Creo que la peor parte, era la forma en la que mi infierno empezaba a normalizarse. En el sentido, en el que cada día solo perdía importancia, tanto que podría jurar que de vez en cuando me sentía fuera de mi cuerpo, pues era como si yo no estuviese viviendo en realidad.
La voz de Leiza se escuchaba como un eco en mi interior, ella se había esforzado por lograr un acercamiento entre nosotras, y vaya que lo había logrado; pero aun así, y aunque me agradaba su compañía, llamarla mi amiga provocaba una sensación incómoda entre medio de mi estómago y mi pecho. Yo no quería que fuésemos amigas, o más bien no podía permitírmelo, por mi bien y por el suyo.
Decorábamos en el patio trasero, era la primera vez que salía allí en vez de refugiarme en la oficina de Kilian, quien por cierto no había estado allí aquel día soleado. Más allá de las rejas, en un punto en el que nadie ponía atención aparte de mí, Cypriam me vigilaba. Los vidrios eran completamente oscuros, pero yo podía percibir que él me miraba.
Aun podía sentir el papel suave y terso sobre mis manos, aunque más bien lo palpaba como espinas que se clavaban en mis dedos y me hacían sollozar para mis adentros. Las iniciales sobre el sello no eran como en las cartas de mi madre, eran de un rojo más vivo, y el beso a una esquina del papel color crema, era sin duda de una sangre tan fresca, que de frotar mucho mi yema en el área, quedaría manchada de ella.
Había llegado un beso de sangre, uno reciente, uno fresco, especialmente para mí, y era solo el primero de muchos. Ya no lo tenía conmigo―gracias al cielo―Cypriam lo almacenaba en un lugar discreto para mí, pero aún lo sentía sobre mis manos, su imagen seguía plasmada en mis ojos y sus palabras se mantenían pululando en mi cabeza, sin perder ni un solo detalle.
Debía admitir que después de lo que pasó en aquella feria, no volví a ser la misma chica. Ahora me quedaba más que claro que como el rubio me había dicho: cualquiera podría ser, en cualquier momento, también en cualquier lugar.
Extrañamente estaban pasando autos con frecuencia por el sitio, cada uno me preocupaba más que el anterior, al parecer a Cypriam también. Salió del coche alquitrán a la distancia y con su simple, fría y cruda mirada pude entender la señal de que me convenía preferiblemente el mantenerme dentro del edificio.
Yo quería correr de ese lugar, ya no podía más, todos al parecer se sentían en el libre derecho a decidir sobre mí, y no me importaba si se trataba de mi propia seguridad, pero últimamente ―más que de costumbre― por alguna razón cualquiera se sentía capaz y digno de decirme que hacer, que comer, que beber, hacia donde mirar y cuantas veces podía inspirar aire.
―Iré al baño un momento, no me siento muy bien ―me esforcé por esbozar una sonrisa y sonar dulce, pero parecía costarme más de lo necesario. Leiza levantó su mirada cuando me incorporé sobre mis piernas y cubrió el sol que le daba en la cara con una mano.
―¿Necesitas...que te acompañe?―inquirió.
Yo negué tranquila y antes de que el interrogatorio se extendiera―y que yo, soltara algo fuera de lugar―solo comencé a caminar hacia adentro, no sin antes ver a Cypriam de reojo, con los ojos repletos de odio.
Sentía una especie de cercanía hacia él, no demasiada, pero al menos había dejado de ser un completo desconocido. De todas formas no podía tolerar la forma en la que simplemente él también quería darme órdenes, aunque mi padre se las diera a él primero.
Caminé por los corredores como si nadie estuviese allí y sin disfrutar del panorama, no podía dejar de mirar al suelo y pensar en que en cualquier momento mi vida, podría estar rozando con la línea del peligro.
En esos momentos había pensado mucho en las esperanzas que tenía de niña. Las de crecer lo suficiente para poder irme lejos, sin la necesidad de entremezclarme con la gentuza que se hacía llamar mi familia. Y sí, podía sonar del todo raro, que algo así fuera mi mayor ilusión de pequeña.
No el tener cosas lindas o cualquier capricho del estilo, solo irme lejos, empezar desde cero, pero el precio que estaba pagando por sobrevivir me hacía recordar que era imposible que eso pasara.
Escuché los tosidos salir e inundar el corredor, había dejado a las demás chicas a unas esquinas atrás así que ellas no podían percibir lo que yo. De todas formas recorrí rápidamente mi alrededor con la mirada, después de tantas cosas había adoptado esa mala costumbre de paranoia de persecución.
No tuve el valor de preguntar si todo andaba bien a quien sea que parecía pasarla mal ahí dentro. Así no era yo, a mí no me interesaban los demás, los demás tampoco se interesaban por mí y eso me parecía sin duda lo mejor.
―Kilian ―nombré en un susurro al verle salir sudoroso del baño de maestros. Se secaba las manos con una toalla de papel, pero el sudor en su frente era otra cosa.
Por un momento se vio completamente distinto a como era él siempre, parecía preocupado y un tanto sombrío en realidad, tanto que ni siquiera notó mi presencia al salir, hasta que nuestras miradas se cruzaron.
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Editado: 08.05.2020