El Olor de la Muerte (libro I. Saga Cazadores)

CAPÍTULO 5. SOMBRAS EN LA NOCHE (PARTE III)

Horas después, y, después de haber sido recibido en casa como un auténtico héroe, hecho que, para qué engañaros, me impedía salir de mi asombro. Algunas horas después de haber flipado cuando Miriam se lanzó a abrazarme tan pronto como atravesé la puerta de casa y Noko hizo lo propio inmediatamente después, diciéndome que era una suerte que estuviese vivo, que todos creían que había muerto, y que qué habría sido de él si desde ese momento hubiera tenido que aguantar a Luca solo, además de haciéndome prometer que eso nunca pasaría.

Después de aquella suerte de acontecimientos ilustres que quería conservar en mi memoria mientras existiese ―Más que nada porque no conozco a ningún cazador que haya sido tratado como un héroe una mísera vez en su vida―, me encontraba en una situación bastante distinta.

La situación fue una tarde completa moviéndome de ministerio en ministerio ---porque cada saber tiene el suyo, y los exámenes no se hacen todos en el mismo---, formulando hechizos, reconociendo plantas, y animales, haciendo filtros, recordando el nombre de los bestiarios principales y sus características propias, intentando rememorar los acontecimientos clave de la historia dimensional, o, incluso, inmerso en un examen práctico de lucha ―con armas, sin ellas, y de todas las formas que podáis imaginar----, en el que me encararon con un estúpido demonio Glisséi, con el que estaba harto de pelear y, para mi gusto, bastante simple de batir, al que maté en menos de cinco minutos sin necesidad de usar ningún arma, dejando a los examinadores boquiabiertos... y al pobre bicho hecho papilla―.

Terminé a las ocho y media de la tarde, con el sol ya cercano al horizonte, y después de una gran hartada de cosas que, en mi opinión, era inútil que me enseñaran porque yo ya sabía. Después de todo, reventado absolutamente, agarré la bici ―porque sí, me había empeñado en acudir en bici― y pedaleé durante tres cuartos de hora para llegar a casa.

Había estado lloviendo y el suelo resbalaba.

Para cuando llegué encontré a los demás esperando en la entrada, observando el precioso paisaje que dibujaban las siluetas de las nubes sobre el océano, mientras anochecía. Me saludaron, y yo correspondí, desviando la vista de la carretera por un instante, para poner el broche de oro a aquel día, arrojándome con mi estupidez al interior de un repleto cubo de basura.

No me hice daño. Comparado con lo que me dolían ya los golpes de por la mañana, aquello no era nada... pero olía asquerosamente mal.

Salí por mi propio pie del cubo.

Ellos no salían de su asombro.

―Bueno, no pasa nada ―tercié, sacudiéndome el jersey con tranquilidad― ...cosas peores se han visto.

Todos estallaron en carcajadas, que fueron incapaces de sofocar en por lo menos la media hora que tardé en salir de la ducha.

Incluso yo mismo, dentro de mí, me reía de lo patético que había sido poner ese asqueroso broche a un día tan memorable como el día que siempre recordaría por haberse llevado mi oscuro secreto a las páginas del pasado.

Para cuando salí de la ducha me enfundé el pijama. Un mero trámite que adopté únicamente desde mi llegada a esa casa, ya que, usualmente, no acostumbro a emplearlo ―y tampoco era exactamente un pijama, puesto que llevaba unos calzoncillos gastados que parecían bermudas y mi vieja camiseta de Led Zeppellin―.

Me había quitado las vendas de las rodillas para ducharme, y había decidido darme un filtro desinfectante que yo mismo había preparado, antes de volver a vendarlas... lo llevaba en la mochila, puesto que en el examen de filtros había un apartado que decía que preparases lo que quisieras -siempre que existiera, claro está, no se te permite ponerte a preparar marranadas en medio de un examen... si eso estuviera permitido, la gente prepararía calimocho o algo que se le pareciera y si me apuráis incluso tuviera un efecto de embriaguez más rápido-, de modo que, con vistas a la utilidad que podía reportarme, -y puesto que no podía preparar calimocho- yo había preparado ese.

Bajé las escaleras cagándome mentalmente en todo lo que se meneaba incluido yo mismo porque, como ya había predicho antes, por la noche todo duele mucho más, y había comenzado a sentir la presencia de partes de mi cuerpo cuya existencia desconocía.

Alan recogía sus cosas para marcharse, y todos habían cenado para cuando llegué abajo.

Estaban sentados en el sofá viendo una peli que echaban en la tele, algo de tiburones, aunque le hicieron caso omiso en cuanto me vieron aparecer en el salón.

― ¡Aquí la obra con mayor patetismo de la Historia del Arte! ―declamó Miriam, y todos reímos.

―Sí amigo, acabas de desterrar oficialmente a "Laocoonte y sus hijos" ―convino Luca con rotundidad.

―Luca, probablemente soy un ignorante, pero qué cojones es "Laocoonte y sus hijos" ―preguntó Noko riéndose.

Sospecho que Miriam, que lo sabe todo, dejó que Luca contestara porque, pese a que todos estaban allí por ser genios, no terminaba de creerse que el chico que no tenía más de un cinco jamás en nada salvo en dibujo, supiera qué podía ser aquello.



#18919 en Fantasía
#4017 en Magia
#11478 en Thriller
#6581 en Misterio

En el texto hay: novelajuvenil, el primer amor, secretosymisterio

Editado: 28.07.2019

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.