30 de noviembre 1986
Súzdal/Rusia
Garabatear sin sentido sobre el papel parecía más entretenido que todo lo demás. El cielo estaba particularmente gris y la brisa húmeda se sentía a diestro y siniestro, entrando y saliendo del aula por la ventana a su lado. La mujer de uniforme elegante se empeñaba en escribir sobre la pizarra mientras que las demás jovencitas parloteaban y mascullaban de cosas entre ellas.
El sonido del lápiz y el de la tiza contra el pizarrón se unían en conjunto, convirtiéndose en una solo melodía, que pasó de ser minuciosa a ensordecedora; levantó la mirada por la coincidencia y el salón había pasado a silenciarse de forma repentina. Las gotas de lluvia ya chocaban contra la ventana, junto con una especie de curioso granizo, y luego un impacto mayor, que vino de la pequeña golondrina muerta que se estrello contra el ventanal, dejando una ligera mancha de sangre clara, haciéndola sobresaltarse un poco y empujar su asiento hacia atrás, hasta encontrarse de pie.
Los ojos estaban puestos sobre ella, en silencio, con malas caras, parecían desnudarla con la mirada, y no solo de su ropa, sino también de su piel.
Piel que comenzó a desprenderse por el simple hecho de tocarse, sus jadeos no se hicieron esperar, la sangre le salía por los ojos a sus acompañantes, chorreando hasta manchar sus rostros, el corazón le latía incontrolablemente, su necesidad por escapar no era una sorpresa, lo que sí lo era, era el hecho de no lograr mover los pies de su sitio. Las chicas se movían hacia ella a paso lento, se retorcía en el intento por escabullirse pero parecía no lograr gran cosa.
Su padre a un lado miraba la escena, con una ligera sonrisa, su madre luchaba por alcanzarla pero sus fuerzas no daban para mucho y su hermano disfrutaba del espectáculo, formando a la distancia el retrato de la familia ideal.
El sobresalto al despertar hizo que su pálida frente se estampara de forma repentina y poco marcada sobre su mesa, que se mantenía cubierta por papeles y lápices de su propiedad. Todo era distinto a su pesadilla, un sol encantador entraba por la ventana, no habían garabatos en las hojas y el salón y la pizarra estaban cada uno mas desolado que el anterior, aunque los murmullos y risitas entraban de por los pasillos.
Había pasado una terrible noche, dormir no era algo que pudiera hacer con normalidad en su propio hogar, no esa noche en particular. Puso sus ojos en el ventanal cerrado, que daba a un sendero de flores y mas flores hasta terminar en las bodegas del instituto, la brisa movía las hojas de los arbustos a su antojo y los hacía resonar de forma tranquilizante, su corazón se había serenado un poco, pero no sus pensamientos.
Recorrió el salón con la mirada, las féminas habían dejado un completo desastre y una mezcla de olores que iban desde cereza hasta cautivadores aromas bastantes femeninos, que abundaban en una selecta gama de frutas tropicales, se notaba a donde quiera que se observara que las presencias masculinas eran algo que poco se veían por ahí, y podía asegurar que hasta le aliviaba ese hecho.
Sus azulados ojos fueron a parar en la puerta del aula, que daba al corredor, en el que se veían a las demás jovencitas corretearse unas a otras, siendo aquello al parecer una acción divertida, pero a Agatha en particular no le resultaba muy gracioso.
La falda tableada era más corta de lo establecido por la institución, cubría unos hermosos muslos blancos, pero que no llegaban a ser demasiado pálidos, con medias largas hasta las rodillas; una camisa blanca por dentro, con dos botones abiertos de más, dejando a la intemperie cierto escote que no alcanzaba a lo exagerado; el cabello le caía hasta la cadera, con un lacio único, se balanceaba a de un lado a otro, su melena negra y todo su cuerpo, de forma casi provocativa, era algo que la mayoría de gente podía tal vez pasar por alto, así mismo como la forma en la que soltaba ligeramente los labios, asiéndolos ver más suaves y delicados, como alzaba el pecho un poco más de lo normal, como hacía pequeños movimientos que provocaban que sus piernas se frotaran entre ellas, diminutos detalles insignificantes que ocultaban en ellos grandes intenciones, y la pelirroja tenía casi un don para apreciarlos.
Llevaba muy poco tiempo en el sitio, quizás tres días para ser exactos, pero podía decir a primera vista que April Western era una chica amigable, hasta cierto grado, como todo el mundo. Era atractiva, incluso un poco más que la mayoría, incluso un poco más que la pecosa que la estudiaba.
Tenía la capacidad de sonreír en todo momento y bajo cualquier circunstancia, preocupada siempre por el bienestar de todas las compañeras, pero algo en ella hacía sentir que solo se trataba de una manera para mantener a todos bajo la lupa, la pelirroja no dudaba en que fuese así, pero prefería solo ignorarlo.
Él también le sonreía, pero curiosamente sus gestos eran distintos, mantenía las manos en los bolsillos de sus pantalones negros, su postura era relajada, sin llegar a lo despreocupado, y la forma en la que inconscientemente ladeaba su cabeza hacia un lado no era precisamente una señal de galanteo, se trataba más bien de cómo alguien divisaría a un tierno cachorro que juega con una pelotita.
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Editado: 08.05.2020