Diciembre 1, jueves.
Eran las cuatro de la tarde y acababa de terminar la peor clase de química de la historia. Además de no haber entendido el tema, tenía una migraña horrorosa.
Al salir del salón de clase lo primero que pude escuchar a través del sistema de sonido fue que se avecinaba una nevada aquella tarde y que al día siguiente no habría clase. Entonces, desesperadamente me dediqué a buscar por los pasillos a Lee, mi mejor amigo, para pedirle el favor de que me llevara a casa antes de que la nevada comenzara, pero no estaba, había salido de la escuela unas horas antes porque el maestro de su último bloque de clase se había ausentado.
De repente, mi compañera de química, Sasha, se acercó y me entregó el taller que había realizado junto a ella; estaba marcado con una D mayúscula, dibujada en rojo, equivalente a que había reprobado.
Para mi disgusto, el de ella tenía una B+; lo misterioso es que ambas coincidíamos en las respuestas. No era tiempo para peleas, así que desistí de la idea de buscar a la maestra para reclamarle y, en cambio, le pregunté a Sasha si podía llevarme a casa, a lo cual accedió.
Tuvimos un recorrido tranquilo hasta que estuvimos a dos manzanas de mi casa, puesto que un gran roble se había desplomado en la vía impidiendo el paso. Avergonzada, Sasha me dijo que debía hacer el resto del camino a pie ya que le era imposible llegar sin desviarse drásticamente de su ruta.
Cuando bajé del auto, el frío me caló los huesos. Caminé lentamente, sintiendo una peculiar y desagradable sensación. De improviso, el viento comenzó a soplar con más fuerza y montones de copos de nieve cayeron sobre mí. Apresuré cuanto pude el paso, presintiendo que mi cabeza estallaría en cualquier instante.
Media manzana antes de llegar a mi casa, la vista se me nubló y me desplomé en el andén; por mi cabeza pasó una fugaz imagen del rostro atemorizado de mi fastidiosa compañera, Lavander Moon, y de unos adolescentes huyendo apresuradamente del cine Vue. Un cosquilleo angustiante me recorrió todo el cuerpo.
Instantes después, un inexplicable rayo turquesa cayó a unos metros de distancia, haciéndome reaccionar por completo. Me incorporé velozmente y con algo de dificultad pude ver una figura humana con una capucha negra que impedía observar su rostro.
Sentí una oleada de nervios, abrí y cerré los ojos, sin dar crédito a lo que había visto, notando su repentina ausencia; la figura había desaparecido sin dejar rastro alguno. Como pude, corrí hasta la casa, abrí la puerta y me derrumbé sobre el mueble de la sala. ¡Lo que acababa de ocurrir lo había soñado la noche anterior!
No, otra vez no, deja de armarte películas en la cabeza, Emily, dije para mis adentros, atribuyendo esos sucesos a mi insoportable migraña.
En ese instante, mi abuela apareció con rostro preocupado y mientras me envolvía en una manta ordenó que me fuera a mi habitación; minutos después, llevó un plato de comida caliente. Al terminar de comer, ignorando la hora, me dispuse a dormir, y logré conciliar el sueño con rapidez.
¡Vaya día tan extraño y desafortunado!, murmuré mientras me adormecía. En el transcurso de la noche apareció de nuevo en mis sueños aquella figura encapuchada que articulaba palabras imperceptibles, tratando desesperadamente de captar mi atención y obtener de mí una respuesta que yo desconocía.
Diciembre 2, viernes.
Muy temprano a la mañana siguiente, algo perturbada por esos sueños, me alisté como si fuera día escolar y me dediqué a preparar los trabajos pendientes, evitando cualquier distracción para aprovechar el tiempo de la mejor manera y terminar mis deberes.
No fue hasta avanzada la tarde que salí de mi casa. Estaba haciendo un frío terrible, todo Northampton estaba cubierto de nieve. Lee me había citado a la cafetería Cup’s para tomar algo y pasar el resto de la tarde juntos. Todo el día me había dolido mucho la cabeza y estaba mareada.
Me recosté por un momento en la mesa de la cafetería hasta que el dolor se volvió insoportable. Sentía que todo me daba vueltas y una bruma familiar me envolvió. Podía ver una llama turquesa y a la figura encapuchada que me extendía la mano.
―¡Hey! ¿Oye, Emily, estás bien? Parece que has visto a Asher Brown en vestido de baño.
Estaba confundida, ¿qué fue aquella visión? ¿Por qué pensó Lee que me interesaría en un chico como Asher? Millonario, cuerpo tonificado, imbécil. Prefería mente que cuerpo, prefería a Lee.
―No, estoy perfectamente, solo que he tenido una mala semana ―dije cruzándome de brazos y frunciendo el ceño, disgustada con el comentario de Lee. Ese día no iba a tomar nada en broma.
―¿Acaso la profesora de química te regañó por dormir en clase? ―preguntó Lee con un tono burlón, mientras con la mirada me retaba. No podía creer que precisamente en ese momento empezaría con sus tonterías.―¡No estaba durmiendo! ―reproché. ¿Cómo pudo considerar Lee que me pondría en esos planes cuando la maestra me odiaba y le era muy sencillo reprobarme?―. ¡Solo reposaba sobre mi escritorio, tenía migraña! Pero sí, me ha regañado y tuve que agregar dos gráficos más al informe. ¡La odio! Solo imagínate que en la clase pasada hicimos el taller en parejas; Sasha y yo tenemos las mismas respuestas y ¡a ella todo le quedó bien y a mí todo mal!... ¡Mal! ¿Entiendes qué es eso? A este paso reprobaré ―refunfuñé.
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Editado: 10.10.2022