—Oficial, ¿ni siquiera nos dirá el por qué?, ¿quiénes son estos dos? —grita el dracónido con gran fuerza, pero es totalmente ignorado por aquel hombre que da la espalda, hace un ademán y se retira —¡Oficial, oficial! —Persiste, pero no logra hacer que el sujeto se de vuelta.
Al cabo de un rato de estar los tres, sumergidos en una impuesta soledad y condenados al exilio, no vieron otra opción más que asimilar la situación, aunque su futuro es incierto. Pensamientos de incertidumbre azotan las metes de la terna, «Genial, me han echado del pueblo junto a dos desconocidos» retumba en la cabeza de Jans, el druida, su cara de desconformidad lo dice todo.
—¿Nos vamos a quedar viéndonos las caras todo el día?, ya que estamos los tres, podríamos empezar por conocernos, ¿eh? —propone el druida.
—Estoy de acuerdo —dice el orco no muy convencido, pero no tiene nada más que hacer.
—Yo también, de igual modo no me pienso quedar solo — dice el dracónido.
Pasan varias horas y los personajes entablan una conversación, en esta se conocen entre ellos y se les ve alivio saber que no están al lado de unos enclenques. Saben que se llevarán bien, pero les costará acostumbrarse a la compañía, ya que los tres gozaban de su soledad voluntaria en el pueblo. Dicha conversación se torna tensa luego de que Neckich le preguntara acerca de su familia a Bercus, un silencio sepulcral se adueña del momento.
—Anda hombre, ¿qué ha pasado para que no quieras responder?, es algo muy sencillo, ¿o te da miedo que nos enteremos de algo? — dice Neckich en son de burla.
—¡Nada, no ha pasado nada!... ¿vale? —espeta Bercus con una notable molestia a lo que el dracónido dice —Es tema para otro momento, mejor nos dirigimos a aquel campo, que se está haciendo de noche —dice señalando dicho lugar.
Ya en el campo, el trío se dispone a buscar algo de comida, puesto que tenían mucha hambre. Jans merodea la localidad y en su búsqueda alimenticia logra ver algo que llama su atención, se trata una figura humana tendida en el suelo, aparenta no estar en buen estado, quizá le han atacad. Decide situarse su lado para averiguar que le sucede.
—¿Qué le pasa, que hace allí tirado? —pregunta con preocupación mientras se arrodilla.
—Los goblins, ellos me atacaron, se llevaron todo y me dejaron una herida como propina —dice el hombre con voz de dolor y desaliento, retorciéndose de dolor con su brazo izquierdo sujetando el otro, cubriendo una zona de la cual brota sangre sin parar,
—¿Sabe hacia dónde han podido ir?, además déjeme me ver esa herida —dice el druida queriendo ayudarle, aunque no conoce de nada ese ser.
Se trata de una herida abierta en el brazo derecho del hombre que le proporciona un notable dolor. Jans baja unas cuantas hojas de un árbol cercano y envuelve la zona afectada con ellas, logrando detener el sangrado que va disminuyendo poco a poco.
—Muchas gracias, logré ver que corrieron hacia la parte posterior de aquel roble —dice él señalando el árbol mencionado, de su cara aún se puede percibir una expresión que refleja la aflicción a la que se ve sometido —. Cuando quieras puedes ir a buscarme a Pueblo Améni, mi nombre es Marcelar y soy un humilde trabajador de la carnicería local —dice el hombre con voz de desaliento, aliviado observa como la venda de hojas cumple su función —No hay menor duda que estoy muy agradecido con tu ayuda —añade.
—Vale, voy a liquidar a esos bandidos antes que todo — dice Jans, su cara cambia de preocupación a malicia y ganas de acción.
Jans busca a sus compañeros de exilio y les informa sobre la situación, ambos se suman eufóricamente a la causa y sin dudarlo se dirigen hasta dicho roble con el mayor sigilo posible, lo cual es muy difícil para Bercus con sus tres metros de altura. El orco, sumergido en adrenalina les planta cara a los bandidos, continuamente se aproximan más de ellos, dando un total de siete adversarios y están armados con dagas de una hoja bastante filosa y un tanto mellada. Sin embargo, esto solo alimenta la ira del exiliado que, el estar en desventaja numérica y totalmente desarmado lo lleva a un estado de furia que manifiesta rodeándose de un brillo extraño de tonalidad rojiza.
—Hola, hola, les llegó su hora — dice el orco con una sonrisa maliciosa.
—¿Seguro? —dice una de las criaturas bastante confiado, incluso se atreve a arremeter contra la bestia lanzándole un dagazo directo a uno de los tobillos, pero es esquivado sin mayor molestia.
—Buah, ¿crees que eso será suficiente para detenerle? —dice Neckich riéndose de ver como el goblins no supone ningún reto para Bercus —Tranquilos, aguarden su momento de sufrimiento.
Sin dificultad alguna, uno a uno de los pequeños monstruos van cayendo y los exiliados logran recuperar las pertenencias del hombre, las cuales son una bolsa con bastantes monedas de plata. Los tres se dirigen hacia la carnicería del Pueblo Améni, el cual está a unos dos kilómetros al norte. Con la bolsa entre sus manos, llegan con aquel sujeto.
—¿Eh, quienes son esos dos?, ¡cuidado atrás tiene a dos criaturas! — dice Marcelar al druida muy asustado, enseguida lo reconoce pues no han pasado muchas horas desde su encuentro.
—Calma, calma. Para empezar mi nombre es Jans y estos dos son amigos, me ayudaron a liquidar a los goblins y traerte esto devuelta —Procede a entregarle lo que han recuperado —Además, ¿cómo sigue ese brazo? — dice el druida, al cual le hace gracia el susto que se ha llevado el carnicero.
— Muchas gracias Señor Jans, pues mucho mejor gracias a usted —dice el hombre con una gran sonrisa, y observando el vendaje provisional que aún se mantiene —Bien ya que han venido hasta acá, perfecto sería que no fuese en vano, pues tengo un trabajo para ustedes —propone Marcelar, dejando mucha intriga en los personajes.
Editado: 18.05.2020