré que estar muerto.
―El hambre es más poderoso que la estupidez de los cazadores ―se burló― ...y quizás tu estupidez me de comer antes de lo que piensas.
Lejos de achantarme continué mirándole desafiante, y volví a reír.
―Probémoslo entonces. Y cuando acabes conmigo cómete lo que quede de mí.
―...cuando acabe contigo no te reconocerá ni la puta de tu madre ―terció estallando en carcajadas.
Vale no. Por ahí no. A nadie le gusta que menten a su madre. A mí tampoco.
Sé que iba a decir algo más, pero no le di tiempo, porque me arrojé contra él como si en ello me fuera la vida... aunque espera, es que, así era.
Afortunadamente aquello lo alejó de la puerta, y dio la oportunidad para que todos pudieran salir al pasillo en cuanto fueron capaces de reaccionar.