Para cuando desperté seguía en el sofá. Estaba tapado con una de las mantas, la tele apagada, y el sol sumía la estancia en la calidez.
No estaba mal como primera visión para una mañana de cumpleaños.
¿Qué hora podía ser?
Me levanté como pude echando a un lado la manta y andando con torpeza. Estaba más aturdido que ayer, y bastante más torpe que de costumbre, aunque era lógico, el cuerpo siempre sufre menos en caliente que después de la escabechina.
Me acerqué a la cocina para mirar el reloj, ya que no había ni rastro de vida humana en casa a quien pudiera preguntarle, quizás todavía no había sonado el despertador, y ayer se habían acostado tarde.
Miré el reloj de la cocina...
¡Mierda, me había dormido!, seguramente todos los demás estarían ya en el instituto siendo la hora que era.
―Malditos cabrones ―Farfullé tratando de buscar mi mochila en el recibidor, agarrándola a toda prisa (o al menos toda la prisa que puedes tener cuando no hay un solo músculo del cuerpo que no te duela) y echado a correr hacia el jardín.
No me quedaba otra, iba a coger la bici y llegar a clase cuándo y cómo pudiese. Y, mal que me pese, aquella situación se repetiría infinitas veces a lo largo de esos dos años. Yo que no sabía qué cojones era una bici, me iba a hartar de usarla.
Para cuando llegué al instituto creí que moriría de un momento a otro. Soy una máquina de matar, pero uno nunca está preparado para tantos kilómetros en bici después de una paliza.
Todos se volvieron asombrados hacia la puerta para cuando logré girar el pomo y abrirla. Pude advertir alivio en al menos la mitad de la clase para cuando distinguieron mi cara asomando por el hueco de la puerta. Seguramente temían una segunda parte de "Paranormalia" ―Sí, tiendo a bautizar mentalmente los acontecimientos destacados que a ello se prestan, en algún momento os acostumbraréis―.
―No os preocupéis que yo no me como a nadie ―farfullé.
La sorpresa me asaltó al encontrar a la mitad de la clase riendo mi comentario estúpido como si no lo fuera.
Lo ignoré porque no hablo para que la gente se ría con lo que digo, y no me gusta. Yo no soy el típico graciosillo, y detesto llamar la atención ―aunque, paradójicamente, desde ayer no había hecho otra cosa―.
Me dirigí al profesor rápidamente, tratando de mostrar cordialidad, aunque la situación en sí me incomodaba lo suficiente como para desear que la tierra me tragase o sentir tentaciones de echar a correr. La situación es, en esencia, que toda la clase había clavado los ojos en mi persona.
―Siento haber llegado tarde señor, no me sonó el despertador y he tenido que venir en bici... ―comenté atravesando con la mirada directamente a los chicos, que no me habían despertado.
El anciano profesor de literatura me observó de arriba abajo, en algún punto entre la curiosidad y la candidez. Algo que no entendí dado que odiaba que se llegase tarde a sus clases.
―Me habían avisado de que hoy no asistiría a clase, Dakks, pero admiro su interés, y más después de los acontecimientos que presenciamos hace apenas unas horas. ¿Se siente mejor?
Me quedé de piedra.
Supongo que esa sería la definición perfecta para la situación.
Si en ese momento me hubieran arrojado un cuchillo no habría podido esquivarlo porque era incapaz de procesar todo aquello.
― ¿Se le ha comido la lengua el gato, Dakks?, pase y siéntese que tiene que estar muy cansado. Manteníamos una amena conversación sobre la última clase antes de las vacacIones, estoy seguro de que le gustará prestar atención.
―No... ―contesté torpemente sin saber ni a cuál de las preguntas respondía―. O sea, sí, quiero decir, que sí que estoy mejor, gracias ―tercié estupefacto y casi sintiendo enrojecer mis mejillas.
Todo el mundo estalló en carcajadas, el hombre sonrió sorprendido.
―Anda Dakks, haga el favor de pasar o irse, pero no se me quede ahí en la puerta que hay corriente ―sonrió.
En efecto, me había detenido ahí sin reaccionar. Finalmente obedecí y entré, me senté y me dirigí a Luca, que era mi compañero de pupitre.
―Traidores ―susurré cabreado―, no me habéis despertado.
―Es que la idea era que descansases, y fue idea de Alan, a nosotros no nos mires ―dijo sorprendido, reprimiendo una carcajada―. Mírate, y encima vienes con la bici, pudiendo pirarte el último día de clases ―negó con la cabeza riéndose―. No hay quien te entienda, Dakks. Daría lo que fuera por no estar aquí.
Obvié el comentario.
― ¿Se puede saber qué está explicando hoy? Creía que no había más materia, ya hicimos el examen, ¿No?
―No es nada de eso, quiere que alguien salga al encerado y cuente una historia relacionada con la frase que ha anotado en la pizarra.
Observé lo que había garabateado en el lienzo negro.
"Un niño jamás debería..."
Arqueé una ceja y Luca me respondió con aquella mirada de "a mi qué me cuentas, yo estoy en las mismas".